Columna Invitada
El mal mayor
Estamos en México en una situación donde prevemos una serie de males que nos están preocupando como sociedad. El balance de poderes entre el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial, el problema del Infonavit, las deportaciones de migrantes y otras ocurrencias del señor Trump así como otros asuntos adicionales de lo cual no es el menor, el de la paz en el país. Una serie de males que no encontramos una manera fácil de resolver.
Por otro lado, hay un problema que está en la raíz de varios de estos males y que es de más largo plazo, probablemente peor que lo que estamos percibiendo en los otros y que, si se resolviera, habría una solución más completa para todos los demás males. Ese asunto es la falta de participación ciudadana en lo político y lo social.
Tenemos la mala costumbre de dejar muchas cosas en manos del gobierno, como si quien manda tuviera la posibilidad o la obligación de resolver por nosotros muchas de nuestras dificultades. Esa costumbre nos ha hecho ser muy buenos para criticar. Lo cual está muy bien. Sí, debemos de criticar, por supuesto, pero no deberíamos de quedarnos en esto. No basta solamente con la crítica. Hay que pensar que también tenemos que ser proactivos, tenemos que participar. Y todo esto nos trae un gran desánimo al ciudadano común, precisamente porque vemos que, por más que haya críticas y señalamientos, el gobierno no toma soluciones.
¿Qué es lo que está pasando aquí? ¿Es inútil la participación ciudadana? ¿Se está haciendo cierto ese dicho de que somos ciudadanos sin poder? Porque, efectivamente, estamos haciendo una parte de nuestra tarea, pero aparentemente no es suficiente. Y eso está en la base de muchos de nuestros males. Si estamos pensando que nuestra actividad ciudadana consiste, únicamente, en votar a su tiempo y después dedicarnos a exigirles a los elegidos, claramente le está haciendo falta algo, algo que estamos viendo que no ocurre.
Muy probablemente, el problema viene de que pensamos que toda la acción política debe venir de un solo grupo de actores, lo que normalmente llamamos el gobierno. Estamos viviendo la parálisis y posiblemente la muerte de muchas sociedades intermedias, que son importantísimas para el funcionamiento de la democracia.
¿Qué entendemos por sociedades intermedias? En un extremo, está el Estado, con sus tres poderes. Lo que se podría llamar el nivel más elevado de la sociedad política. Y luego, por otro lado, en la base está la familia, que es la célula de la sociedad. Entre estas dos, existen una gran cantidad de sociedades que no son necesariamente obligación o potestad del gobierno, sino que son asumidas por la ciudadanía. A esas les llamamos sociedades intermedias. En nuestro país, tradicionalmente hemos tenido muy poca participación y creación de este tipo de sociedades. Y, en los últimos tiempos, algunas de esas sociedades han desaparecido o han sido absorbidas por el gobierno.
Hay muchos ejemplos de este tipo de sociedades. Por ejemplo, sociedades de tipo filantrópico. No le podemos dejar al gobierno en exclusiva el papel de la filantropía, que muchas veces han asumido, a veces con razones y otras, básicamente, por tener una influencia sobre una clientela que después le puede rendir en otros aspectos. La cultura, que también muchas veces la encargamos al gobierno y nos quejamos de que no está haciendo lo suficiente por impulsarla. Cuando no podemos esperar que sea el único en desarrollarla.
En otros campos, está la investigación, por ejemplo, de tipo académico y sobre todo de tipo tecnológico, donde las sociedades civiles e incluso las sociedades mercantiles tienen un papel importante. No podemos pensar que solo el gobierno tiene esa obligación. Y desde luego, la economía, donde la empresa privada, sobre todo, debe de tener su ámbito y su libertad.
El punto fundamental aquí, es que no debemos esperar del gobierno todas las soluciones, ni que sea el único actor en temas políticos y sociales. Esto no ocurre en una democracia bien constituida. A esto se le llama una democracia participativa, y es precisamente la idea. Un sistema de gobierno donde hay participación de los ciudadanos, para asegurar que la democracia se dé plenamente.
