Opinión
La Independencia de Cataluña
En enero de 1975 llegué a Barcelona por primera vez y desde el hotel llamé a la hermana de mi abuela paterna. Contestó la llamada una anciana que se expresaba en catalán y aunque le decía que no le entendía, seguía hablando en su idioma.
Sólo después de identificarme como su sobrino nieto y mexicano, empezó a hablar en castellano.
Cuando estuve frente a la puerta de su departamento, en un edificio a la vuelta de la emblemática iglesia de La Sagrada Familia, edificada por Gaudí, ya estaba prejuiciado esperando a una mujer dura, agresiva e intolerante.
Cuando se abrió la puerta encontré a una mujer pequeña, muy delgada y con una sonrisa encantadora, que me abrazó cariñosamente. A partir de ese momento descubrí que esa era su auténtica personalidad. ¿Qué significaba para ella su idioma?. Seguramente era la fortaleza de su identidad, igual que para el resto de los catalanes.
Para entender esa actitud debíamos considerar que esos eran los últimos tiempos del dictador Francisco Franco, quien había gobernado España con mano dura desde el fin de la Guerra Civil en 1939, hasta su muerte en noviembre de 1975.
Franco había instrumentado en esos 35 años de gobierno la política de mantener castigada a Cataluña, frenando su desarrollo, reprimiendo la vida política y controlando a las autoridades locales, lo cual generó malestar y resentimiento, que quizá aún hoy en el inconsciente colectivo estimula este deseo separatista.
Sólo después de la muerte de Franco, Cataluña pudo volver a desarrollar su alto potencial emprendedor y económico, generando una abierta competencia con el resto del país liderado por Madrid, lo cual rebasa ampliamente el tradicional ámbito del futbol. La competencia entre el equipo de Messi y el de Cristiano es rebasada por una encubierta rivalidad entre los catalanes de origen y el resto de los españoles, seguramente estimulada desde el franquismo.
El intento independentista que hoy se vive en Cataluña no es nuevo. Por esto se vuelve un tema complejo. España es un crisol de etnias y culturas altamente diferenciadas.
España, después de la expulsión de los moros en 1492, se consolidó como una nación bajo el mandato de los reyes católicos Fernando e Isabel y de inmediato se encumbró como una potencia política y comercial con el descubrimiento de América, después de haber financiado el proyecto de Cristóbal Colón.
España como la conocemos hoy, nació con los reyes católicos a partir de la unión de varios reinos, lo cual consolidó la paz después de expulsar a los moros, objetivo que requirió más de 700 años de esfuerzo.
La consolidación del país fue más el resultado de la unión de varios pueblos que en el siglo XV tenían un objetivo común que era rescatar su territorio y expulsar a los invasores, que la integración de culturas y etnias tan diversas.
Este fenómeno actual, caracterizado por el rescate de las raíces culturales locales ha sido impulsado por la globalización, pues ha evidenciado y fortalecido estas diferencias étnicas y culturales.
No sólo los catalanes manifiestan abiertamente sus diferencias. Los vascos, cuyo origen étnico no está muy claro pero no tiene vinculación con el resto del país, también han reivindicado su deseo de autonomía desde hace muchos años y lo han manifestado de variadas formas, no sólo culturales. Los sectores más tradicionalistas lo han externado desde la acción terrorista a través de la ETA, incluso desde la época de la dictadura franquista.
También han utilizado su idioma y la fortaleza de su cultura para acentuar sus diferencias.
Y qué decir de las raíces celtas de los asturianos y gallegos, que han generado una identidad propia que en los últimos años, bajo el impacto del fenómeno contracultural que ha estimulado la globalización, ha resurgido con fuerza a través del rescate de sus tradiciones y simbolismos, además de sus propios idiomas.
