Columna Invitada
Los Tres Villas
POR IGNACIO ANAYA
Era un cálido atardecer en la cafetería del barrio, cuando tres amigos se encontraron como lo habían acordado. Decidieron sentarse en un banco cercano para charlar y ponerse al día. A medida que la conversación avanzaba, comenzaron a hablar de la historia de México y surgió el tema de la Revolución Mexicana. Para ellos, los nombres de sus héroes y villanos eran fundamentales. Uno de esos personajes captó el punto de conversación: Francisco Villa, una figura histórica que siempre genera diversas opiniones. Los tres amigos iniciaron un debate sobre esta figura. ¿Un libertador que luchó contra la injusticia del rico hacia el pobre o un sanguinario bandido?
El primer hombre, de carácter fuerte y con una voz muy grave, fue el primero en opinar. “Francisco Villa fue un bandido, no el Robin Hood que cuenta la historia oficial. Mató a inocentes antes de unirse a Francisco I. Madero. Robó y saqueó por todos lados, tanto a ricos como a pobres. No puedo entender por qué hay quienes lo consideran un héroe”, dijo con cierto tono de enfado.
El segundo señor, admirador de las causas justas, no tardó en responder: “No lo veo de esa manera. Para mí, Villa enfrentó un sistema injusto que lo llevó a comenzar su trayectoria de bandido, pero él siempre quiso asentarse y tener una vida normal. Fueron las condiciones de aquel entonces las que no se lo permitieron. Luchó por la igualdad social y por los derechos de los trabajadores en el norte del país. No podemos olvidar que él fue una figura importante durante la Revolución Mexicana y ayudó a cambiar la historia de nuestra nación”.
El tercer sujeto, el más prudente de entre los tres, intervino en la discusión: “Ambos tienen sus puntos con cierta validez, al igual que cometen errores al situarlo de un lado u otro. Fue un hombre de su tiempo, con virtudes y defectos, así como lo fueron los demás revolucionarios. Sí, es cierto que robó, saqueó y asesinó, pero su crueldad no superó la cometida por otras facciones. También luchó por la causa revolucionaria y buscó mejorar las condiciones de vida para los pobres durante gran parte del conflicto”. Los dos señores pensaron por un momento en lo dicho por el tercero.
El primer hombre, aún inconforme, replicó: “Pero ¿cómo podemos justificar sus acciones? Cometió delitos, independientemente de las intenciones detrás de ello. Hay formas más pacíficas y justas de luchar contra las injusticias de la época”.
De inmediato, el segundo habló: “Estamos hablando de una época muy diferente a la nuestra. La desigualdad y la opresión estaban en un punto muy alto, no se solucionaban de otra manera que por las armas. Villa fue un líder que se preocupó por sus hombres e inspiró a miles de personas a unirse a la División del Norte. Además, no podemos negar que, actualmente, muchos lo aman en gran parte del país”.
Tratando de encontrar un punto medio, intervino nuevamente el tercero: “Entiendo lo que ambos están diciendo, pero debemos tener en cuenta el contexto histórico. La Revolución Mexicana fue un conflicto armado lleno de diferentes posturas y contradicciones. Francisco Villa fue una figura compleja, al igual que muchos de los líderes revolucionarios, no podemos reducirlo a un simple bandido o un Robin Hood. A fin de cuentas, tomó decisiones que tuvieron un impacto en la vida de muchas personas, tanto para bien como para mal. La historia rara vez es en blanco y negro; claro, siempre hay excepciones, pero hay que considerarlo antes de emitir juicios de valor sobre el pasado”.
Los tres amigos siguieron debatiendo durante un buen rato, cada uno defendiendo su punto de vista, aunque con el tiempo respetando el del otro. A medida que la tarde se convertía en noche, el café estaba cerca de cerrar.
“Quizás tengas razón. Tal vez no sea justo simplificar a Villa como un bandido o un héroe, sino verlo como un hombre que tuvo sus aciertos y errores. Pero eso no significa que debamos dejar de cuestionar sus acciones y olvidarnos de generar debates”, dijo el primer hombre.
El segundo asintió y agregó: “Es cierto. Debemos recordar que la historia no es una épica, es lo que llega a nosotros de personas reales que vivieron en circunstancias diferentes a las nuestras”.
El tercer hombre concluyó: “Estoy de acuerdo con ambos. No se puede idealizar ni demonizar a Villa, pero tampoco se debe ignorar su legado. Sujetos como él siempre serán el punto de muchos debates históricos y, además, aprender sobre la manera en que los entendemos en la actualidad puede ayudarnos a comprender nuestro presente”.
Los tres amigos, con opiniones encontradas pero con una comprensión de la historia de su país, se levantaron de la mesa y siguieron su rumbo. Probablemente, cada uno seguirá con sus argumentos; sin embargo, la amistad no terminará por alguien que vivió hace más de cien años.
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