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Felipe Monroy

Abogar por las minorías ¿y ya?

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La semana pasada, a propósito del debate respecto a cuántos legisladores les corresponden a los partidos políticos tras las elecciones federales, los obispos católicos emitieron un mensaje con dos acentos importantes: que López Obrador no debe ejercer presión sobre la decisión de los magistrados y que éstos no sólo cumplan con lo que dice la ley sino que respondan a cierto ‘imaginario judicial’ interpretativo, es decir a una serie de supuestos re-contextualizados de las intenciones que la ley quizá quiso promover o proteger pero que no están explícitamente declaradas en el texto.

Como lo explicamos anteriormente, se trata de un acto histórico -y quizá definitorio- en que los obispos católicos se posicionan políticamente de manera abierta y frontal ante un tecnicismo jurídico que sin duda repercutirá en la forma en que se podrá hacer trabajo parlamentario (negociación, acuerdos, discusiones, etcétera) en la LXVI legislatura. La preocupación de los obispos es evidente aunque no la señalen en su documento: Una mayoría legislativa obediente a un único liderazgo político actuaría de manera absolutista y unilateral, aprobando leyes irreflexivamente por vía de la consigna e invisibilizando toda discusión legislativa.

El asunto no es menor y la valoración externada por los líderes de la aún mayoritaria población religiosa en México es todavía más importante: La justificación ética de su posicionamiento es el valor político de “las minorías” en la vida democrática. Un planteamiento que parece noble en principio, pero visto con calma lleva a preguntar cuáles son esas minorías por las que el episcopado ha decidido interceder políticamente: ¿Minorías étnicas, lingüísticas, religiosas? ¿Minorías culturales, económicas, sexuales? ¿Minorías oligárquicas, hiper privilegiadas, supremacistas? ¿O sólo están intercediendo por ciertas minorías políticas con nombre y apellido partidista?

Es cierto que la democracia requiere por lo menos diversidad para mantener las tensiones del juego político: la negociación y los acuerdos no tienen sentido si no hay disenso o diferendos. Por ello, una “aplanadora” legislativa parece el fin de la democracia y, sin embargo, también se debilita la democracia por otras vías mucho más sutiles: “Cuando las minorías partidistas capturan las instituciones contramayoritarias pueden permitir al bando perdedor de la historia retener el poder. […] Una cosa es que las minorías frustren o derroten durante un tiempo a las mayorías en peleas políticas puntuales; sin embargo, otra cosa es que una minoría partidista derrote o imponga continuamente medidas a las mayorías o, peor todavía, que se sirva del sistema para consolidar sus ventajas”, cuestionan los politólogos Levitsky y Ziblatt en su más reciente obra ‘La dictadura de la minoría’.

Detengámonos nuevamente en la idea de la ‘aplanadora’ legislativa. La historia reciente de México tiene amargos episodios por las reformas a las leyes y a la Constitución que se hicieron para beneficiar el sistema hegemónico político autoritario unipartidista; y tienen razón los asesores políticos del episcopado en manifestar sus inquietudes respecto a la tentación que tendría el poder de cambiar el país mediante ‘decretazos’; no obstante, hay un error de criterio (o peor quizá, un prejuicio) en esta suposición: pensar que los legisladores de un grupo político estarían imposibilitados al discernimiento y atados a una obediencia ciega; y creer al mismo tiempo que los legisladores de otro grupo político sí tendrían la capacidad de actuar libremente y con integridad a diferencia de los primeros.

Es probable que haya un dejo de discriminación pero también un potencialmente nociva sombra que ha acompañado las épocas más oscuras de la Iglesia católica: fomentar la idea de que todos los seres humanos son iguales pero que unos son más iguales que otros. La purificación moral de unos en contraposición a los otros es justamente el núcleo del entuerto político que vivimos. Es decir: ¿Qué garantías ofrecen las minorías políticas partidistas actuales de servir a la democracia? ¿Su alta integridad patriótica, su odio visceral al poder popularmente electo o su trabajo por la visibilización de auténticas necesidades y legítimas luchas sociales? Además, por desgracia para el país, ninguna norma impide que las minorías legislativas actúen también ciega e irracionalmente para ignorar o boicotear de forma permanente la voluntad de la mayoría, incluso en aquellos temas reclamados legítimamente por la propia ciudadanía.