El alto impacto político de la actual exigencia independentista de Cataluña, ha generado una violenta respuesta del gobierno español. Seguramente existe el temor de que pueda desatar una epidemia en otras regiones, principalmente en las provincias vascongadas, que incluso culturalmente tienen más vinculación con la región de los vascos franceses que con el resto de su propio país.
Definitivamente, una eventual e improbable separación de Cataluña tendría un impacto negativo no sólo para España, sino también para esta región, pues en este mundo altamente competido la fortaleza nace de la conformación de bloques políticos, económicos y comerciales. Formar parte de un país como España genera fortaleza.
Sin embargo, el modo en que ha reaccionado el gobierno del presidente Rajoy, usando la fuerza pública, lo único que ha logrado es exacerbar los ánimos entre los catalanes y quizá hasta generar simpatía hacia ellos en el exterior, ya que las imágenes difundidas por las agencias de noticias han dado la vuelta al mundo.
Aunque existe una ley que constitucionalmente impide la escisión de cualquier región española, hay algo que en una democracia no se puede reprimir y es el derecho del ciudadano a expresar su opinión.
El referéndum es eso, un ejercicio democrático de expresión de opinión que no debe ser reprimido aunque el trámite político posterior, o sea la separación si triunfase el sí, sería un proceso sujeto a la legislación del país.
Podremos no estar de acuerdo con la separación de Cataluña, pero sí debemos solidarizarnos con el derecho de los que piensan diferente a nosotros y quieren expresarlo públicamente a través de ese ejercicio democrático que es el referéndum.
¿Usted cómo lo ve?.
Ricardo Homs
@homsricardo
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Columna Invitada
Star Wars: la mezcla entre pasado y futuro
En Star Wars, vemos cómo la saga juega continuamente con conceptos de pasado y futuro.
Por: Ignacio Anaya
Hace poco se estrenó la serie de Ahsoka y, como buen fan de Star Wars, no podía perdérmela, estuviera buena o no. Sin caer en spoilers, en el tercer capítulo ocurre una persecución de naves espaciales y algo peculiar llamó mi atención: los vehículos tenían el diseño de aviones de la Segunda Guerra Mundial, pero, en lugar de volar en el cielo, se encontraban en el espacio. Eso, junto con unos láseres, fue suficiente para brindar al espectador esa dosis de ciencia ficción que espera de la saga.
En Star Wars, vemos cómo la saga juega continuamente con conceptos de pasado y futuro. Aunque la historia se sitúa en “una galaxia muy, muy lejana” y comienza con las palabras “Hace mucho tiempo…”, presenta una visión futurista con tecnologías avanzadas, sistemas políticos complejos y una amplia variedad de especies interconectadas. Desde ese momento, deja claro algo: el tiempo de la saga es mítico, no cronológico. En este sentido, Star Wars muestra un futuro que es al mismo tiempo pasado.
Es aún más interesante el hecho de que la saga comenzó en una historia con un pasado mítico, pero que luego se volvió crucial para comprender la trama posteriormente. ¿Eran necesarias las precuelas? No lo menciono en cuanto a su calidad; me considero parte de la generación que creció con ellas y, personalmente, es mi periodo favorito del universo de Star Wars. Lo que quiero destacar es cómo su existencia reconfiguró, en cierta medida, la manera de entender la saga. En las películas originales había menciones a una guerra de los clones; la Fuerza y los Jedi son un mito y la historia de Anakin Skywalker se encuentra fragmentada. Todo se revela con la aparición de las precuelas, décadas después.
¿Necesitamos saber qué pasó para tener una comprensión profunda? En la medida en que ese universo existe y es comprensible, siempre querremos estar al corriente. Ya sea conscientemente o no, los seguidores de la saga lo saben; por eso, cuando que hay una oportunidad de ver algo nuevo, lo hacemos… y luego llegan las críticas.