Claramente, puede darse el caso, que ocurre con cierta frecuencia, que no existan las sociedades intermedias, o estas sociedades no están haciendo su tarea. En esos casos, es posible que el gobierno, de una manera subsidiaria, provea un apoyo temporal. Pero claramente se trata de algo transitorio. No se puede estar subsidiando de manera permanente a las actividades que les tocan a las sociedades intermedias.
Nos está fallando ese tramo muy importante de la democracia. No podemos seguir atenidos a que el gobierno se haga cargo de todo y suponer que con quejarnos y hacer públicos nuestros señalamientos, ya todo se va a resolver. No se dice que la ciudadanía no se queje. Por supuesto que es relevante. Es necesario que le hagamos saber al gobierno las cosas que la ciudadanía considera importantes. Pero no es suficiente.
Si no tenemos participación, es difícil que convenzamos al gobierno de esta necesidad. Se requiere educar a la ciudadanía para que cambie sus convicciones y se vea realmente en un papel protagónico, un rol significativo. Donde, a distintos niveles, todos los ciudadanos estemos participando, de tiempo parcial o, en algunos casos de tiempo completo, para lograr que se dé en los hechos la democracia.
La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx
Columna Invitada
PAN salado
TU DECIDES
Por Pablo Mier y Terán
Hubo un tiempo en que el PAN sabía a pan. Pan recién horneado, con corteza firme y migajón reconocible. Uno podía estar de acuerdo o no con su receta, pero al menos identificaba los ingredientes: doctrina, oposición clara, un aire de congruencia moral y política. Hoy, en cambio, muchos ciudadanos muerden el PAN y hacen el mismo gesto que cuando el bolillo salió salado, duro o, peor aún, con sabor a otra cosa.
La escena frente a la sede nacional del partido fue reveladora. No llegaron adversarios ni militantes de otros colores, sino guanajuatenses y organizaciones civiles que, durante décadas, fueron clientela fiel del horno panista. Gente que no fue a pedir candidaturas ni puestos, sino algo más básico: que el PAN vuelva a parecer PAN. Su reclamo fue simple y devastador: en Guanajuato el partido está entregando el estado, electoral e ideológicamente, a Morena, traicionando los principios que decía defender, libia es tibia se quejaron los manifestantes; Romero, no queremos tu mugrero, decían a gritos.
Traducido al lenguaje de la panadería: cambiaron la receta sin avisar al cliente. Prometían pan artesanal y ahora sirven un producto industrial, hecho con moldes ajenos y sabores importados. Vida, familia y libertades fundamentales —los ingredientes estrella del PAN durante décadas— aparecen hoy en la etiqueta, pero ya no se sienten en el paladar. Y cuando el sabor no coincide con el discurso, el consumidor deja el pan en la mesa.
El problema no es solo local. Mientras en Chile la derecha, por ser coherente con sus principios y su carisma fundacional, acaba de ganar una elección presidencial con un discurso duro pero reconocible, aquí el PAN presume formar parte de un “resurgimiento derechista” continental sin decidirse a serlo de verdad. Quiere la foto internacional, pero no el compromiso interno. Quiere decir “somos oposición”, mientras vota, gobierna o legisla como si pidiera permiso para no incomodar a la 4T.
El contraste es brutal. En Chile, el péndulo político se movió porque la izquierda gobernante se moderó hasta perder identidad, y la derecha supo capitalizar el hartazgo. En México ocurre algo inverso y más triste: la izquierda gobierna sin moderarse y conserva el poder, mientras la oposición se diluye, se acomoda o se mimetiza. El resultado es un PAN que ya no confronta, no propone con claridad y, peor aún, no se reconoce a sí mismo.
Por eso el reclamo de Guanajuato duele más que cualquier encuesta. No es un ataque externo, es una crítica desde la mesa familiar. Los manifestantes recordaron que el PAN nació de una doctrina, no de una coyuntura, y que un partido fundado por uno de los Siete Sabios de México no puede sobrevivir solo a base de cálculo electoral y silencios convenientes. Cuando un partido olvida a quién representa, termina representando a nadie.