¿Y qué hay del resto de los imprescindibles democráticos no vinculados a la colisión de fuerzas, como la transparencia, la rendición de cuentas, la credibilidad en el sistema de justicia, el gobierno abierto y participativo, la regulación de los lobbies, la independencia y pluralidad de medios de comunicación? Es decir, en México no son pocas las estructuras jerárquicas que lidian penosamente con el mejoramiento de su propia calidad democrática; lo que también hace cuestionable su interés de democratizar sólo aquello que no afecte sus privilegios.

Como sea, el problema de la legitimación de las búsquedas políticas de los grupos minoritarios está en la definición de dichas minorías y si estas representan legítimas luchas sociales o si son pequeños grupos pertenecientes a ciertas élites o abolengos políticos que se representan sólo a sí mismos. Y esta crítica vale igual a las cúpulas partidistas ganadoras como a las perdedoras del voto popular pues ya lo dijo el papa Francisco en su discurso ante la élite política convocada por Enrique Peña Nieto en el Palacio Nacional en aquel febrero de 2016: “La experiencia nos demuestra que, cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción”.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe



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Felipe Monroy

Navidad y tinieblas

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Vivimos bajo un permanente agobio por las malas noticias; desde las más inmediatas y próximas hasta las globales y trascendentes. Cuando no son hechos de conflictos políticos y de carencias más básicas de justicia en nuestro propio territorio, son las violencias internacionales y los angustiantes efectos de la destrucción de nuestro hogar planetario los que oscurecen el panorama de nuestros días cotidianos y de la humanidad entera.

Este 2024 ha confirmado que la maldad producida en nombre de casi todas las creencias y convicciones tiene pocas resistencias; sin alarmismos ni dramatismos podríamos asegurar que el mal viaja por anchas carreteras de alta velocidad y encuentra los vehículos de poder más eficientes para replicarse, para extenderse y para arraigarse sobre las instituciones sociales y los grupos humanos. Y, sin embargo, si no brillara una pequeña luz de esperanza entre tanta oscuridad; no habría mucho sentido de seguir adelante.

Nunca ha habido tiempos realmente sencillos, el ser humano vive entre guerras y desastres permanentes. Con las mejores intenciones se reinventa la política y la tecnología para apaciguar los dominios de la maldad y la carencia. Y en general, la humanidad lo ha hecho bien: la ciencia y la tecnología no sólo han facilitado muchos aspectos de la vida, han alargado la expectativa de la misma y han conjurado muchos de los males que la naturaleza no alcanza a remediar para todas sus creaturas; y, por otro lado, la política y las instituciones se han complejizado y especializado intentando atender un mundo cada vez más complejo.

Pero también hay que reconocer que los relatos más simples y más ancestrales son los que siguen configurando buena parte de los mínimos sociales de justicia, bondad, caridad y esperanza. Estos relatos provienen de expresiones humanas fundamentales y trascendentales, son las expresiones de la fe. Aunque en ocasiones también estas sean utilizadas como armas de exclusión, división, castigo y condena.

Sin duda, en su nombre, se han ejercido actos terribles y en la historia se pueden enumerar copiosos ejemplos; casi siempre en cada uno de estos actos maliciosos, esas expresiones religiosas vienen acompañadas por rasgos de fanatismo, fundamentalismo e integrismos; por lógicas de poder, gloria terrena y por jactancias de dominio sobre los débiles.

Sin embargo, cuando se habla de las historias de las principales religiones del mundo solemos olvidar que sus actos de ayuno y templanza van de la mano con la compasión y sed de justicia social; que la confianza en el destino ulterior no está desligada de las responsabilidades personales cotidianas; que las obras más grandes de la fe involucran la devolución de la dignidad a los pobres, la atención de los desvalidos, la asistencia a los enfermos y la lucha junto a los marginados; que la liberación de cada persona y de los pueblos tiene que ver con un rescate integral de esas oscuridades en que el mundo cae frecuentemente.

Por ello, casi todas las religiones tienen un fermento de esperanza; y, en particular, la religión cristiana no puede dejar de contemplar en el Nacimiento de Jesús (la Natividad, la Navidad), el primordial ejemplo de esa virtud. Desde hace siglos, algunas tradiciones cristianas cantan himnos de la Navidad destacando el oscuro escenario como el ambiente en el que el Salvador nació (aunque no necesariamente se ajustan a los textos evangélicos): a mitad de la noche, en una cueva o un pesebre, en un sitio prestado, vulnerable, incluso riesgoso; nacido en una tierra agitada por el poder o como hijo en un pueblo sometido.

