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Felipe Monroy Felipe Monroy

Felipe Monroy

Empate, la ficción que anima

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El empate jamás ha tenido buena prensa, casi siempre e injustamente se le compara con la derrota. Donald Rumsfeld, belicista, obseso armamentista y estereotipo formal del secretario de defensa de los Estados Unidos, por ejemplo dijo: “Si empatas, quiere decir que no ganaste”. Aún más, hay quienes afirman que “debería existir una explicación matemática que demuestre lo horrible que es el empate”.

Por supuesto, no siempre es así; en ocasiones el empate se torna casi heroico gracias a una buena historia, a una narración tanto épica como moral que revalora las condiciones más que el resultado o las cualidades más que las cifras. Es el caso del ajedrez, un juego cuyas exquisitas reglas en torno a los empates (tablas) hacen que las partidas donde nadie resulta ganador ni perdedor sean auténticas historias para contar y aprender.

Y, sin embargo, hay algo en el empate que parece clamar desde lo más profundo de la psique humana y que exige ganar (incluso a la mala) o perder (de preferencia honorablemente), pero que aborrece esa terrible indefinición. Es como si al lanzar una moneda al aire, ésta cayera de canto y se sostuviera en esa terca vaguedad e indeterminación, desatendiendo y despreciando a todas las apuestas.

Ahora imaginemos que una fuerza misteriosa hiciera desaparecer a esa moneda sin aclararnos el resultado y sin darnos incluso la posibilidad de volver a realizar la apuesta. ¿Habría paz o tranquilidad mental con esa incertidumbre? Es seguro que no. El empate, por decir lo menos, nos incomoda; aunque, si es producto de una buena historia, tiene potencialidad de animarnos.

Esto se ha visto incontables veces, por ejemplo, en las finales de futbol. Ante todo debo advertir que no soy un experto en la materia –ni siquiera soy un buen aficionado– pero sé que al empate en este juego se le otorgan diferentes valoraciones dependiendo de cómo se haya llegado a él.

En primer lugar está el ‘empate soporífero’, el clásico 0-0 que se prolonga casi concienzudamente por los jugadores o los directores técnicos que parecen tener la misión de aburrir y molestar a los espectadores; en ese tedio total, incluso el azar podría tener más tino y empeño que los participantes del juego. Luego viene el ‘empate pactado’, da igual si es a ceros o a doscientos tantos, siempre provoca una indignación supina, la ira del respetable que no soporta ser estafado de tal manera.

Pero todo cambia con el ‘empate épico’, es decir aquel que crea la hazaña de remontar mucho trecho, desde la aparente e ineludible derrota hasta alcanzar el empate: una proeza. Esta situación provoca la misma cantidad de emoción entre quienes remontan y quienes se ven remontados; pero son emociones distintas, una imprime entusiasmo y admiración mientras la otra, vergüenza y agobio.

Y finalmente están el ‘empate técnico’ y el ‘empate metafísico’. El primero siempre tiene que ver con el tiempo. Así, algo puede estar en ‘empate técnico’ en un momento previo a la definición; por ejemplo, las intenciones electorales según las encuestas o un empate en espera de un voto decisivo ya sea de un miembro externo o de uno interno cuyas cualidades de poder son diferenciales específicamente para estos accidentes. Es decir, un empate técnico siempre se resuelve junto a la variable del tiempo y de una toma de decisión.

El ‘empate metafísico’ es, sin embargo, esa extraña sensación de ver o participar de incesantes acontecimientos pero cuyos conflictos quedan en completa irresolución; es decir, como si se pudiera testimoniar una batalla que deja todas las cosas tal y como estaban, de suerte que el espectador tiene la sensación de que algo decisivo estaba por ocurrir, pero que no ocurrió en absoluto.

Hay algo interesante respecto a este empate, su relevancia se encuentra en su singular vacío, en su perturbador equilibrio, en la manera en cómo niega cualquier acto, incluso cualquier pensamiento. Como si en la creación nada fuera creado o en el caos no se desordenara nada o en la destrucción todo permaneciera igual. La mera existencia de este ‘empate metafísico’ en la mente humana es una afrenta a nuestra existencia, como si hubiera caminos sin destinos, eventos sin desenlace, un perpetuo ‘ahora’ o un presente inmóvil.