El PAN de hoy parece ese pan que nadie pidió: ni suficientemente conservador para quienes creían en su ideario, ni auténticamente liberal para atraer nuevos comensales. Salado, desabrido y con una textura rara, como si hubiera pasado demasiado tiempo en el anaquel del poder local.
La política, como bien dijeron los propios manifestantes, se sostiene con coherencia entre doctrina, plataforma y representación. Cuando eso se rompe, el pan se echa a perder. Y no importa cuántos logotipos o slogans se le pongan encima: si no recupera el sabor original, la gente buscará otra panadería. O, peor aún para Acción Nacional, dejará de consumir pan.

Pablo Mier y Terán @pablomieryteran
La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx
Columna Invitada
México en movimiento, un país que acoge historias de tránsito, destino y retorno migratorio
Por: Malcom Aquiles
Durante décadas, México se ha convertido en un territorio de intensa movilización de personas dentro y fuera del país, éstos flujos se integran de manera diversa y hacia distintos destinos, por ello es considerado como un país de origen, tránsito, destino y retorno de migración.
La vecindad geográfica con Estados Unidos, coloca a México como el principal corredor migratorio del mundo, lo que implica un reto en la búsqueda por garantizar los derechos de todas las personas que se encuentran en el territorio. En el 2023, las autoridades registraron un incremento en el volumen de personas provenientes de Honduras, Colombia, China, Cuba e incluso Estados Unidos, equivalente al 44% de las Tarjetas de Residencia Temporal (TRT) emitidas ese año.
Pero, ¿qué provoca estos movimientos de población? La mayoría de ellos se derivan de la búsqueda de oportunidades laborales y mejora económica, aunque también hay casos de reunificación familiar, así como desplazamientos relacionados con la huida derivada de la inseguridad, violencia y desigualdad.
Cada vez son más los casos de personas que acuden a México en la búsqueda de protección internacional, como refugiados, para lo cual, nuestro país se rige por la Ley sobre Refugiados, Protección Complementaria y Asilo Político (LRPCAP), en la que destacan seis principios: no devolución, no discriminación, interés superior de la niñez, unidad familiar, no sanción por ingreso irregular, y confidencialidad.
De acuerdo con la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), en el primer trimestre de 2024 se registró un récord histórico de 360,146 eventos de personas en situación migratoria irregular. De estos, el 60% correspondió a hombres adultos, el 28% a mujeres adultas y el 12% a niñas, niños y adolescentes (NNA), en igual proporción entre ambos sexos. Además, uno de cada cuatro eventos involucró a personas de Venezuela, mientras que el 30% se distribuyó entre ciudadanos de Honduras, Guatemala y Ecuador.
Ante este contexto de movilidad, debemos agregar la cantidad de personas que han sido devueltas de Estados Unidos, que conforme a datos de la Unidad de Política Migratoria (UPM), en enero de 2025, se trató de 14,309 mexicanas y mexicanos. Las entidades receptoras de estas personas, fueron Tamaulipas (4,182), Sonora (3,031) y Baja California (2,756).
Una situación lamentable y alarmante, tiene que ver con las 1,302 niñas, niños y adolescentes que fueron devueltos en el mismo periodo, de los cuales 674 viajaban solos. La situación podría incrementarse al considerar que existen alrededor de 12.2 millones de mexicanos de primera generación viviendo en el país vecino y otros 13.6 millones de segunda generación.
Con motivo del Día Internacional del Migrante, el 18 de diciembre, vale la pena preguntarnos: ¿por dónde empezar? La respuesta pasa por la sensibilidad, por asumir que las personas migrantes no son cifras ni amenazas, sino vidas en tránsito que necesitan seguridad, empatía y oportunidades. Una de las claves está en fortalecer la capacitación de las y los funcionarios públicos en materia de movilidad humana, con especial atención a la niñez y la adolescencia.
Además, existen diversas organizaciones, como World Vision México, que brindan ayuda humanitaria en diferentes sentidos, partiendo de la entrega de paquetes de alimentos básicos, artículos de higiene y limpieza, insumos de higiene menstrual y kits de higiene personal y familiar.
