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¿Qué hacer?

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En la discusión sobre los resultados de la elección del Poder Judicial, hay algunos puntos en los que vale la pena entrar más a fondo. En México difícilmente puede hablarse de que existió una época larga de Estado de Derecho. Fue hasta los años 1995-96, cuando se empezaron a establecer con mayor claridad los contrapesos del Poder Judicial al Poder Ejecutivo o Legislativo.

Antes de ello, en México, aparentemente, en las leyes había salvaguardas para la ciudadanía, pero la realidad es que había un sometimiento completo de los Poderes, tanto el Legislativo como el Judicial, al Poder Ejecutivo. Y por ello se hablaba de la “monarquía sexenal”. Hay una diferencia con la situación actual. Efectivamente, los cambios en las leyes han restablecido ese sometimiento del Poder Judicial a los demás Poderes, que hacen esos cambios legales, más no legítimos. La gran diferencia es que antes, al menos en las leyes, en la Constitución, se mantenían algunos contrapesos. Ahora, la falta de independencia del Poder Judicial, se ha vuelto ley. Antes se violaban las leyes. Hoy en día, no se está violando la ley cuando se somete al Poder Judicial a los dictados del Poder Ejecutivo.

De hecho, quienes han salido perdiendo, somos los ciudadanos sin partido. La gran pregunta ahora es: ¿qué nos toca hacer? ¿Hay algo que se pueda hacer? Estamos viviendo una época de desesperanza, el sentimiento de que no se pudo parar este golpe, el cual no ocurrió, propiamente, el día de las elecciones. El golpe estaba dado desde antes: desde la construcción del sistema de elección de jueces y el modo como se diseñó la votación, con prisas y sin un cuidado suficiente.

Un ciudadano sin partido no tiene los recursos que pueden tener los partidos políticos, que son considerables y adecuados. Además, esos recursos proceden de los propios impuestos que paga el ciudadano sin partido. De ahí el sentido del desánimo. Hay quienes dicen: “no hay nada que hacer”. Pero esto es importante. No podemos simplemente decir que hay que aguantar. En algún momento me dijo una buena amiga: “solo nos queda irnos a Miami”. Bueno, eso era antes de que llegara el señor Trump. Pero esa es la salida que algunos ciudadanos, con recursos suficientes, están planeando.

Hay cosas que son importantes y que sí se pueden hacer. Lo primero es entender con claridad qué pasó. Por un lado, la 4T y sus aliados están celebrando como un triunfo el logro del 12 % de los votantes registrados. Lo cual es relativamente falso, porque hubo votos en contra de los candidatos que ellos propusieron, ilegalmente, por supuesto, a través de los famosos acordeones. De eso no tenemos una medición correcta. ¿Cuántos son los que verdaderamente ganaron, en proporción de aquellos que se sugirieron en los acordeones? Se dice que el nuevo presidente de la Suprema Corte, ganó con solo un 6 % del electorado.

También es falso lo que han dicho algunos personeros de la oposición, que el 88 % de la población votó en contra del cambio. Eso tampoco es cierto. De ese 88 % no podemos calcular, con precisión, cuantos estuvieron en contra o a favor de la propuesta. O, simplemente, no les importó. Y eso es lo que está pasando con la mayoría. No desean hacer algo por cambiar la situación.

Habría que tomar en cuenta también que hay diferentes tipos de ciudadanos sin partido, que podrían dividirse en dos grandes grupos: los que no tienen partido, porque no creen en los partidos actuales, pero que podrían participar intensamente en partidos nuevos que les dieran garantías que hoy no reciben de la oposición actual. Ese es un tipo de ciudadano que temporalmente es un ciudadano sin partido, pero que está a la búsqueda de algo que le satisfaga. Probablemente, la mayoría de la ciudadanía, no pertenece a ningún partido ni desean pertenecer a alguno. Simplemente, consideran que no es su manera de actuar en política, pero que no quieren quedarse sin participar.

Y por supuesto, siempre habrá ciudadanos sin partido, que ni les importan ni quieren participar de ninguna de las maneras. Simplemente, están muy cómodos con la situación actual y no están convencidos de que les afecte en lo personal. Pensando en aquellos, que no quieren ser miembros de ningún partido y que sí quieren participar de alguna manera, habría algunos puntos que considerar. La gran pregunta es: ¿qué hacer?

