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Opinión

PRI, listo para la batalla del 2018

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Ante más de 10 mil priistas reunidos en la XXII Asamblea Nacional Ordinaria, el Presidente Enrique Peña Nieto les pidió que actúen como “soldados de la patria” para ganar una batalla decisiva en el 2018.



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Felipe Monroy

Debate cósmico: la fe y la ciencia reanudan un diálogo perdido

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La ardiente búsqueda de la verdad no puede apagarse jamás con la supuesta frialdad de los datos científicos; de hecho, la ciencia es un ardor aún más intenso con el cual la humanidad no sólo ha iluminado las oscuridades más profundas de nuestra existencia sino que también ha alimentado a las mentes más brillantes a continuar explorando las lindes del cosmos y, entre ellas, la trascendencia, la fe y la existencia de Dios.

Esto es lo que nos ofrece ‘Dios – la ciencia – las pruebas’ cuyo innegable éxito en las librerías de Europa (más de 350 mil copias vendidas) revela el interés permanente de las personas –y sobre todo de los cientos de miles de lectores que se han emocionado con estas páginas– por comprender por qué la ciencia no sólo no desmiente la existencia de Dios sino que, por el contrario, la prueba.

Durante milenios, el desarrollo técnico y científico de la humanidad no estuvo distante de las perspectivas religiosas o de la existencia de Dios; sin embargo, ese diálogo permanente entre lo trascendente y lo terrenal se ha visto interrumpido apenas en las últimas dos centurias hasta llegar al punto de que una dimensión humana tan profunda como la fe parece no tener lugar en el ámbito de la ciencia.

El pensamiento occidental moderno parece poner una infranqueable barrera entre la fe y la ciencia; como si sus búsquedas particulares fueran incompatibles o, peor, irreconciliables. No obstante, los autores Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies comparten argumentos con los cuales esta distancia entre la fe y la ciencia podría no ser tan radical.

Esta falsa ruptura entre la fe y la ciencia la vemos y escuchamos en prácticamente todos los espacios de diálogo social y, en el fondo, se encuentra en los cimientos de la crisis antropológica contemporánea, la cual vuelve imposible el diálogo profundo y significativo sobre nuestra compleja naturaleza.

Por ello, se debe celebrar una audacia como las que los autores nos proponen en estas páginas; porque debaten de una manera directa y generosa, pero respetuosa y honesta, con aquellos que no piensan de la misma manera. Su propuesta es simple pero elegante y llena de argumentos que ponen a nuestra consideración: La ciencia moderna, al menos con los últimos avances científicos y tecnológicos, aportan inúmeras pruebas de la existencia de Dios.

Podemos asegurar que la tesis de este libro provoca todo tipo de reacciones, menos la indiferencia; por ello ha generado interesantes y hasta álgidos debates entre los más diversos gremios como de investigadores, académicos, filósofos, teólogos y, principalmente, en los areópagos populares, donde científicos creyentes y no creyentes, agnósticos, ateos y teístas, aportan sus propias reflexiones sobre cómo los más vanguardistas descubrimientos científicos nos obligan a repensar la existencia de Dios.

En este renovado debate, los científicos ateos y agnósticos tienen un nuevo escenario para dialogar y debatir pues, como lo demuestra el prólogo del Premio Nobel de Física, Robert Woodrow Wilson (uno de los científicos que descubrió la radiación cósmica de fondo, lo cual fortaleció la teoría cosmológica del Big Bang), los autores sólo nos ofrecen a mirar con una perspectiva fresca y apasionada todo esfuerzo humano para alcanzar la verdad y honrar lo que en su momento afirmó el otro Nobel de Física, Richard Feynman: “Los mejores científicos están abiertos a la posibilidad de que puedan estar equivocados, y están dispuestos a cambiar de opinión ante nuevas pruebas”.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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Columna Invitada

Gobernar para todos

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Por Antonio Maza Pereda

Una frase hecha, frecuentemente usada por todos los políticos, en el momento en que toman posesión de su cargo. Pero que, desgraciadamente, no siempre se cumple. La realidad es que, casi siempre, los triunfadores gobiernan para quienes los eligieron y, a veces, ni siquiera para ellos.

Gobernar para todos es trabajar para las necesidades de toda la Sociedad. Es entender que ganar la elección no significa abandonar a los que no les dieron el voto. Aceptar que las elecciones es únicamente un modo de ponerse de acuerdo en la Sociedad, pero no significa que, durante el período de gobierno, no se tome en cuenta más que a un grupo de los electores.