Dejemos de mirar con recelo a las personas en situación migratoria, de señalarnos como quienes vienen a arrebatarnos las oportunidades laborales y fomentemos un espacio de unión y confianza con ellos, pues la calidez con la que recibamos a quienes llegan puede marcar una diferencia profunda en sus vidas. Cuando se les ofrecen herramientas socioemocionales, oportunidades educativas y espacios seguros, especialmente a las niñas, niños y adolescentes, la frontera entre un futuro esperanzador y uno marcado por la vulnerabilidad se transforma.
Al final, cada gesto importa, porque detrás de cada movimiento migratorio hay un corazón que late, una historia que se sostiene y una esperanza que busca dónde echar raíces.

Malcom Aquiles Pérez
Director de incidencia en Políticas Públicas y Movilización World Vision México
Antropólogo social de formación, cuenta con más de diez años de experiencia en gestión de proyectos y desarrollo de capacidades a equipos para las etapas de diagnóstico, diseño, monitoreo y evaluación.
La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx
Columna Invitada
Cuando la política es resiliente
Cada quien habla desde su experiencia. Yo hablo desde lo que he visto y lo que me ha tocado vivir. En el caso de Maloro Acosta, mi testimonio no nace ni de la adulación ni del pleito político, sino de muchos años de observar, coincidir, disentir y, sobre todo, reconocer.
No es la primera vez que refiero su trabajo en materia de derechos humanos desde el plano internacional, ni su participación en espacios de liderazgo con jóvenes universitarios. Lo he hecho a lo largo de más de siete años escribiendo estas columnas, y como lo he hecho también con distintos actores de la vida pública de Sonora, de diversas fuerzas políticas.
Lo hago porque he sido testigo de su trayectoria y de su transformación: de aquel joven inquieto y arrebatado —a veces impulsivo, a veces indomable— al hombre que hoy intenta caminar desde un punto de mayor equilibrio. Muchos lo han visto únicamente en la tormenta; pocos han observado cómo se mantiene de pie cuando el viento arrecia. Quizá por eso Maloro ha sido siempre un “ave de tempestades”: no rehúye el clima adverso y suele encontrar en él una oportunidad de replantearse, con una personalidad intensa, frontal y apasionada.
No lo niego: en su camino hubo episodios que no fueron miel sobre hojuelas, ni para él ni para otros. También he visto errores, tensiones y desacuerdos. Pero he visto, igualmente, injusticias y señalamientos sin sustento. Y aunque es cierto que nadie es monedita de oro, una cosa es la crítica legítima y otra muy distinta convertirse en piñata comunitaria.

Lo que sí reconozco es que, con esas mismas piedras que le arrojaron, hoy se ha dedicado a reconstruirse. Esa capacidad de levantarse, revisar, corregir y reconfigurar el rumbo es la que distingue a quienes solo resisten de quienes verdaderamente evolucionan. En ese proceso, su familia —Martha y sus hijos— ha sido un eje de estabilidad y un soporte emocional evidente.
Por eso, cuando hoy lo veo aceptar la invitación para integrarse a una plataforma política distinta a aquella en la que militó por años, no me resulta extraño. Ocho años de ausencia local y de apartidismo lo respaldan. La vida le ha puesto nuevas tormentas y nuevos retos, y él ha sabido avanzar dentro de ellos. No siempre al ritmo que habría deseado, pero siempre hacia adelante.
Lo he visto actuar en otros escenarios: participar en procesos de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, impulsar comisionados, mover discusiones, debatir, convencer y generar cambios. ¿Por qué no hacerlo ahora en su propia tierra? Eso, en lo personal, lo reconozco. Sé que él sabía que no sería sencillo, pero también sabía que era necesario.
Cada quien habla desde su experiencia. La mía es clara: lo he visto cambiar, tropezar, reconstruirse, crecer y avanzar. Y eso, para mí, en lo personal y en lo profesional, tiene un nombre preciso: resiliencia.