Huimos del empate pero necesitamos de esa ficción para que los conflictos o las contiendas nos signifiquen algo. Para que la lucha tenga propósito y el esfuerzo, sentido. O como decía M. Luther: plantar un árbol incluso bajo la conciencia de que el mundo se cae a pedazos. Hemos recibido tanto que vale el esfuerzo devolver tanto por cuanto, incluso más, para no quedar empatados.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe



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Felipe Monroy

Francisco: undécimo año

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Este 13 de marzo, el papa Francisco ha cumplido once años al frente de la Iglesia católica y no es poca noticia. Quizá la expresión papal haya perdido algo de sentido en el mundo secular; sin embargo, en su significado formal, la persona en el papado representa el poder máximo y supremo sobre todo el orden eclesiástico en el mundo. Bajo su autoridad ordinaria, plena y universal ejerce potestad como supremo Maestro, supremo Pontífice y supremo Pastor y Jefe de la Iglesia y, por si fuera poco, en su persona se confirma no sólo la unidad y la obediencia de los católicos sino la certeza de que, sobre la piel del tiempo, el error no prevalece, ni la fe desfallece ni nadie está perdido totalmente.

No cabe duda de que el primer pontífice jesuita y latinoamericano de la historia ya ha dejado una singular impronta en el ejercicio del papado: comenzó sorprendiendo con sus gestos sencillos, humildes y populares; con su misa diaria provocó una renovación al estilo de predicación directa y sin ampulosidades; con creatividad –y no pocas resistencias– logró la difícil reforma del aparato de gobierno bajo la Santa Sede para adaptarla al famoso ‘Cambio de Época’; hizo natural el sacar la investidura del palacio apostólico para arriesgarse entre las heridas contemporáneas e interpelar realidades concretísimas; y, sobre todo, ha puesto en segundo lugar las ritualidades políticas (el cálculo, el protocolo, el pacto) para permitirse la radical audacia de ser cristiano en un mundo descristianizado.

Su estilo ha sido inspiración evidentemente para el mundo católico, pero incluso personas no creyentes o seguidores de otras religiones también reconocen en Francisco un liderazgo espiritual ejemplar en el siglo XXI. Sin embargo, hay que mencionar que también estamos frente al momento de mayor inquina contra un pontífice desde hace ya un par de siglos y sorprende además que buena parte de la malquerencia provenga justamente de liderazgos católicos.

Desde un sitio que no puede ser sino la soberbia, estos grupos de católicos regatean a Papa su calidad doctrinal y teológica; su temperamento y sus audacias en la renovación institucional; su lectura geopolítica y hasta su falta de distinción entre los ‘grados’ de pureza entre ‘mejores’ y ‘peores’ católicos. En recientes días, por ejemplo, fue viral el video donde un pequeño grupo de sacerdotes católicos –que inflaman a su grey e incendian las redes digitales con sus obsesiones políticas– expresamente confesaron rezar a Dios para que le dé muerte temprana al papa Francisco. Pero este no es el único ni el peor ejemplo de falta de respeto y obediencia de los ministros católicos al pontífice argentino: varios sacerdotes, obispos y cardenales atizan permanentemente pequeños infiernitos a través de los medios de comunicación para presionar a su Pastor y para generar caos con desconfianza entre los feligreses.

Este golpeteo, este ‘fuego amigo’ contra Francisco comenzó desde el minuto cero del pontificado; en gran medida derivado del prejuicio –en el fondo discriminatorio– de que los pastores latinoamericanos no tienen ni tendrán las capacidades intelectuales o teológicas de los pastores europeos; de que la historia latinoamericana no tiene mayor cosa qué aportar a la historia universal; y que los organismos estructurales creados para servir al papado en las últimas centurias son más relevantes que el propio pontífice. De hecho, con cierta sorna se ha escuchado con mucha más frecuencia aquella máxima de la jactancia del poder que dice: “Los papas vienen y van, pero la Curia permanece”.

Si algo mantuvo al margen durante todo este tiempo esas voces maliciosas fue la intensa actividad de Bergoglio, su prolífica aportación al magisterio cotidiano a través de su homilética y sus discursos; y, sobre todo, sus audaces incursiones en las realidades y temas más acuciantes del orbe y de la actualidad: la ecología integral, la migración, los pobres y descartados, las mujeres, los conflictos políticos e interreligiosos, la crisis antropológica y educativa, la explotación irracional, el consumismo, la perniciosa adoración del mercado y el capital económico, etcétera.