Frente a esta situación, que se ha creado y que todavía no conocemos a fondo sus consecuencias, ¿cómo modificarla? Es un juego de largo plazo. No es creíble que, con unos cuantos arreglos rápidos o un cambio de gobierno, cambie radicalmente el concepto de fondo, la idea de tener un verdadero Estado de Derecho. Que, como decía anteriormente, casi nunca hemos tenido, y que tampoco nos ha importado demasiado, porque no le hemos visto los frutos a esa situación.

Habrá que ir creando nuevas condiciones. El primer paso que puede dar el ciudadano común es asociarse, comunicarse para entender: ¿Qué ocurrió? Estudiar para comprender cuál ha sido la situación, desde sus antecedentes y por qué entre los mexicanos el Estado de Derecho nunca ha sido un valor que tenga un alto nivel de importancia. Y qué se podría hacer para convencernos.

Hay que entender a quiénes votaron a favor de un cambio tan radical como el que estamos viviendo. Seguramente, tuvieron alguna idea de qué esto les beneficiaba. Víctimas, posiblemente, de la corrupción, de la impunidad, brutalmente atroz en este país. Es un hecho que no le ven caso a seguir como estábamos. Hay que entender por qué piensan así y qué es lo que están buscando, cuál es el cambio que desean.

Ha habido intentos de mejorar la situación jurídica y uno muy claro fue el intento de cambiar al sistema de juicios orales, que se buscó implantar con gran vigor, pero que, al cambiar el régimen, como tristemente ocurre en nuestro país, cuando entró un nuevo presidente cambiaron las prioridades, cambiaron los criterios y no se siguió con la misma intensidad. Y se tuvo una aplicación parcial que no llegó a los resultados que se deseaban. No se puede decir que haya fracasado el sistema, porque de fondo nunca se implementó, ni siquiera de manera limitada. Pero eso tenía como propósito acelerar los procesos y poder darle a la ciudadanía el resultado de una justicia rápida, expedita y completa.

Por otro lado, una vez entendiendo cuál es la situación y, probablemente, esto requiera estudios parciales por cada tipo de asunto, tendríamos que organizarnos para discutir en amplitud cuál es el objetivo, qué es lo que la mayoría quiere y de qué manera se le puede apoyar para que esto ocurra. Afortunadamente, la tecnología y también las costumbres que se han ido implementando en la ciudadanía, hacen fácil organizar pequeños grupos de discusión con condiciones muy específicas. Grupos que tengan algún interés en particular en esos aspectos jurídicos.

La ventaja es que esto no requiere de grandes inversiones, ni tampoco de liderazgos muy poderosos que, desde el principio, aglutinen a todos los que desean participar. La discusión en grupos pequeños puede ocurrir con más facilidad cuando se trata sobre todo de intereses comunes. Así, por ejemplo, podríamos hablar de grupos que discutieran la parte jurídica de lo familiar, o que hablaran del problema de las desapariciones forzosas, o de los temas económicos e incluso los mercantiles.

Discutir por asuntos y ubicar qué áreas faltan por discutir. Todo lo que se requiere es una coordinación sencilla para poder saber quién está discutiendo sobre qué. Una vez teniendo eso, conviene también, revisar, detallar, confirmar cuáles son las distintas propuestas en el asunto. Empezando, por supuesto, por el principio: ¿por qué no creemos en la justicia y dónde vemos necesidad de un cambio, en el aspecto que estamos tratando en lo particular? Una vez logrado esto, lo que sigue es buscar el modo de comunicarlo. Que es, probablemente, la parte más fácil de hacer, porque todo el mundo está muy preparado para hacer comunicaciones sencillas. Desde unas cuantas frases, una infografía, o un podcast o algo un poco más sofisticado. Lo cual abunda por todos lados y es fácil de hacer.

Pero aquí el concepto es no quedarse con la discusión, sino comunicar. Tratar de centralizar esa comunicación para poder tener idea de qué se está transmitiendo, qué se está desarrollando y poder tener ideas claras. Y luego, posteriormente, vendría el aspecto de influir. Reunir grupos que tengan intereses comunes. Alguna idea de declaración conjunta. Y darlo a conocer a otros ciudadanos sin partido que tengan interés para influir. Para no solo darlo a conocer, sino también exigir propuestas muy concretas. Que es a lo que tendríamos que llegar.