Pero para estos relatos es allí, en ese sombrío mundo al descampado, donde la luz nos regala la esperanza. Por ello hasta ahí acuden ricos y pobres, magos y pastores, al encuentro que les devuelve la esperanza, aunque no siempre es sencillo reconocerla. En los relatos algunas veces se dice que llevaban puestos los ojos en el cielo (el símbolo es la estrella que les indica el camino) o también que recibieron seráficas instrucciones; pero en el fondo son un pueblo que es guiado hacia una promesa; y, sin embargo, al llegar descubren que no es en ningún trono o ninguna celestial peana sino sobre el más humilde de los recintos de la tierra donde reside la verdad que anhelan.

Para el mundo cristiano, la contemplación de la Encarnación de Dios en ese humillado rincón del mundo y de la historia no sólo otorga sentido a la “rica pobreza” y la “preciosa miseria” sino que, en el humano peregrinar sobre las tinieblas de cada época, siempre habrá una luz que brilla en nombre de las voces olvidadas, de los que padecen los actos ignominiosos del poder y la vanidad; para rescatar, para iluminar las cíclicas tinieblas.

Así lo dice el himno navideño de Romano de Emesa de hace mil quinientos años, que pone en voz de María, madre de Jesús, el sentido de esta esperanza: “Por los aires, por los frutos de la tierra y los hombres que la habitan, te ruego, niñito mío: reconcilia al mundo… Salva al mundo, salvador; que por eso has venido. Toda tu obra restáurala; por esto has brillado… Y ustedes –dice ahora María dirigiéndose a la humanidad–, abandonen la tristeza: yo he parido la alegría del mundo. Para saquear el reino del dolor he venido”. Lo que nos hace pensar que en este reino de dolor, en este permanente agobio por las malas noticias, incluso para nosotros, en estos tiempos tan oscuros, brilla la esperanza.
Feliz Navidad.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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Felipe Monroy

Erotismo virtual y las cavernas del desierto

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La compra, venta y suscripción de material pornográfico o semi-pornográfico en diversas plataformas digitales es un fenómeno que se ha instalado en la sociedad contemporánea de una forma peculiarmente natural, normalizada incluso. Sin embargo, hay mucho qué reflexionar sobre los efectos que este fenómeno provoca sobre la autopercepción personal, las valoraciones sociales en torno a la dignidad de las personas y las cualidades del auténtico bienestar integral.

Hay voces que, en favor del negocio a través del cual se prostituye la imagen, el nombre o la vida íntima de las personas, afirman que el intercambio de estas ‘mercancías’ no corrompe el cuerpo de quien se vende o no pone en peligro su integridad física; por el contrario, otros consideran que el comercio indiscriminado del cuerpo, la imagen y la identidad (especialmente de mujeres) repercute negativamente en varios aspectos de la vida al supeditar la libertad, identidad y dignidad humana a los mecanismos más deshumanizantes del mercado.

Parece que sólo desde una lógica racionalista del mercado y desde la perspectiva de que es inevitable la autoexplotación de la dignidad personal es posible justificar los bienes que este modelo de negocio. Por el contrario, las iglesias y religiones, al operar bajo lógicas diferentes, suelen ser muy críticas a aquellas actividades comerciales. Por eso ha sorprendido la entrevista publicada en People de la joven ‘Sophie Rain’, de 20 años, quien asegura haber ganado 43 millones de dólares por vender su contenido en la plataforma OnlyFans al tiempo de “conciliar sus valores cristianos”.

Para la joven, el publicar contenido sexual o erótico explícito para adultos no afecta su fe porque es asidua a los servicios religiosos de su congregación. En la entrevista señala que “el Señor es muy indulgente y me puso aquí. Él me puso en la Tierra por una razón y yo sólo estoy viviendo cada día”. En la entrevista, se da a entender que su adhesión e identidad cristiana también está ligada a la caridad de la comunidad religiosa recibida por su familia y por ella, cuando era niña. Y esta declaración recuerda a un par de anécdotas del siglo IV de ciertos monjes cristianos que se retiraron a las cavernas del desierto a vivir de forma ascética y cuya forma de vida era ejemplo para los pueblos aledaños.