Pero es evidente que las capacidades del pontífice ya no son las mismas que hace una década; además de la vejez y el agravamiento de varias afecciones de salud, hay que recordar que, a diferencia de sus predecesores, Francisco decidió no apartarse al descanso con regularidad ni a tomar vacaciones para reparar fuerzas de su ajetreada agenda. Año tras año se evidencia la creciente vulnerabilidad de un servidor de la Iglesia que se desgasta sobre la áspera lija de la historia.

Y, sin embargo, es justo el tiempo de su propio pontificado el que marca la renovación de su obra y ejemplo: en la inspiración para quienes están convencidos de que la Iglesia debe ser pobre y para los pobres, que debe preferir arriesgarse al accidente por salir de sus fueros antes que enfermarse de sus propias obsesiones y encierros, que debe ‘primerear’ en misericordia y en ternura, que debe atender con urgencia a quienes más lo necesitan y que debe recobrar la confianza de que la realidad no se agota ni en el espacio ni el conflicto. En fin, que más que calcular en algo debe creer.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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Felipe Monroy

Itinerario 2024: Converger y disentir en el diálogo político

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En un hecho inédito, este 11 de marzo, las tres candidaturas a la presidencia de la República aceptaron acudir a la convocatoria realizada por la Iglesia católica mexicana y firmar un Compromiso por la Paz, un documento emanado de un largo proceso en el que, a través de diversas organizaciones, se exploró el panorama de violencia y crimen en México al tiempo de compilar las mejores prácticas ciudadanas en la construcción de paz.

La firma del Compromiso por la Paz se realizó en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco, de la Ciudad de México, con la asistencia escalonada de Jorge Álvarez Maynez, Xóchitl Gálvez Ruiz y Claudia Sheinbaum Pardo; presidieron el evento los titulares de la Conferencia del Episcopado Mexicano, de la Conferencia de Superiores Mayores de Religiosas y Religiosos, la Compañía de Jesús y la Dimensión Episcopal de Laicos.

El cariz del documento es tanto iluminador como programático. Realiza una evaluación de las condiciones de violencia persistentes en México durante los últimos tres sexenios (cada uno bajo signo diferente de partido) y propone áreas de atención urgentes desde la política pública.

Sin ninguna sorpresa, tanto el candidato de Movimiento Ciudadano como la representante de la triada partidista PAN-PRI-PRD, firmaron el documento adhiriéndose por entero tanto al diagnóstico del estado de la violencia y el crimen en México como a las propuestas emanadas de los foros y diálogos por la paz liderados por la Iglesia católica. La única que regateó algunos ejes primarios del documento fue la abanderada de Morena-PT-PVEM y enumeró lo que en congruencia dijo no estar de acuerdo ni compartía.

Cualquier lectura superficial de las comparaciones entre los candidatos en esta inédita propuesta cívico-política de la Iglesia católica será casi propaganda; pero, en el fondo, también sería irrespetuoso para todas las organizaciones eclesiales y eclesiásticas que participaron en el arduo itinerario de consulta y diálogo por la paz en México, simplificar groseramente lo acontecido. Así que esto merece una serie de lecturas amplias y diversas; yo sólo propongo la siguiente:

Maynez y Gálvez acudieron al evento con poco qué perder y mucho por ganar. Evidentemente como las opciones opositoras al gobierno, los planteamientos sobre “lo que está mal” pero “podría ir mejor con ellos” les resultan naturales.

Maynez hizo –en una soledad dolorosa– una serie de planteamientos convergentes con el documento de la Iglesia y confirmó una verdad imbatible sobre el estado de descomposición social que acusa el texto: si la crisis es manifiesta ha sido por los errores de los últimos tres sexenios, no sólo del último. Dijo además algo que sus contrincantes no alcanzaron a ver: este ejercicio cívico por parte de la Iglesia es apenas el comienzo. Una Iglesia mexicana proscrita del diálogo público-político durante más de un siglo ha dado un salto inmenso hacia la integración de su voz y sus voces en el espacio político; algo a lo que no pocos sectores herederos del constitucionalismo social revolucionario ven con malos ojos.