Claramente, no bastaría con esto. Necesitaríamos acciones que el propio caminar nos irá señalando. Por ejemplo, crear observatorios ciudadanos sobre distintos temas, auditorías sociales del funcionamiento de los gobiernos, legislativo en la sombra, y más. Lo que está claro es que no nos podemos quedar como estamos. La desesperanza en este momento es probablemente lo que más les interesa a quienes han ganado. Claramente, hay que tener en cuenta que esto no va a tener resultados rápidos y que no podremos esperar cambios totales del blanco al negro, sino que será una actividad de muy largo plazo.

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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Dios en la ecuación del riesgo de desastres

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En protección civil aprendimos desde el inicio que el riesgo de un desastre no es un misterio ni un capricho del destino. Es una ecuación implacable: el riesgo se calcula multiplicando el peligro por la vulnerabilidad, dividido entre las capacidades que tengamos para resistir (R = P x V / C). Así mitigamos el impacto de terremotos, incendios o huracanes. Pero esa misma lógica —tan matemática, tan fría— también explica, si atendemos la violencia como un fenómeno perturbador, antropogénico y socio-organizativo, por qué hoy nuestras calles sangran, nuestros hijos se pierden y nuestros hogares se tambalean. Comprenderlo es el primer paso para dejar de fingir sorpresa y empezar a construir verdadera resiliencia.

La gestión del riesgo, en una visión simplificada y práctica, tiene tres etapas clave: la prevención, que como padres nos corresponde priorizar; la atención de la emergencia, que es tarea urgente para las autoridades en medio del gravísimo problema que vivimos; y la continuidad, ese pilar que nos ayuda a construir resiliencia y a encontrar desde todos los frentes cómo seguir adelante.

El peligro siempre ha estado ahí: la maldad humana, latente, dispuesta a emerger. La vulnerabilidad somos nosotros, nuestras familias, nuestros hijos cada vez más fragmentados y solos. Las capacidades, ese reservorio de educación, valores, solidaridad y amor que antes sostenía a la comunidad, hoy aparecen debilitadas. Por eso el riesgo social se dispara.

Es matemática pura: cuando la maldad se combina con niños vulnerables, sin principios claros inculcados en casa —no en las aulas—, sin amor que los contenga ni Dios que ordene el alma, el riesgo alcanza niveles insostenibles.

Ninguna campaña gubernamental ni presupuesto millonario logra reparar lo que primero se fractura en el hogar, donde durante décadas sustituimos el compromiso por una permisividad cómoda, y esas costumbres, como dice la canción, terminaron convertidas en leyes.

Fernando Pliego documenta en Las familias en México que en 1970, cuando el divorcio se legalizó, apenas rondaba el 5 %; la violencia intrafamiliar era del 35 % y los feminicidios se situaban en 2.7 por cada 100,000 mujeres. Para 1990 los divorcios ya duplicaban esa cifra y los feminicidios crecían silenciosos. En 2010 los divorcios alcanzaron el 20 % y, aunque algunos indicadores mostraban una ligera baja en violencia, seguía siendo alarmante. Hoy, con un 25 % de matrimonios que terminan, los feminicidios se han disparado un 135 % en solo seis años. La matemática social no miente: cuando la familia se fragmenta, el riesgo social se multiplica. Nos vendieron la idea de que el divorcio solucionaría la violencia, sin entender que lo que suele fallar no es la unión misma, sino cómo se vive: sin respeto, sin responsabilidad.

Y que quede claro: donde hay agresión, cárcel sin titubeos; pero fuera de esos casos, el divorcio masivo dejó un vacío moral que hoy llenan algoritmos, influencers sin brújula y cantantes que desde el escenario glorifican el crimen o promoviendo el consumo de drogas “como buen hermosillense”.

¿De verdad creemos que esto surgió de la nada? ¿Que la violencia es un rayo que cayó al azar sobre una ciudad inocente? No nos engañemos. La violencia nace de miles de pequeñas renuncias: padres que eligieron el egoísmo antes que el sacrificio, madres que por cansancio o soledad bajaron la guardia, abuelas que aunque quieren ya no pueden, y gobiernos rebasados por su propia complicidad o indiferencia. Pero no carguemos toda la culpa en los gobernantes: no llegaron de Marte, son producto de la misma sociedad que los puso ahí.