La primera historia es sobre Paesia, una joven que perdió a sus padres y quedó huérfana; inicialmente hizo de su casa un hospicio para recibir a los monjes y sacerdotes de Escete (Egipto). Cuando gastó todos sus bienes, la joven comenzó a pasar penurias, “entonces algunos hombres perversos la buscaron y la alejaron del buen propósito, ella comenzó a obrar mal hasta prostituirse”. Los monjes buscaron al famoso abba Juan Colobos (340-410 d.C.) y le contaron lo que sucedía con aquella hermana que había sido tan buena y generosa con los frailes mientras tuvo recursos: “Mostrémosle ahora nosotros caridad a ella, ayudándola”.

El monje fue a verla. Con el dinero por vender su cuerpo y juventud, Paesia ahora vivía en un pequeño palacete con muchos criados y recibió a Juan Colobos con cierto orgullo y vanagloria. El monje, al verla lloró y ella le preguntó por qué. “Veo a Satanás jugando en tu rostro, ¿no he de llorar?”, dijo el religioso. La joven se conmovió, reconoció el mal que se hacía a ella misma y preguntó al monje si había una ‘penitencia’ para purgar sus errores. Juan Colobos la llevó al desierto, en una cueva “hizo una pequeña almohada en la arena y haciendo la señal de la cruz le indicó: ‘Duerme aquí’… hacia la medianoche, mientras hacía sus oraciones, el monje vio un camino luminoso que bajaba desde el cielo hasta donde ella estaba, y vio a los ángeles de Dios que llevaban su alma”. La historia concluye que una hora de penitencia de la joven había valido más que la penitencia de los muchos monjes que se habían alojado en su hogar: “habían pasado en ella largo tiempo, pero no habían mostrado el ardor de la suya”.

Otra historia cuenta una anécdota del abba Timoteo, presbítero y un monje cenobita también de Escete. El religioso conocía el caso de una mujer que daba en limosna todo el dinero que hacía vendiendo su cuerpo a hombres lujuriosos; preguntó a su maestro el abba Pastor qué opinaba. El anciano monje le dijo: “Ella no permanecerá en ese negocio porque el fruto de la fe se manifiesta en ella”. Pasó el tiempo y la madre de la mujer acudió a ver al padre Timoteo para buscar orientación pues su hija había incrementado tanto sus clientes como las ganancias, aunque seguía dando todo en limosna.

La madre también le dijo al sacerdote que su hija le había dicho que deseaba acudir a ver al fraile para pedirle, con vergüenza por sus pecados, que los monjes pidieran a Dios por ella. Timoteo no sabía qué hacer y pidió nuevamente consejo al anciano abba Pastor. El viejo monje le dijo: “Ve tú, más bien, a encontrarla a ella. No sé por qué has esperado tanto”; y así hizo Timoteo. La historia concluye con el encuentro del presbítero y la mujer comprendiendo sus respectivos errores, ayudándose mutuamente a agradar a Dios.

Existen muchísimas historias ancestrales de los monjes del desierto y aunque pertenecen a una era ya extinta, en ocasiones guardan enseñanzas incluso para nuestra época. Las historias anteriores tienen una similitud más allá del tema: es cierto que –como dice la estrella de la plataforma de contenido sexual explícito– la fe no se pierde incluso en estas condiciones de comerciar con el cuerpo y su dignidad íntima; pero sólo la cercanía personal, desinteresada y humilde de los pastores o religiosos, fraternalmente preocupados por sus semejantes, es el vehículo para que se reconozcan las verdaderas afectaciones a la persona en su integridad (física, moral, espiritual, identitaria) por estar sujetas a este negocio que subarrienda la dignidad y trastorna a sus consumidores.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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Felipe Monroy

Estamos solos en esto

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Las identidades ideológicas, religiosas o partidistas siempre serán una fuerza influyente dentro de las estrategias político-operativas para mantener o conseguir el poder; su efectividad depende usualmente de dos factores: de la dureza en las fronteras en la identidad del grupo y en el tamaño simbólico de sus enemigos reales o imaginados. Y si hay algo que agrava la vida democrática de una nación es la exacerbación de ambos factores.

Por un lado, los conflictos internos en las cúpulas del poder político en México tienen su origen en el propio interés por incrementar o mantener el control. El deseo de orden y estabilidad dentro de las filas del poder produce el estrechamiento de las fronteras de los que se consideran a sí mismos como “puros” frente a los que considera “viciados” o “corrompidos”.