En contraste, Gálvez se afianzó en lo que mejor sabe hacer que es criticar la actual administración, por ejemplo, hizo un pase de lista de los ocho sacerdotes asesinados en el sexenio de López Obrador; pero evidentemente eludió la cuarentena de sacerdotes ultimados en los sexenios bajo los signos del PAN y el PRI que ahora abandera. Abundó sobre la idea del laicismo positivo en el cual iglesias y gobiernos pueden coparticipar en búsquedas símiles. Dijo, finalmente, lo que la audiencia quería escuchar y por ello logró el único aplauso que recibieron los políticos en sus disertaciones. Pero además, cameló a sus interlocutores asegurando que se comprometía además a privilegiarlos en su primera reunión como mandataria si llega al poder; con no poca demagogia les dijo a los obispos, religiosos y religiosas que su documento sería “el alma y el faro que guíe su toma de decisiones”.

El único contraste lo puso la candidata Sheinbaum y, aunque era evidente que aun antes del evento era el personaje político con más que perder que ganar (además de aventajar en las encuestas, está obligada a mantener una narrativa de éxito en la administración de López Obrador), su presencia fue un cálculo admisible de riesgo. La asistencia al evento de la candidata que buscaría dar continuidad al proyecto de Nación iniciado en 2018 fue un riesgo que aceptó con tiento: acudía a un sitio en donde el diagnóstico del país incluso bajo la administración lopezobradorista es dramático (la violencia y el crimen han alcanzado una cúspide de impunidad intolerable) y que exige un viraje radical al proyecto de nación que propone el movimiento autodenominado Cuarta Transformación de la vida política de México.

Sin duda, la lectura obvia y simplista es que si la candidata Sheinbaum iba a manifestar desacuerdos con las líneas del Compromiso, ¿por qué firmarlo? Sin embargo, quizá haya que ponerle una mirada distinta: La propuesta de paz liderada por la Iglesia puede ser (como lo es) sumamente importante porque abreva de esos foros realizados en todo el país junto a parroquias, congregaciones y misiones religiosas que invitaron a algunos sectores de la sociedad civil; pero no es, ni puede ser, la voz absoluta de la pluralidad mexicana. Es representativa, sí; pero no absoluta. Acercarse al diálogo y comprometerse a mantenerlo abierto es apenas justo para no cerrar caminos y acuerdos con otros sectores; sectores que no estuvieron involucrados en el gran ejercicio realizado por la Iglesia.

Se puede o no estar de acuerdo en lo planteado por Sheinbaum; de hecho, personalmente considero evidente la militarización del país cuando sus cuadros ejercen funciones cuya naturaleza no pone en riesgo la estabilidad del Estado (construcción, administración) y, a pesar de los datos ofrecidos por la candidata, hay una percepción debatible sobre las cualidades de la violencia y sus fueros desatados desde el gobierno de Calderón y perpetuados en el sexenio de Obrador. Sin embargo, quizá su discurso fue el único que respetó la inteligencia de su audiencia: no se puede estar al cien por cien de acuerdo en asuntos que competen al Estado y que, evidentemente son impopulares y odiosas, como es el ejercicio del monopolio de la violencia legítima en favor de la seguridad y el orden en un país.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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Felipe Monroy

Religión, política y construcción de paz

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Mientras a nivel internacional se busca proscribir o limitar formalmente la libertad religiosa y la participación de las identidades religiosas en las sociedades contemporáneas; en México, la menos la Iglesia católica ha dado un paso al frente para participar de lleno en la vida pública del país, no como una organización proselitista o propagandística de un credo sino como una extensa y diversa estructura social que recoge del pueblo sus voces y preocupaciones, y busca colocarlas al frente del debate político del que fueron proscritas hace décadas, ya sea por las cúpulas partidistas o por los poderes fácticos.

Sin duda, habrá sectores que reaccionen negativamente a la convocatoria que hizo esta semana la Iglesia a Claudia Sheinbaum, Xóchitl Gálvez y Jorge Álvarez para a firmar un acuerdo de paz nacional y para comprometerse a asumir en sus políticas públicas –de llegar a la Presidencia– las propuestas emanadas del largo camino del Diálogo Nacional por la Paz, que realizó la Iglesia católica junto con múltiples organizaciones y estructuras intermedias de la sociedad durante los últimos dos años.