Lo que no se enseña en casa termina explotando en la calle. Lo que no se cultiva con amor, disciplina, valores —y sí, con Dios— tarde o temprano se convierte en el reflejo más oscuro de nosotros mismos.

Así como después de un sismo reforzamos columnas para evitar el colapso, hoy urge reforzar nuestra base familiar: volver a hablar del bien y del mal sin miedo a parecer anticuados, volver a poner límites, enseñar respeto, dar ejemplo e invitar a Dios a la mesa. Porque al final, aunque suene “mocho”, es pura lógica: cuanto más Dios hay en el corazón de nuestras familias, menor el riesgo de colapso; cuanto menos, el desastre deja de ser una probabilidad para convertirse en una certeza.

Tres niñas asesinadas en Hermosillo no son un accidente ni un hecho aislado: son el grito desgarrador de un riesgo que hace tiempo dejó de ser una posibilidad para volverse rutina. Es algo que nos debe de poner a repensar, porque tan valiosas sus vidas como las de 49 angelitos que recordamos cada 5 de junio, todos victimas de una mala gestión del riesgo.

Cada día alimentamos ese riesgo, casi sin darnos cuenta, al decidir cuánta ternura, cuánta presencia, cuántos valores y cuánta luz dejamos entrar a nuestro hogar. Por eso no sorprende que México viva sus horas más negras: mujeres asesinadas solo por serlo, niños que aplauden el crimen como destino, ciudades que se desangran. Porque cuando el bien está ausente, el riesgo deja de ser un simple cálculo… y se convierte en tragedia.

Mtro. Guillermo Moreno Ríos
Ingeniero civil, académico, editor y especialista en Gestión Integral de Riesgos y Seguros. Creador de Memovember, Cubo de la Resiliencia y Promotor del Bambú.
[email protected]

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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¿Nos alcanzará el invierno demográfico?

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Asistí a Misa el sábado pasado en calidad de padrino de Confirmación de un chaval de 10 años; antes de la ceremonia hubo un Bautismo que presidió un diácono con algo de desdén: apenas en 15 minutos completó el ritual, despachó a la gente e invitó a los siguientes padres a iniciar la siguiente liturgia, también llevaban a un bebé a bautizar. La prisa –me explicaron después– se debió a que hubo tres Bautismos ese día y había que terminarlos rápido antes de que comenzaran las Confirmaciones. Mientras esperamos, entró uno de los primos del chaval que acaba de ser padre, iba junto a su mujer y su pequeñito a la Misa. Ni los padres ni las madres de los tres bebés tienen más de 20 años. Y el sacristán me confirmó suspirando: “Es así cada sábado”.

Al terminar el compromiso recibí un mensaje sobre un estudio a propósito de la cuestión demográfica en América Latina y en él se apunta algo que, en el contexto, parece falso o por lo menos contraintuitivo: “Cada vez nacen menos niños y nos acercamos al invierno demográfico como el europeo”.

El estudio afirma su parecer con datos concretos. Hay un colapso de la natalidad en varios países. Únicamente Paraguay y Bolivia (2.44 y 2.58 hijos por madre) alcanzan cifras de reemplazo generacional; el resto de países del continente parecen haber congelado su propio futuro: Chile y Colombia apenas alcanzan el índice de 1.0 hijos por madre; y lideran el desplome de procreación que el “Continente de la Esperanza” llegó a tener hasta hace un par de décadas.

El tema es relevante porque en algunas naciones del subcontinente, como Uruguay, ya se registran más defunciones que nacimientos; y países como Argentina, Chile y Brasil tienen tantos nacimientos como defunciones. En este contexto, hay otros fenómenos que cambian las relaciones socioeconómicas en crecimiento: la gente cada vez más opta por vivir en soledad. Los hogares unipersonales y los divorcios han aumentado significativamente, mientras los hogares nucleares y liderados por un matrimonio van en picada. Sólo México y Brasil mantienen índices altos –aunque irregulares- de nupcialidad.