Hemos visto en las últimas semanas cómo se multiplican y recrudecen las pugnas dentro de los grupos en el poder político en México: a través de acusaciones y recriminaciones mutuas se busca deslegitimar a los hermanos por la heredad del trono. El poder acumulado es una tentación natural y ya sin el riesgo de salir a buscarlo, el principal objetivo de los nuevos liderazgos será erigirse como esa identidad que merece el ejercicio de dicho poder o, por lo menos, la potestad para repartirlo a quienes se alineen mejor a la identidad del liderazgo establecido.

Como se ve, quien pertenece a un grupo de poder aún puede crear otras fronteras más íntimas de los privilegiados mientras radicaliza la dureza en la identidad del grupo interno e incrementa el tamaño de sus enemigos con las periferias del poder de los que hasta hace poco fueron correligionarios. Incluso en los estrechos círculos de poder, un grupo que se identifica a sí mismo como ‘más fiel’ o ‘más consciente’ se autoconvence y predica a sus prosélitos: “Estamos solos en esto”.

Por otra parte, los proscritos del poder (eso que algunos insisten erróneamente en llamar “la oposición”) tienen la opción de buscarlo y hacerse de él básicamente de la manera correcta que es acompañando una lucha política por los auténticos clamores sociales; sin embargo, casi siempre prefieren el camino sencillo al usurpar discursivamente las cualidades morales de algún conflicto irracional para auto erigirse como el único remedio. También ellos, al igual que sus adversarios, dicen “estamos solos en esto” antes de emprender auténticas y desaforadas cruzadas identitarias.

Respecto a esto, las capacidades mercadológicas de la nueva política ‘emocional’ han revelado cuán exitosas son las campañas mediáticas y electorales que ya no buscan el diálogo atemperado o debates racionales y argumentados, sino que vencen a través del puro enardecimiento de las masas a través de eslóganes agresivos y panegíricos llenos de autoelogios.

La búsqueda de poder para estas ‘oposiciones’, por tanto, se torna en una carrera por hallar y atizar voces minoritarias para convocarlas a batallas absolutas contra estructuras de poder existentes o contra los cambios sociales. Es en este tipo de motivaciones donde reside un fermento de polarización emocional de uso político: exacerbando las divisiones sociales (señalando y acentuando las diferencias), propugnando por hiperregulaciones (ejerciendo presión legislativa o punitiva contra aquellos que no piensan y obran como ellos desean) y minando los valores democráticos más básicos como la equidad, la pluralidad, la diversidad, la argumentación dialógica y la inclusión de las voces en el concierto de negociación política.

Es imperativo que toda la estructura social entre en dinámicas propositivas de resolución de conflictos, sin obviarlos o eludirlos. Las injusticias están allí: los crímenes y las carencias, los privilegios de unos y las precariedades de otros, los abusos y las víctimas. Faltan los espacios de pluralidad dialogante donde ningún liderazgo azuce a sus huestes con la idea de que “están solos” en el “verdadero” “rescate” de una patria o un pueblo.

Porque la exacerbación de estas identidades pseudo-heróicas reconfigura los conflictos políticos en batallas morales; donde todas las estrategias para superar las conflictividades se encuentran atravesadas por mecanismos socio-psicológicos como el temor, la escisión, la obediencia y la sumisión irrestrictas; y donde los discursos se plagan de agresividad, superioridad y desprecio.

La administración del poder no es una tarea sencilla, siempre se debe mantener un sano temor de que los cuadros internos no se perviertan en actos de corrupción por operar en la cúspide del privilegio o que la creación de ‘niveles’ o círculos concéntricos en torno al centroide del poder no sólo sirva para la gestión funcional y operativa del mismo sino como la jerarquización de clanes o camarillas de ‘puros’ y ‘defensores’ de inasibles ideales.

Pero además, la búsqueda de poder también debe mantener un sano temor de que sus tácticas no alimenten viejos o nuevos fanatismos, fuerzas integristas que dibujan sus propios monstruos enemigos para hacerse pasar por políticos heroicos. Nada es más peligroso que eso.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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Felipe Monroy

Tregua verbal

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En días pasados, el obispo Javier Acero Pérez hizo un llamado para que los días 12 y 25 de diciembre los mexicanos hicieran una “tregua” para reducir la violencia a la que nos hemos acostumbrado. El llamado no se limitó a los criminales para que bajen las armas; sino que hizo extensiva la invitación esencialmente a políticos y periodistas para también dejar de lado la agresividad discursiva y las agendas de interés confrontativo.

