Felipe Monroy
Itinerario 2024: Discursos convergentes
Nunca podremos agradecer lo suficiente a José Agustín por sus tres volúmenes de la Tragicomedia Mexicana. Cada uno de ellos no sólo es un compendio organizado de historias y personajes de la política nacional contemporánea, es una colección de discursos y decires políticos que pintan de cuerpo entero las singulares personalidades y obsesiones de la clase política.
Sin su texto sería difícil recordar que, durante su campaña electoral, José López Portillo desdeñaba los discursos preparados por los entonces jefes del PRI, Porfirio Muñoz Ledo y Augusto Gómez Villanueva; y que, en un arranque de honestidad confesó: “Cuando llego al micrófono no sé que voy a decir, y cuando lo dejo no me acuerdo de lo que dije”.
Como se sabe, en realidad tampoco importaba lo que dijera porque no tenía contrincantes. En aquel proceso electoral de 1976, la oposición vivía una crisis profunda (el PAN no presentó candidato), los partidos satélites al sistema se alinearon al dedazo y la única opción política disidente (el Partido Comunista Mexicano) ni siquiera tenía registro.
Sin embargo, en las últimas dos décadas y media, el proceso democratizador en México ha obligado a los candidatos a trabajar y cuidar con celo sus discursos electorales para promover su figura al tiempo de contrastar su plataforma frente a la de sus contendientes; por si fuera poco, las campañas políticas han evolucionado en competitividad gracias a las mismas dinámicas que los medios de información, comunicación, propaganda y publicidad imponen a la conversación social. Hoy, candidatos y partidos están obligados no sólo a confiar en estrategias más sofisticadas para influir en la opinión pública sino a tomar con mayor disciplina las necesidades del marketing político.
Lo que hemos aprendido los últimos años es simple: para contender, los candidatos deben diferenciarse a nivel personal con atributos que van desde la estamina, la energía, el carisma, la elocuencia y el porte (algo que los mercadólogos llaman ‘verse presidenciable’); pero además, deben plantear su diferenciación de plataforma y oportunidad política a través del discurso. Sabemos que el discurso puede estar lleno de promesas y solemnes compromisos y que la plataforma responde más a los intereses de los sectores que cobijan a cada candidatura pero hay una regla lógica: la candidatura emergida del partido gobernante debe hablar de continuidad progresiva y la candidatura emergida de la oposición debe hablar de cambio o ruptura.
Por ello no sólo no hay sorpresa alguna en el discurso de la candidata de Morena y los partidos satélites al sistema de gobierno; en el fondo, no debe haber sobresaltos por varias razones. En primer lugar: Claudia Sheinbaum debe ser la primera persona absolutamente convencida en la ruta del proyecto político iniciado por López Obrador; está imposibilitada a titubear sus querencias respecto a lo que se ha definido como ‘Cuarta Transformación’ y sus líneas discursivas deben mostrar entusiasmo al mismo tiempo de ser congruentes con la evaluación positiva de su potencial predecesor.
En estos discursos caben bien los lemas: ‘continuaremos’, ‘seguiremos avanzando’, ‘reforzaremos’, ‘profundizaremos’, etcétera. Hasta ahora, la precandidata se ha mantenido en esta disciplina política y mercadológica atendiendo un supuesto: Que un alto porcentaje de electores está conforme con la administración vigente. Evidentemente, su eslogan en la precampaña es “Vamos por el camino correcto”. Aunque, como se ha corroborado en las últimas semanas, dicho camino no está exento de polémicas, corrupción, marrullerías y arribismos que afectan la intención del discurso.
Por el contrario, la construcción discursiva de una auténtica oposición necesita plantear invariablemente la idea de un cambio. Esto fue lo que, en el origen, tuvo la construcción del personaje político para la candidatura presidencial de Xóchitl Gálvez; se le promovió y designó como representante de los partidos opositores (PRI, PAN y PRD) porque su discurso respondía a los sectores que consideran imprescindible un cambio no sólo administrativo sino político e ideológico en México. El supuesto al que debe aferrarse la oposición es: Que un alto porcentaje de electores está disconforme con la administración vigente. Las líneas discursivas deben ser igualmente claras: ‘cambio’, ‘rechazo’, ‘ruptura’, ‘alternancia’, ‘retorno’, etcétera. Recientemente fuimos testigos de cómo ese discurso de oposición puso en el escenario al outsider Javier Milei en Argentina quien prometió cambiar el gobierno de la República directamente con una sierra motorizada.