Ahora bien, como sucede con muchas narrativas, es difícil escapar del pasado o resistir el impulso de representarlo. Sin esa representación Star Wars no sería el producto final que conocemos. Al principio, mencioné el ejemplo de las naves en la serie de Ahsoka, pero es solo uno de muchos donde se observan elementos similares. En una entrevista con la revista Times el 29 de abril de 2002, un entrevistador preguntó a George Lucas por qué las mujeres en las películas tenían peinados peculiares, haciendo una obvia referencia a la princesa Leia. Lucas respondió: “En la película de 1977 (Una nueva esperanza), trabajé arduamente para crear algo distinto, fuera de la moda. Por eso, opté por un look revolucionario femenino al estilo Pancho Villa, que es lo que es. Los moños básicamente provienen del México de principios de siglo. Luego tuvo tanto éxito que se convirtió en algo icónico. En la nueva trilogía, se aplicó la misma lógica: intentar hacer algo atemporal.”
Además de mostrar la influencia mexicana en la saga, resulta interesante el comentario sobre el uso de estilos del pasado que se sienten atemporales. En una historia con una narrativa situada en un futuro que, al mismo tiempo, es pasado, los juegos temporales propician el anacronismo como estética de ese universo.
Esta combinación entre lo familiar (referencias históricas y culturales) y lo desconocido (tecnologías futuristas) podría interpretarse como nuestra incapacidad para anclarnos por completo en el pasado o proyectarnos plenamente hacia el futuro. Vivimos en un presente perpetuo, donde nuestras percepciones del tiempo y el espacio están en constante cambio. Star Wars, a pesar de su ambientación en “una galaxia muy, muy lejana”, capta este sentimiento al desdibujar las líneas lo que es pasado, presente y futuro.
George Lucas, consciente o inconscientemente, toca una fibra profunda al combinar lo familiar con lo extraño. Al optar por estilos “atemporales”, crea un universo en el que las categorías tradicionales de tiempo se desvanecen. La saga no es solo una obra de ciencia ficción, sino también una reflexión sobre la naturaleza del tiempo, la historia y la identidad. A través de ella, podemos analizar cómo entendemos y nos relacionamos con nuestro pasado y futuro, y de que manera esas percepciones influyen en nuestra experiencia del presente.
La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx
Opinión
Las rasgadas vestiduras del votante católico
Felipe de J. Monroy*
Los católicos en México jamás han votado de forma homogénea, no existe un ‘bloque católico electoral’ y todo parece indicar que ni la identidad religiosa del candidato ni la del partido político influye de manera significativa entre el electorado creyente para la definición de su simpatía o su apoyo.
Esto no quiere decir, sin embargo, que cualquier expresión de valores socioculturales y religiosos sea igualmente válida para las afinidades del electorado mexicano: hay rasgos idealizados de la mexicanidad fuertemente compartidos con sólidas conexiones a la cultura religiosa cristiana y que suelen ser hábilmente explotados en campañas electorales por quienes saben escuchar al pueblo.
El último tramo de la larga campaña de Andrés Manuel López Obrador dio cátedra de cómo se pueden construir esos vasos comunicantes entre el discurso político y los valores culturales sociorreligiosos del país.
A pesar de liderar los últimos resabios de las agrupaciones políticas de corte socialista y herencia comunista en México (además de provenir de una de las tradiciones políticas más anticlericales del país), el tabasqueño levantó su ascenso a la Presidencia no sólo mostrando distante respeto a las prácticas religiosas cristianas presentes en casi en el 90% de la población sino enalteciéndolas como parte esencial de la vida cultural del país y como parte de la respuesta a los desafíos políticos y económicos emergentes.
Pero, aunque no exista un ‘bloque electoral católico’ en México no quiere decir que los actores políticos y sus partidos no estén buscando congraciarse con la identidad religiosa mayoritaria en el país o que –y esto es lo realmente relevante– no exista la tentación de que ciertos grupos religiosos estén ya politizando y polarizando la fe a fuerza de integrismos y pelagianismos exacerbados motivados por auténticos intereses mesiánicos o directamente mundanos.