Los días elegidos no son casuales: el día de la Virgen de Guadalupe tiene un significado histórico en la pacificación de la cultura mexicana; y el día de la Natividad de Jesús también guarda un importante simbolismo como sucedió en la tregua de Navidad de 1914 durante la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, a diferencia de lo que se ha especulado en los medios, esta invitación a la tregua no se trata de un cálculo político demasiado pensado, sino un anhelo sencillo y esperanzado ante la cantidad de violencia que se vive en el país.

Se equivocan quienes afirman que el llamado a la tregua pretende “sustituir” el poder de las sotanas por la capacidad del Estado para enfrentar el problema del crimen organizado; el deseo originario tiene su valor en su sencillez, incluso en su desinteresada espontaneidad. El llamado a la tregua no tiene lógica en el poder sino en la armonía; tiene una espontaneidad moral que clama por armonía, no por control. Parafraseando a Eckhart: “Quien busca la paz a través de los senderos, encontrará los senderos y perderá la paz, que reside en los senderos”.

Una tregua habla esencialmente de la libertad de decisión; cada quien puede persuadirse o no de la responsabilidad de su actuar tanto como de sus palabras. Y esto último es realmente importante en el espacio cultural actual donde la vociferación de majaderías ha tomado los principales escenarios de conversación o, más precisamente, de intercambio de sandeces.

Me explico: El exceso de ruido e información en el espectro mediático y digital obliga hoy a los comunicadores a manifestar sus pensamientos de forma creativa e inteligente para ‘destacar’ entre el océano de estridencias; sin embargo, en lugar de creatividad hay sólo agresividad cáustica, burlona o pendenciera, infames vituperios y un desaforado griterío de necedades.

Hoy no se premia ni se recompensa al pensamiento sosegado, atemperado, analítico ni crítico; se enaltece a bufones llenos de agresividad que defienden a ultranza sus íntimas convicciones. Y eso es una decisión política que mantiene un ciclo creciente de virulencia pendenciera. Es decir, los comunicadores pueden tomar la oportunidad de la tregua para moderar los impulsos de sus certezas y propiciar el mejor servicio que pueden hacer: poner en común, abrir espacios de diálogo, construir puentes de entendimiento y silenciar sus propias diatribas y ceder el micrófono a voces que se suelen acallar sistemáticamente.

Ahora bien, la tregua no sólo es una oportunidad para los profesionales de la comunicación; una tregua útil en este aspecto cabría además en la audiencia para dejar de promover, patrocinar o consumir que en los que han hecho de la maledicencia su negocio. Todo ello, en términos de decisión política, ofrece espacios renovados dónde se puede experimentar el valor reflexivo en torno a las obligaciones éticas y morales de la sociedad como el bien común, la asistencia a los necesitados y la búsqueda activa de justicia.

Es claro que la tregua verbal no implica callar las injusticias, las corrupciones o los dolores sobre la faz de la tierra o que se cometen contra las personas; pero sí requiere que los partícipes estén convencidos de que el valor moral de su actitud supera cualquier otro valor material, económico o utilitario.

Tanto la tregua que llama a deponer las armas en la cotidianidad de los actos delictivos como la que invita a regular mediante el cumplimiento de altos estándares de corresponsabilidad política y mediática (o, por el contrario, a evitar comportamientos egoístas y utilitarios) tienen un modo práctico que conecta el sentido de la paz con el obrar concreto en “los días de tregua”.

Finalmente, también ha sido motivo de crítica que la tregua no deja de ser sólo un acto corto y pasajero, una ficción simulada y fugaz entre los reales dramas de una sociedad violenta. Y quizá sea cierto pero hay que recordar que la tregua no sustituye las responsabilidades institucionales del poder y del control: La pacificación en México es necesaria no sólo por la violencia criminal persistente sino por las graves injusticias sociales y culturales vigentes, por las hegemonías políticas que desoyen el clamor de los que no tienen voz y por la vana autorreferencialidad de los nuevos modelos de comunicación. El deber –como dice el clásico–, ata a la libertad; y la tregua sólo puede ser hija de la libertad, de la decisión personal y de la voz de su conciencia. Su anhelo es la armonía, no el orden; su potencia es la bondad, no la obligación. Pero quizá son esos actos cortos y pasajeros los que dan sentido a la búsqueda institucional y formal de la paz y el bienestar; como apuntó Cayo Salustio: “La armonía hace que las cosas pequeñas crezcan; y su ausencia, por el contrario, provoca que las grandes obras, perezcan”.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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