Los apocalípticos podrían decir que todo el continente avanza hacia un suicidio demográfico; en parte por los cambios culturales y económicos de la sociedad moderna; y en parte por las políticas de los organismos supranacionales que, sin ruborizarse promueven una visión de “progreso económico pero sin ciudadanos que requieran asistencia o justicia social”.

Sin embargo, en aquella parroquia periférica, con tantos padres adolescentes y tantos bebés que, en un puñado de años también tomarán sus propias decisiones, parece que estas alarmas demográficas no les parecen tan apremiantes. De hecho, sus preocupaciones son más inmediatas, se trata de su propia supervivencia bajo una idea muy divulgada por mega empresarios y líderes políticos ‘libertarios’: en donde la justicia social y el bien común son ‘enfermedades’ de las sociedades competitivas y en las que sólo el más listo, el más apto y el más vival (o el más gandalla) tendrá acceso a los frutos de la meritocracia.

Con todo, sí hay algo en lo que convergen ambas realidades: Hemos dejado de soñar colectivamente. Entre las falacias meritocráticas y la popularización del “self made man” (esa persona cuyo supuesto éxito es fruto de su propia creación) en los puestos políticos y económicos de mayor impacto, los individuos corren el riesgo de creer que sus propias fuerzas bastan para remediar los males de sus únicos egoísmos. En la renovada propaganda ‘libertaria y meritocrática’, la privatización de todas las dimensiones de la   vida social y colectiva son las respuestas tanto a la corrupción como al pasmo burocrático; sin embargo, si queremos que los hijos y su crianza salgan de la categoría de “un lujo prohibitivo” debemos creer en las instituciones sociales, en la justicia social, en la comunidad, en industrias y empresas que cumplan tanto con los trabajadores como con los impuestos estatales y sí incluso hay que creer en los gobiernos que tienen puesta la mirada en la colectividad.

El estudio del REDIFAM revela que los habitantes de 6 de cada 10 países latinoamericanos no están apostando al futuro, al juego largo. Su media de nacimientos no alcanza el índice de reemplazo generacional. Y tarde o temprano se enfrentarán a las crisis sistémicas de los países envejecidos como los europeos: vaciamiento de localidades, sustitución de labores en manos de migrantes, cambios culturales y riesgos sociales mayúsculos por mecanismos egoístas de pensiones, donde sólo mediante la corrupción o el apalanque se alcanzan beneficios de pensiones satisfactorias mientras se le regatean mínimos a la mayoría de la población envejecida.

Vuelvo a los jóvenes padres y a sus bebés en ese rincón semi-urbanizado de México; todos viven en hogares multigeneracionales que son la última trinchera contra la pobreza y el descarte. Los nuevos padres y sus hijos viven en los hogares de abuelos y hasta de sus bisabuelos pero parecen estar condenados a desarrollar su propio proyecto de vida. Es decir, que en las realidades donde se enfrenta el “invierno demográfico” premia también una losa de pobreza sistémica: mientras los amplios hogares de clase media alta y alta tienen un promedio de 2.6 integrantes; las pequeñas casas de los pobres se encuentran hacinadas con más hasta una decena de familiares (el promedio internacional en AL ronda el 5.3%).

La lucha contra el ‘invierno demográfico’ será integral o no será. Implica la capacidad de imaginar futuros compartidos, enseñar la esperanza del nacimiento de bebés con proyectos familiares independientes y libres, soportar las estructuras sociales de servicio a los jóvenes matrimonios y a sus hogares en construcción; es necesario, pues, alimentar una confianza radical en la economía, en las instituciones, en el amor conyugal y familiar con mirada al bien común, no al “sálvese quien pueda”, “rásquese con sus propias uñas” y por supuesto lejos de las falacias meritocráticas de quienes nacieron con capitales económicos.

El invierno demográfico es una crisis de sentido, no de productividad. Ya sea en las urbanidades desiertas que anticipan la crisis demográfica o en esa parroquia marginal donde los niños siguen naciendo en precariedad y temor, es necesario poner un “nosotros” que trascienda al individuo. El invierno demográfico se conjura recuperando la fe en el porvenir; la confianza de que todos tenemos espacio para la esperanza.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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¿Qué es la verdad?

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“¿Qué es la verdad?” Dicho de Poncio Pilatos, poco antes de lavarse las manos para condenar a Jesucristo.