Hay que crear mecanismos que hagan visibles las opiniones de la sociedad, sin que se olvide a nadie. Desgraciadamente, en el Congreso, donde se deberían armonizar las diferencias entre distintas tendencias, casi siempre las discusiones ocurren “en lo obscurito”, con poca participación ciudadana. Sin amplia difusión.

Muchas veces falta el interés ciudadano en la discusión. Incluso a los más interesados no les queda más que conocer la opinión publicada. Más allá del sesgo de los medios para destacar únicamente lo noticioso y olvidar lo demás, también falta un nivel de discusión más elevado. La tecnología de comunicación permite armar grupos de discusión y difundirlos ampliamente. De manera que ya no hay pretexto.

Depende de nosotros, los ciudadanos sin partido, asegurar que, en las discusiones del gobierno, se tome en cuenta el bien de todos, que todas las voces sean escuchadas, más allá de diferencias ideológicas o políticas.

¿Es cierto que nuestros funcionarios gobiernan para todos? ¿Tenemos mecanismos para recoger ampliamente las opiniones de los ciudadanos? ¿Cómo se puede aumentar el interés de los electores por los asuntos públicos?

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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Columna Invitada

Otros contrapesos

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Antonio Maza Pereda

Comentaba anteriormente los contrapesos en la democracia y su papel en la política. Es claro que, sin límites, un sistema de gobierno fácilmente puede convertirse en una tiranía. La democracia prevé tres poderes que se deben supervisar mutuamente para evitar caer en una dictadura.

Hay, sin embargo, otros limitantes al poder del Gobierno. Muchos de ellos son organismos intermedios u organizaciones no gubernamentales. Solamente a manera de ejemplos, sin intentar agotar el tema, podríamos hablar de los siguientes:

Autoridad electoral, Auditoría del Estado, Comisión de derechos humanos, Banco Central, que generalmente son nombrados por los propios poderes del Gobierno. Desgraciadamente, cuando son nombrados por el partido gobernante, se cae con frecuencia en una simulación, porque el dirigente tiende a servir al partido que lo nombró y pierde imparcialidad.

La prensa y los medios de comunicación deberían ser un lugar crítico, que informara imparcialmente a la población. Sin embargo, el poder del Gobierno para cooptar a los medios, mediante presupuesto de publicidad y amenazas de quitar permisos de operación, limita su libertad.

Sindicatos, obreros y patronales, actúan como defensores de sus gremios. Cámaras empresariales tienen el mismo objeto. Un contrapeso poco mencionado tiene que ver con la información y la academia. Cuando el único dueño de la información es el Gobierno, y no se toman en cuenta otras opiniones, cualquier reclamo ciudadano es fácilmente ignorado.

Y hay más contrapesos. Algunos incluso con una vida transitoria, pero muy importantes en su momento. Un gobierno poco democrático tratará de influir o dominar esos límites. Es función del ciudadano apoyarlos y sostenerlos.

¿Son suficientemente fuertes los contrapesos al gobierno en nuestro país? ¿De qué modo puede la Sociedad evitar que sean absorbidos y anulados por los partidos políticos? ¿Cómo desarrollar la conciencia ciudadana sobre la importancia de estos limitantes?

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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Felipe Monroy

Caso Rangel: Comunicar mal es instrumentalizar

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Existen acontecimientos que destripan la hipocresía social y nos enfrentan brutalmente a las mezquindades que hemos normalizado. El extraño caso que envuelve al obispo emérito Salvador Rangel Mendoza se ha convertido en una prosa contaminada de incertidumbres para la cual, la verdad no habrá de satisfacer las expectativas de nadie. Es decir, hasta ahora, a pesar de los abundantes contenidos mediáticos vertidos en esta semana, en realidad se sabe bien poco y, para desgracia nuestra, es probable que más información no signifique una mayor satisfacción respecto a la claridad de los eventos.

Hasta el momento, hay tres historias –dos conocidas y una por conocer– que aunque parten de los mismos eventos no convergen en intenciones. La primera historia corresponde a la expresada por las instituciones eclesiásticas; la segunda historia refleja la vertida por las autoridades civiles; y la tercera, que saldrá de la viva voz del propio obispo, pero que no resolverá el entuerto en el que nos encontramos; por el contrario, evidenciará con más crudeza las profundas oquedades de cómo se pervierte la realidad en función de intereses inconfesables.