Sin embargo, algo peculiar sucede en el equipo de la candidatura presidencial de oposición en México: hay dejos discursivos de continuidad política y administrativa en la propaganda de Gálvez. Los lemas de la precampaña no afirman que la ciudadanía “merece algo diferente” sino que “merece más”; también, utilizando el poderoso eslógan de López Obrador “primero los pobres”, Gálvez lo completa con un “de a deveras”; también habla de “mejorar” los programas de becas y apoyos económicos que han sido el sello de la administración saliente.
En conclusión, fuera de los lemas de campaña que aporte Movimiento Ciudadano, la contienda discursiva de la elección presidencial del 2024 hasta ahora se enfoca en las palabras “continuar” y “mejorar”, tanto el partido en el poder como la oposición mantienen discursos convergentes que tal vez revelen algo simple: Que el país quizá no va tan mal, que la gente confía en lo iniciado en este sexenio y que, en todo caso, no hace falta un cambio de rumbo, sólo un ajuste hacia la mejora.
Cuando López Portillo llegó a la presidencia aseguró que él no era “ni de derecha ni de izquierda porque no le interesaban las geometrías políticas” pero más adelante tuvo que confesar que “se había silenciado” para poder moverse “en el resbaloso terreno de la crisis”. Ese silencio evidenciaba lo vacío de su discurso, de su persona y su proyecto. Esperemos que las actuales candidaturas no cedan a la tentación de falsas convergencias y se definan con más claridad y autenticidad; porque las van a necesitar.
*Director VCNoticias.com
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Felipe Monroy
La nueva propaganda es tan vieja como siempre
Mientras varios regímenes democráticos alrededor del mundo comienzan a mostrar rasgos de debilitamiento multifactorial (falta de participación ciudadana, hiper-regulación de instrumentos de control gubernamental, control editorial en medios de comunicación por parte de poderes fácticos o económicos, etc.), la propaganda política renueva sus brillos en diversas formas y espacios informativos. De hecho, la manipulación digital y la estrategia belicista en la información son técnicas cada vez más sofisticadas para mantener el poder.
Lo curioso es que estas técnicas no son exclusivas de Estados que se puedan calificar como ‘autoritarios’; de hecho, provienen de otros grupos de poder.
Después de un par de décadas donde el acceso a la Internet y a los medios digitales generaron expectativas de una mayor pluralidad informativa, con más participación ciudadana tanto en la creación de contenidos como en el consumo más juicioso de los mismos, el mundo post-pandémico ha revelado cómo el control informativo no sólo continúa en un puñado de manos sino que el dominio sobre el ‘mundo digital’ apenas le corresponde a decisiones interesadas y personales de los dueños de los algoritmos. Por ello, gobiernos, partidos políticos y titanes económicos han negociado y hasta intercambiado derechos sociales para utilizar estos recursos con fines egoístas y utilitarios.
Así, aunque la propaganda autoritaria en manos de los colosos informáticos opera de maneras distintas, mantiene el mismo objetivo: dominar desde una persuasión dura. De hecho, regímenes ‘democráticos’ contemporáneos ya no estilan el promover estrategias de seducción y convencimiento racional sobre líderes “buenos, competentes o generosos” sino en persuadir de que hay poderes superiores, irremediables y absolutos.
Esto, que en comunicación política se denomina ‘propaganda dura’ consiste sólo en demostrar poder, sin apelar a mensajes propositivos y en sólo advertir a la sociedad sobre la fortaleza del poder sobre ellos, como un dominio total del cual no se pueden cuestionar sus valores, principios, argumentos o decisiones. Ejemplos actuales de esto suelen estar del lado de propaganda ideológica absolutista que determina incluso los lenguajes, la vida cotidiana y los anhelos de control en grupos sociales cuya superioridad moral se certifica según la adhesión y disciplina ante los principios ideológicos que se enmarcan.
Estas herramientas de control no son nuevas, son las mismas estrategias de dominación de toda la vida; sin embargo, es a través de las redes sociales, plataformas de Internet y de los grandes operadores mediáticos como se han creado nuevos campos de batalla para la ‘guerra propagandística’. No es un secreto que el control de dichas plataformas y algoritmos se encuentra reducido a un pequeño grupo del sector privado y, peor, a disposición de los grupos que pueden pagarlo.
Estas plataformas no sólo vulneran la privacidad de datos de usuarios sino que el control sobre los opacos algoritmos permiten transmitir sin esfuerzo contenidos específicos a miles de millones de personas o, por el contrario, permiten ocultar realidades contrarias a los intereses de sus dueños. Por si fuera poco, el vertiginoso desarrollo de las IA no sólo no están mejorando los problemas de información autoritaria sino que incrementan la duda, la sospecha y la relativización de la verdad.