Dichas reacciones negativas pueden ser resabios de nuestra historia patria (que no explicaré aquí) pero también parte de lo que hoy se promueve a nivel internacional, especialmente a través de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y la Organización de Estados Americanos (OEA). Se trata de una “nueva política” frente a la libertad religiosa de los pueblos y los ciudadanos del continente.

En esta redefinición de los estándares interamericanos sobre libertad y creencia formalmente se dan cabida a reflexiones altamente cuestionables como el que la libertad religiosa es una amenaza o un obstáculo a la garantía de ciertos derechos humanos o de ciertos colectivos; por ello, hoy muchos de los debates jurídico-culturales pretenden suprimir el derecho a la objeción de conciencia, el derecho a la libertad de expresión religiosa en el espacio público e incluso condicionar el derecho a la libertad de elección de los padres a la educación religiosa de sus hijos y hasta el derecho a la interacción cultural y solidaria de las instituciones religiosas con comunidades vulnerables o localidades marginadas.

Esto nos retorna a la reciente propuesta que las instancias católicas de México lanzaron para convocar a los aspirantes a puestos de elección popular a asumir un compromiso por la paz (se anunció que el acuerdo no se limitará a las elecciones federales sino a las estatales y municipales). Porque el debate realmente no pasa sobre el derecho que los creyentes y las instituciones religiosas tienen de participar del foro público o cooperar en la incidencia de políticas públicas; sino en lo que dicha participación representa para el orden social, la gobernabilidad y la construcción de paz.

La convocatoria pública y abierta de los obispos, las congregaciones religiosas y la Compañía de Jesús en México a las candidaturas políticas en este proceso electoral no sólo es audaz e inédita, es una propuesta disruptora de las argumentaciones antirreligiosas que, a nivel global, buscan no sólo la separación entre Iglesias y Estado sino que exigen cierta esquizofrenia identitaria al ciudadano creyente (para dividir su psique como ciudadano en el espacio público y como creyente en los espacios restringidos para la práctica de su fe). Porque, en principio, esta convocatoria a las élites políticas (que terminarán gobernando y administrando la función pública) no busca colocar agendas cupulares o de grupo sino poner en la mesa las inmensas diversidades de un pueblo mexicano cuya voz y palabra no suelen estar presentes en el proceso electoral de su propio país.

El Diálogo Nacional por la Paz ha sido un esfuerzo de largo aliento que recogió de diversos foros y conversatorios realizados en el territorio mexicano y en la pluralidad de expresiones socioculturales y económicas del país. Tanto las ‘buenas prácticas’ de construcción de paz como las propuestas de política pública de las y los mexicanos ‘de a pie’ fueron tomadas en cuenta, sistematizadas y organizadas por especialistas de diversas disciplinas; las instancias eclesiásticas, que son referentes diseminados en toda la nación, han sido apenas un vehículo de promoción para que la voz de los pueblos llegue a los oídos de los tomadores de decisiones y, ahora, esperarán que el próximo 11 de marzo los contendientes por la Presidencia firmen y asuman en sus plataformas dichos acuerdos.

Claramente, la necesidad de este Diálogo Nacional por la Paz surgió de una acuciante preocupación compartida sobre el clima de violencia en el país; sin embargo, su mera existencia y ahora su audaz y libre participación en la esfera política y social, evidencia parte de los avances democráticos en México, los cuales no dependen ni están constreñidos a las instituciones electorales sino a la libre organización, la participación, la pluralidad y la diversidad, e incluso la libertad religiosa que no se limita al ejercicio de prácticas rituales sino a la participación transversal de la fe personal y comunitaria en la vida pública.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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Felipe Monroy

Itinerario 2024: Todos los miedos, el miedo

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No hay campaña electoral sin su pizca de miedo, sea éste real o ficticio. En este proceso electoral en México, los juegos retóricos de cada candidatura y de sus patrocinadores exaltarán los miedos narrativos con o sin apoyo de evidencia constatable; sin embargo, hay que reconocer que, en el país, muchos de estos temores están bien sustentados.