Como es de esperarse y debido a la dureza de sus certezas, estos grupos tampoco son homogéneos. Sus filias, fobias y activismo político son tan dispares que lo mismo pueden apoyar a movimientos electorales tradicionales (más o menos ubicados entre el socialismo libral o el liberalismo social) que a los nuevos exotismos políticos liderados por pragmáticos outsiders.
Y quizá eso no sea lo grave, lo cuestionable es que dentro de la compleja y bimilenaria catolicidad se autoproclamen como los auténticos seguidores de la doctrina debido a su elección política.
Esto último no es menor, actualmente hay grupos de identidad católica politizados y polarizados a tal nivel que incluso cuestionan al colegio episcopal y al sumo pontífice por no ceñirse a lo que ellos creen que es la verdadera doctrina política del catolicismo.
No sólo ellos se rasgan las vestiduras por la definición contraria o por la indefinición política de sus hermanos de fe sino que utilizan cuanto argumento les caiga en mano para jalonear al votante de identidad cristiana hasta rasgarlo en lo que Benedicto XVI llamó “esquizofrenia entre moral individual y pública”.
Estos grupos apelan a la invariabilidad doctrinal de su religión en la vida pública, pero no caen en cuenta que los propios pontífices han comprendido que la inmutabilidad del mensaje divino siempre está sujeto a las limitaciones de la comprensión, la razón y el devenir histórico humano. Benedicto XVI en un discurso a políticos europeos en 2006 enumeró tres “principios no negociables” de los católicos en la política (protección de la vida, matrimonio tradicional y libertad de educación a los hijos); pero él mismo en su exhortación Sacramentum Caritatis del 2007 añadió “promoción del bien común en todas sus formas”. Ratzinger comprendió una evolución de su comprensión ante las urgencias sociales.
Y sucede ahora igual con Francisco, el pontífice argentino directamente ha desautorizado la creación de ‘partidos católicos’ en el mundo; la Congregación de la Doctrina de la Fe ha alertado del creciente neo-pelagianismo desde el cual algunos creyentes se sienten preservados del error de juicio; y el aggiornamento político de la Iglesia hoy apunta más hacia la fraternidad, la justicia social y la democratización en la búsqueda del bien común en lugar del autoritarismo de soluciones inmediatistas.
A pesar de eso, la radicalidad de identidad política catolizante de estos grupos se seguirá sujetando a sus pequeñas certezas de tal manera que incluso podrán seguir llamando católico-provida a quien está a favor de la pena de muerte (una práctica hoy opuesta al catolicismo) y llamar comunista a quien esté a favor de la justicia social y el bien común (búsquedas centrales de la Doctrina Social de la Iglesia).
Por eso, para el actual proceso electoral mexicano, resultan inspiradoras –más no impositivas– las palabras de Francisco en Fratelli tutti: “Cada día se nos ofrece una nueva oportunidad, una etapa nueva.
No tenemos que esperar todo de los que nos gobiernan, sería infantil. Gozamos de un espacio de corresponsabilidad capaz de iniciar y generar nuevos procesos y transformaciones.
Seamos parte activa en la rehabilitación y el auxilio de las sociedades heridas. Hoy estamos ante la gran oportunidad de manifestar nuestra esencia fraterna, de ser otros buenos samaritanos que carguen sobre sí el dolor de los fracasos, en vez de acentuar odios y resentimientos. Como el viajero ocasional de nuestra historia, sólo falta el deseo gratuito, puro y simple de querer ser pueblo, de ser constantes e incansables en la labor de incluir, de integrar, de levantar al caído; aunque muchas veces nos veamos inmersos y condenados a repetir la lógica de los violentos, de los que sólo se ambicionan a sí mismos, difusores de la confusión y la mentira. Que otros sigan pensando en la política o en la economía para sus juegos de poder. Alimentemos lo bueno y pongámonos al servicio del bien”.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe
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