Estas ‘dictaduras digitales’ crecen, paradójicamente, gracias a la pluralidad y diversidad de visiones, preferencias y creencias en las sociedades hiperconectadas; y desde ahí “aprenden” a imponer un marco único de referencia, controlan las palabras y la narración de la realidad.
Además, en muy pocas ocasiones se trata de inocular “nuevas ideas” en la población sino reforzar creencias ya existentes; el principal éxito de esta propaganda dura es generar apatía política, de hecho, casi todo tipo de apatía, porque algunos estudios revelan cómo en comunidades estudiantiles acostumbradas a la censura (como en regímenes totalitarios culturales), deciden no explorar información fuera del ‘muro digital’ incluso cuando tienen oportunidad.
Y esto tiene una razón: la nueva propaganda (que es la propaganda de siempre) es una mezcla de verdad y ficción. Las mentiras descaradas son contraproducentes; pero al entretejer hechos reales con interpretaciones sesgadas o con narrativas de ‘orgullo’ de autosuficiencia histórica, se torna más sencillo que grandes porciones sociales asuman esos criterios como totales.
¿Y cómo responder ante esto? Sólo hay una vía: Comprender estas dinámicas de la propaganda dura y reconocer cómo se muestran en los mecanismos de información actuales; sólo así se puede preservar el discurso democrático y resistir la influencia autoritaria en esta era digital.
*Director VCNoticias.com @monroyfelipe
Felipe Monroy
Obispos de México: Un nuevo horizonte
El próximo 11 de noviembre, los obispos católicos de México comenzarán una muy relevante Asamblea Plenaria en la que, además de tratar asuntos de largo aliento (el Proyecto Global de Pastoral 2031+2033 y la Novena Continental Guadalupana hacia los 500 años de las Apariciones Marianas en el Tepeyac), están por renovar el Consejo de Presidencia del organismo colegial y, con él, definir el estilo de gobierno y representación de la Iglesia católica ante el Estado mexicano y el gobierno de Claudia Sheinbaum.
Luego de dos trienios bajo la presidencia del arzobispo de Monterrey, Rogelio Cabrera López, los obispos del país llegan al encuentro para ponderar los perfiles episcopales con los que deberán ofrecer y sostener un diálogo urgente y necesario tanto con las autoridades civiles como con las organizaciones sociales que se encuentran en tensiones máximas en una infinidad de temas diversos, aunque en el fondo sólo se trate de una misma clase de conflicto: el juego de la legitimidades que representan.
Este asunto es muy importante porque las figuras de autoridad que hoy están en disputa en el concierto nacional cuestionan la participación del resto de liderazgos sociales según sus adhesiones populares, cualidades jurídicas, capacidades técnicas o de recursos económicos; sin embargo, el papa Francisco ha recordado que, el papel de la Iglesia católica es recordar y promover “que todas las acciones se pongan bajo el ‘dominio político’ del corazón: que la agresividad y los deseos obsesivos se aquieten en el bien mayor que el corazón les ofrece y en la fortaleza que tiene contra los males; que la inteligencia y la voluntad se pongan también a su servicio sintiendo y gustando las verdades más que queriendo dominarlas como suelen hacer algunas ciencias; que la voluntad desee el bien mayor que el corazón conoce, y que también la imaginación y los sentimientos se dejen moderar por el latido del corazón”.
Como se ve, el centro de las reflexiones episcopales sin duda estará la nueva encíclica del papa Francisco Dilexit nos, en particular el numeral anterior y el 88, el cual invita a los pastores a no agobiarse por dividirse entre su misión y las actividades externas recurrentes como “reformas estructurales vacías de Evangelio, organizaciones obsesivas, proyectos mundanos o reflexiones secularizadas”. El Papa pide a los creyentes y en especial a los pastores a no caer en un “engañoso trascendentalismo desencarnado”.
Es decir, será imperante que la próxima directiva de la CEM concilie el sentido evangelizador y misionero en cada una de sus declaraciones y comunicados políticos; puesto que, incluso desde la precisión técnica en su interpretación jurídica o sociológica de la realidad del país, hasta ahora no suelen ofrecer sino su posición jerárquica como único argumento legitimador de su opinión. Francisco ya se los había insistido directamente a los obispos mexicanos y ahora lo universaliza en su encíclica: a la Iglesia no le compete dar soluciones técnicas a la sociedad, tampoco puede quedarse en meras reflexiones secularizadas; en el fondo, el Papa exhorta a los cristianos salir de ese ‘engranaje perverso’ porque “el mayor riesgo en esa misión es que se digan y se hagan muchas cosas pero no se logre provocar el feliz encuentro con ese amor de Cristo que abraza y que salva”.