Como si tuviéramos pocos temas para debatir, en los últimos días se ventilaron en los medios, acusaciones a un expresidente mexicano: una denuncia de empresarios israelíes en una investigación sobre asuntos de corrupción de sus empresas en el extranjero. Ahí se dijo, y hasta donde se sabe no se ha podido demostrar aún, que estos hombres de negocios habrían dado dinero al mandatario, con el objeto de que adquiriera un software para vigilar a los ciudadanos.

Hay que reflexionar sobre ello y sobre el asunto, más a fondo: ¿qué es la verdad en temas de interés público? Es claro que los medios se han adelantado a dar por hecho, dichos que aún no han sido comprobados. Hay acusaciones como esas, que se dirigen periódicamente a la clase política. Vale la pena analizar esos casos.

Muchos asuntos denunciados y no comprobados, sirven para impulsar la agenda de los partidos políticos. No es fácil tener una verdadera certeza en esos casos. Lo que se ha propuesto como una posible solución para asuntos complejos, como estos, es la creación de comisiones de la verdad. Eso significa establecer grupos que revisen las acusaciones, que a veces pueden tener una antigüedad importante y definir, con base en sus investigaciones, qué hay de cierto en ellas. Son agrupaciones que se dedican a analizar y llegar a una conclusión creíble para la mayoría de la ciudadanía, en los temas que se están investigando, buscando llegar hasta donde sea posible, a establecer cuál es la verdad de esos hechos. No hay escasez de temas: desde algunos tan antiguos como las matanzas de Huitzilac, pasando por el 68, por Acteal, hasta la corrupción y los desaparecidos de estos últimos tiempos.

Esto ocurre, generalmente, cuando ha habido un cambio importante de gobierno. Hay casos, algunos de ellos exitosos, otros no tanto. Por ejemplo, en Sudáfrica, el resultado de las comisiones de la verdad fue exitoso. En otros: Perú, Chile, República de El Salvador, Guatemala y otros más, no lo han sido tanto. Valdría la pena pensar si esa es la solución para nuestro medio y si así podríamos llegar a tener cierta medida de concordia y darle un cierre a esta clase de problemas, por lo menos desde el punto de vista de establecer cuál fue la situación real.

La dificultad que hay para enfrentar en estos casos, es el uso faccioso que podrían estar haciendo los vencedores de una contienda política, para desprestigiar a sus contrincantes. Que es lo que muchas veces se percibe. Se trata de tener certeza de que los hechos que se denuncian han sido precisos. Lo que sigue, a partir de ello, es un tema diferente. Si esto generará acusaciones o condenas, queda fuera del alcance de estas comisiones.

El punto da para bastante de modo que, en otra colaboración para este medio, se profundizará un poco sobre cuáles son los obstáculos que tienen que enfrentar estas comisiones de la verdad, y cuáles son los requerimientos para su conformación, de manera que tengan credibilidad que es, probablemente, lo más importante.

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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En Memoria de Manuel Tapia Noriega

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Conocí a Manuel en noviembre de 1990, durante un congreso de ingeniería civil en Sonora.

Yo por egresar y él ya ingeniero consolidado. En nuestra mesa traíamos un ambiente fiestero, Manuel me observaba y se me acercó, ambos con bebidas espirituosas entre pecho y espalda, me llamó y me dijo entre otras cosas algo que nunca olvidé:

Siempre se necesita alguien que sea la bujía que haga arrancar el motor. Se ve que tú eres el que la mueve ahí, no cualquiera se avienta ese tiro. Es más cómodo seguir a los demás y no arriesgarse a la crítica. Traes esa chispa natural. Pero al final para ser líder, no sólo tienes que creerlo, sino desearlo y prepararte para estar a la altura. Así que no lo sueltes.”

Palabras que por el momento parecieron pasajeras, pero que quedaron grabadas.

Cinco años después coincidimos de nuevo, ahora en la campaña de Don Jorge Gómez del Campo para la presidencia de la Cámara de la Construcción. Manuel abría los eventos con su carisma único. En uno de los primeros actos en Ciudad Obregón, con un auditorio pequeño, lo presentó así:

“¡Y ahoooooora con usteeeeeedes, el inigualable, el talentoso, el ingenieroooo Jorge Gooooomez del Campoooo!”