Al menos así lo manifestaron dos instancias importantes en este arranque de campañas: El alto comisionado de la ONU para los derechos humanos, Volker Türk, urgió a las autoridades mexicanas a que blinden el proceso electoral de los muchos ejemplos de violencias que cunden en el territorio mexicano y que se manifiestan especialmente en los asesinatos de líderes políticos así como las intimidaciones que el crimen organizado hace contra la población.

Coinciden con ese análisis los obispos católicos de México quienes a través de un extenso posicionamiento político frente al proceso electoral en el que afirman: “Sabemos ya de algunos riesgos que amenazan la estabilidad democrática mediante la violencia criminal que, al mismo tiempo, afectan la libertad ciudadana”.

Pero aún más, el episcopado deja entrever en su mensaje que los grupos criminales ponen en riesgo la democracia no sólo como un agente externo de agresión e intimidación sino que podrían afectar el proceso electoral desde su seno, en colusión o connivencia con grupos políticos: “Creemos que el peor de los escenarios, el que mayormente debemos evitar, es aquel en el que el crimen organizado y otros grupos delincuenciales intervengan en el proceso electoral, en cualquier lugar y momento. La democracia electoral mezclada con la delincuencia es un binomio totalmente inaceptable, es un signo de la más deplorable corrupción que se debe evitar a toda costa. Por ningún motivo se puede justificar y mucho menos entrar en complicidad”.

El miedo es un potente motor de afianzamiento de aquellas bases electorales ya convencidas y un volátil catalizador de cambios actitudinales en electores indecisos. La razón es que las estrategias de miedo abarcan una versatilidad inmensa de recursos, medios y mecanismos para infundir temor a que algo ocurra o a que no suceda, a lo posible y a lo probable, a lo conocido o lo desconocido, a lo evidente y a lo inconfesable. Sin embargo, las tácticas políticas que utilizan el miedo como un eje narrativo (en estas campañas ya han vuelto al centro discursivo las palabras ‘peligro’, ‘desastre’, ‘devastación’, etcétera) tienen dos efectos poco atendidos: la temprana autosatisfacción y el abstencionismo sistémico.

En una campaña política donde el miedo es la principal pieza en juego; es decir, cómo se convence al electorado de no votar por el otro, el triunfo básicamente conjura el peligro y provoca una temprana autosatisfacción de los ganadores. Esta situación, en la administración o el gobierno, genera la defensa perfecta para minimizar las pifias o desacreditar las críticas. Ese miedo perdura para justificarlo todo: “Sí, estamos mal; pero de la que nos salvamos”, parecen decir sus usufructuarios.

Y el abstencionismo sistémico es algo que conocemos bien en México y todo parece indicar que el miedo tiene mucho que ver. No sólo porque las campañas utilizan este recurso retórico para evitar votos a favor de sus contrincantes sino porque la acumulación de escenarios funestos sin una pizca de esperanza propositiva provoca inmovilismo, descrédito de todo, sentimiento de inutilidad e impertenencia a las dinámicas democráticas. Ese miedo confirma la idea: “Nada de lo que haga yo podría impactar en ese océano de temores”.

Como sea, no todos los miedos son retóricos. Hay riesgos concretos y palpables en la vida pública del país: hay una profunda crisis de violencia y descomposición social, asesinatos, coacciones, intimidaciones, desapariciones, extorsiones, corruptelas, privilegios discriminatorios, descarte de las personas vulnerables, impunidad, indolencia y un largo etcétera. Pero siempre será importante ordenar y jerarquizar aquellos riesgos más apremiantes, más acuciantes; los que pueden ser atendidos más desde la educación y los que requieren intervención de la fuerza legítima del Estado.

Es decir, es importante reconocer las narrativas y geografías del miedo que las campañas políticas habrán de dibujar en estos meses; reconocer los lugares reales y los artificiales, los miedos que están verdaderamente ligados a un riesgo y no sólo a retóricas políticas. Y finalmente, habrá que reconocer cuáles son los márgenes reales que, con nuestros temores, dejamos y permitimos a los poderes institucionalizados o fácticos controlar nuestra democracia. Pues si de algo sabemos los mexicanos es que depositar toda la posibilidad organizativa y de participación democrática a las instituciones y las leyes ‘inmarcesibles’, no sólo corremos el riesgo de una democracia ‘en el papel’ que mantenga invisibilizada tanto a minorías, como a las injusticias y descarte a los incómodos del curso de la historia.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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