La historia relatada en nombre de la Iglesia católica por el secretario general del episcopado mexicano y, casualmente, obispo titular en la entidad donde todos los extraños eventos habrían ocurrido entre el 27 y el 29 de abril pasado, comienza con la noticia de la desaparición del obispo emérito. La primera comunicación oficial notifica el desconocimiento del paradero de Rangel pero afirma dos cosas singulares en ese momento: se asegura que el obispo fue secuestrado y se urge a todas las autoridades civiles (municipales, estatales y federales) que intervengan y actúen para recuperarlo. En esta comunicación, el Episcopado adelanta sin recelo que cualquier cosa que hubiera sucedido sería consecuencia de la violencia y la inseguridad no sólo a nivel local sino como efecto de lo que ha venido denunciando: el fracaso de la estrategia federal de seguridad. Por supuesto, eso fue aprovechado velozmente por intereses políticos que utilizan cualquier incertidumbre para movilizar sus huestes. Es decir, se instrumentalizó políticamente dicha incertidumbre.

En esta primera historia, el Episcopado habla de forma enérgica en contra de las autoridades pero respetuosa hacia los presuntos secuestradores. Actitudes que se revirtieron muy rápido debido al hallazgo del obispo y debido a la historia que las autoridades civiles han divulgado errática y quizá hasta ilícitamente.

La historia relatada por las autoridades ha sido deficiente, extraña y fragmentaria pero no por ello menos estruendosa. Hay que poner en antecedente que la compleja relación entre el gobierno de Morelos y la Fiscalía Estatal no abona a comprender los intereses detrás de la información que se ha filtrado o se ha vertido de forma casi insustancial a la prensa. En esta segunda historia, el obispo es encontrado en calidad de desconocido en un hospital público de Cuernavaca, lo visita el controversial fiscal Uriel Carmona y comienzan a filtrarse a la prensa datos sobre el hallazgo e ingreso hospitalario del obispo: adelantos de estudios toxicológicos, versiones irrastreables de camilleros, datos de ambulancias y un sinfín de indicios sobre presencia de drogas, profilácticos y demás parafernalia erótica en la escena del hallazgo.

La historia de las autoridades, sin embargo, cobró una vertiente sumamente delicada cuando el Comisionado Estatal de Seguridad de Morelos, José Ortiz Guarneros, deslizó una declaración ante los medios sobre cómo el obispo habría ingresado por su propia voluntad a un motel en compañía de otro hombre. En el contexto de las filtraciones y las suposiciones, claramente las declaraciones tuvieron una intención moralizante. Esa declaración podría tener consecuencias judiciales, no sólo porque compromete la investigación de la desaparición, sino por la violación de la intimidad personal, el aprovechamiento de secreto y el posible daño moral caudado a la persona del obispo. No se puede ser más enfático: la declaración del comisionado no respondió a principios republicanos ni laicos, sino al descrédito de terceros por vía de un juicio moralizante.

Fue en ese punto y aún sin tener certeza de los acontecimientos, cuando el Episcopado mexicano nuevamente divulgó un comunicado en el que –a diferencia del anterior– ahora mostraba confianza en las instituciones y pidió a las autoridades civiles realizar todas las investigaciones. Sin embargo, en dicho texto se omite asumir la responsabilidad que las propias instituciones eclesiásticas tienen respecto a lo que realmente les corresponde averiguar y atender: el fuero moral del obispo.Y es que una de las principales críticas a la jerarquía católica por parte de la sociedad y los feligreses ha sido la actitud con la que se enfrentan a las responsabilidades morales de los clérigos: si se ha demostrado que el encubrimiento ha sido una práctica sistemática entre las posiciones de la alta clerecía, la confianza sólo se encontrará cuando se haga sistémica la investigación transversal, transparente y responsable. Es decir, independientemente de lo que resulte del caso en el ámbito civil, la Iglesia católica no puede sustraerse de su responsabilidad de investigación, análisis, discernimiento y sanción canónica, si llegara el caso.

Finalmente, el obispo secretario de la CEM, Ramón Castro, ha publicado un videomensaje en el que tiene toda la razón: el caso del obispo Rangel se ha contaminado de instrumentación política y que, en consecuencia, no pocas narrativas político-moralizantes han permeado a todas las redes sociales a través de agentes polarizadores extremistas. Hay que aclarar que tanto los actos improvisados de comunicación del Episcopado como de las autoridades de seguridad de Morelos han sido justo los detonantes que han inflamado dicha instrumentación política.

Lo advirtió el papa Francisco de esta manera: “Existe el riesgo de que la autoridad se ejerza como un privilegio, para quienes la detentan o para quienes la apoyan; y por tanto también como una forma de complicidad entre las partes, para que cada uno haga lo que quiera, favoreciendo así, paradójicamente, una especie de de anarquía, que tanto daño causa a la comunidad”. Que la autoridad eclesiástica ‘politice’ la realidad, mientras la autoridad republicana la ‘moralice’ es una prueba clara de lo mucho que aún falta para modernizar, armonizar y actualizar las relaciones entre el Estado mexicano y las instituciones religiosas.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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