De regreso, Don Jorge, con su pausado tono peculiar le dijo: “Oye Manuelito, muy bien el evento, ¿no? Pero ya no me presentes así… parece que estás anunciando un carro de agencia.” Reímos todo el camino.

Desde entonces la vida gremial y la ingeniería nos hicieron coincidir muchas veces, con acuerdos, diferencias, pero siempre con respeto y amistad. Las batallas importantes las libras son con quien te hacen crecer, incluso perdiendo. Así era Manuel: ayudaba, aunque no estuviera de acuerdo, y asumía también con gallardía sus derrotas.

No hubo una sola ocasión que no acudiera a mi clase en la Universidad de Sonora a compartir sus esperiencias.

Su liderazgo al frente del Colegio de Ingenieros Civiles, la Cámara de la Construcción y el Centro del Trabajador de la Construcción lo consolidó como un referente de la ingeniería: consultado por los medios incluso sin ocupar cargos, dotado de picardía, talento para mediar, siempre gremialista e institucional, y, por encima de todo, amigo de sus amigos.

De su vida familiar solo puedo repetir con fidelidad lo que escuché en labios cercanos, palabras profundas que reflejan al hombre que fue:

“Algunos sentirán que esto es un déjà vu. Pero mi papá también le gustaba contar la misma historia, una y otra vez con la misma pasión que la primera. Mi papá puede ser descrito con muchos adjetivos, excepcional pensé, pero la realidad es que era amor y lo expresaba de todas las formas. Amaba las plantas, la naturaleza, a los animales, a las personas sin juicios, él solo amaba y daba ese amor.

También amaba la palabra escrita y yo siempre admiré su capacidad para hacer magia con las palabras. Y por muchos años me recordé a mí misma que quería ser escritora como mi papá.

Pero creo que en su gran legado nos dejó un escrito que refleja el gran hombre que fue, todos los detalles que él cuidaba y la forma en la que valía el amor infinito y como un gran motor “All You Need Is Love”.

Les voy a compartir una poesía que mi papá escribió en el 2002 para mí, donde concursamos en un concurso de oratoria, titulada Qué tanto amor has dado:

Qué tanto amor has dado con una sonrisa al niño que pide, al que entrega el periódico, a la
joven que pasa, a la mujer embarazada, al hombre que maneja, al señor que camina, a la señora que canta.

Qué tanto amor has dado con una palma en el hombro y una palabra de aliento a un hombre desesperado, qué tanto amor has dado, como tenía ganas de verte a un amigo o hermano, qué tanto amor has dado con un “cómo te extraño, papá, cómo te quiero, mamá”, qué tanto amor has dado cantándole al ser amado, “si te quiero es porque sos mi amor, mi cómplice y todo”.

Qué tanto amor has dado, impulsando a tus hijos, tira pa’lante que empujan atrás,
qué tanto amor has dado, disfrazado de amor a quien quiera sin ver quién es, y qué tanto vale el amor, qué tanto vale el amor, que devuelve a los alcohólicos la dignidad que dejaron en pedazos en la calle, en los baldíos, en el hospital psiquiátrico, y qué tanto vale el amor, esa pregunta me hace que recuerde aquella parábola en la que el Señor se disfraza de mendigo y baja al pueblo a casa del zapatero y le dice, “te doy una bolsa de oro a cambio de tus ojos”, “¿mis ojos? ¿y cómo voy a ver a mis amigos, a mi familia, a mis hijos, a mis hermanos?

Hermano, hermano, hermano, hermano qué fortuna tienes si no te has dado cuenta.

Y qué es el amor, es una palmada, es una palabra, es un abrazo, una caricia, un beso, y a todos al final de este hermoso camino que es la vida, alguien nos estará esperando con los brazos abiertos y en lugar de preguntarnos nos dirá: “¿cuánto amor has dado?”

Ese era mi papá”

Desde aquí, envío a nombre de mi familia, mis condolencias a su amada Edith, a su familia y todos sus amigos y compañeros. Descanse en Paz.

Mtro. Guillermo Moreno Ríos
Ingeniero civil, académico, editor y especialista en Gestión Integral de Riesgos y Seguros. Creador de Memovember, Cubo de la Resiliencia y Promotor del Bambú.
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La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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