Hoy, con la perspectiva que da el tiempo, digo que me siento orgulloso de haber colaborado con él en el pasado y honrado de seguir haciéndolo ahora desde otra trinchera. No siempre hemos coincidido, y precisamente ahí radica la fortaleza. Visiones distintas, estrategias distintas, talentos y defectos distintos.
Pero con una meta común: el bien común, la familia y, siempre, de cara a Dios.
Mtro. Guillermo Moreno Ríos
Ingeniero civil, académico, editor y especialista en Gestión Integral de Riesgos y Seguros. Creador de Memovember, Cubo de la Resiliencia y Promotor del Bambú.
[email protected]

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Columna Invitada
Protestas en el campo
La preocupación de los ciudadanos, en las últimas semanas, ha tenido que ver con protestas de nivel nacional, tanto de agricultores y ganaderos como de transportistas, sobre todo los que utilizan las carreteras federales. Los transportistas, por supuesto, señalan la inseguridad en las carreteras, un tema del que se han quejado desde hace bastante tiempo, sin resultados contundentes. Fueron bloqueos importantes, en las principales carreteras del país y además, cosa muy significativa, en las aduanas, afectando nuestro comercio exterior.
En paralelo a los bloqueos, hubo una serie de negociaciones. Rotas en varias ocasiones, y donde los que protestaban se quejaban de que llegaban a negociar personas sin capacidad de tomar decisiones. Por lo cual, los convenios eran imposibles e inútiles. Y por ello, después de haber aceptado levantar el bloqueo, en pocas horas se volvió a restablecer. Y, por otro lado, hubo reacciones fuertes.
La Secretaría de Gobernación dijo, como una especie de disculpa por no atender las negociaciones debidamente, que había carpetas de investigación para algunos de los dirigentes de estas manifestaciones. Y, por supuesto, participación de la extrema derecha, que por lo visto en nuestro país tiene más capacidad de movimiento de lo que muchos se podrían imaginar. No es claro de qué manera esas respuestas a las quejas de la ciudadanía ayudan a la paz y la concordia por quienes deberían gobernar para todos. Esa reacción huele a amenaza.
En fin, se aprueban las reformas en fast track, como dicen quienes protestan, con la aprobación por ambas cámaras. No se ha vuelto a hablar de que los transportistas estén en desacuerdo, pero el sector agropecuario sigue molesto. El centro de las protestas son las leyes que rigen el manejo del agua. La discusión tiene que ver, sobre todo, con la propiedad del gobierno sobre el líquido. Algo que, de hecho, estaba ya considerado en las leyes; tan es así, que no se habla de propiedad de los mantos acuíferos; se habla de concesiones que asigna la administración pública.
El gobierno da razones para estos cambios, entre las cuales está, por supuesto, la de reducir la corrupción. Algo que no ha podido lograr. Se siguen encontrando diferentes modos de huachicoleo, que demuestran que el combate a la corrupción está lejos de lograr buenos resultados. Finalmente, las reformas aprobadas incorporaron más de 50 enmiendas propuestas por agricultores y ganaderos, incluyendo la posibilidad de heredar los derechos de aprovechamiento del agua. Cambios muy criticados por sectores de la izquierda.
La realidad en el campo es que solo el 14 % del territorio nacional es cultivable, y de ese 14 %, solo la mitad son terrenos de riego, mientras que la otra mitad, el 7 % del territorio nacional, es de temporal. En muchos casos, vivir en terrenos de temporal es una garantía de vivir en la pobreza, por estar sujeto a variaciones de todos los tipos. El acceso al riego no es poca cosa.
La discusión de fondo es cómo debe estar la propiedad en el campo: en manos del gobierno o de los particulares. No falta quien diga que esta reforma equivale a una expropiación del campo. Otros, posiblemente exagerando, hablaron de que este es el último clavo en el ataúd del campo. ¿En dónde está la verdad? Habrá que esperar a ver los resultados en el nivel de vida de los hombres y mujeres del campo. Ahí veremos quién tenía la razón. Es importante no dejar este asunto en el olvido. Los campesinos merecen ese apoyo.

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx
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