Frente al contexto nacional, donde hay un hartazgo frente a la improvisación, la pérdida de equilibrios y el irrespeto a la ley, los obispos tienen oportunidad de no sucumbir ante la tentación de considerar al próximo Consejo de Presidencia como un instrumento de colisión o confrontación política sino de abrirse a una mayor colegialidad y participación transparente de las comunidades que integran los servicios de la CEM; que sus instancias de cohesión y vinculación vuelvan a ofrecer un servicio permanente, de tiempo completo; que integre sin ambages los talentos y trabajos que se hacen hacia adentro y hacia afuera del episcopado. Y para ello, será imprescindible elegir sin prisas esa nueva mesa del Consejo de Presidencia.
Recientemente, el presidente saliente de la CEM confesó que, aunque los estatutos internos le permiten proponer una terna de candidatos, no ponderará a ningún hermano obispo a tomar el testigo. Esta actitud de Cabrera quizá atempere los ánimos internos después de que, en algunas instancias episcopales, causaron molestia ciertos casos en que no se respetaron ni los estatutos ni las formas respecto a las ternas y las propuestas directivas.
Con todo, los obispos que suenan para presidir el colegio episcopal en los próximos tres años son: el arzobispo de Xalapa, Jorge Carlos Patrón Wong (66 años), quien ha demostrado tener un buen control de su provincia y además tiene una importante experiencia de siete años junto al papa Francisco en la sección de Seminarios de la Congregación para el Clero (dos temas urgentes en el seno del catolicismo son las vocaciones y su formación sacerdotal); el arzobispo de Durango, Faustino Armendáriz Jiménez (69 años), biblista con larga experiencia episcopal en Matamoros y Querétaro, y quien recién vivió un intenso mes en el Sínodo de la Sinodalidad, el proyecto más audaz del papa Francisco para revitalizar la actitud misionera y evangelizadora de la Iglesia.
Otros obispos que también reciben comentarios positivos en los círculos eclesiásticos son aquellos que ya participan en el actual Consejo de Presidencia: el recién promovido al importante arzobispado de León, Jaime Calderón (58), por su conocimiento del drama migratorio en el sureste mexicano; el hoy vicepresidente del organismo, Gustavo Rodríguez Vega (69), quien podría mantener el estilo dialogante y atemperado de Cabrera, además de que su experiencia en la pastoral de construcción de paz se torna indispensable en un momento como el que vive el país; y el tesorero, Jorge Alberto Cavazos (62), actual arzobispo de San Luis Potosí.
Entre las voces eclesiásticas también se ha hablado de optar por perfiles con todavía más experiencia y que puedan ofrecer vías de diálogo directo con articuladores del gobierno de Sheinbaum; sin embargo, también se estila que no se elija a un presidente de la CEM que cumpla la edad de retiro en el trienio porque, de lo contrario, se daría una señal de ‘presión’ al Papa para no disponer de su separación del cargo y el nombramiento de su sucesor. En las elecciones episcopales serán evidentemente relevantes los nombramientos del nuevo vicepresidente y del secretario general.
Por si fuera poca tarea, los obispos mexicanos están por renovar varias de las sedes arquidiocesanas. Los arzobispos de Guadalajara, México, Acapulco, Tlalnepantla, Morelia, Monterrey, Chihuahua, Puebla y Oaxaca han presentado o están por presentar su renuncia al Papa en el próximo trienio; aún no se concreta el nombramiento del arzobispo de Tuxtla Gutiérrez; y antes de que termine el 2026, por alcanzar la edad de retiro canónica, los obispos de Xochimilco, Cancún-Chetumal, Mazatlán, Tepic, Zamora, Puerto Escondido, Querétaro, Texcoco, Valle de Chalco, La Paz, Tula, Coatzacoalcos, Zacatecas, Tlaxcala, San Cristóbal de las Casas, Irapuato, Lázaro Cárdenas y Tehuantepec, quizá puedan ya tener sus respectivos sucesores.
*Director VCNoticias.com @monroyfelipe
Felipe Monroy
Los márgenes de la independencia editorial
A días de la elección presidencial en Estados Unidos, ha saltado a la opinión pública una información proveniente de las decisiones editoriales en uno de los titanes de la industria periodística norteamericana: El propietario de The Washington Post, Jeff Bezos, exigió al equipo editorial del diario de abstenerse de respaldar, a través de las páginas del medio, a cualquiera de los candidatos a la presidencia. En el pasado reciente, directivos y editores del periódico han mostrado cierta afinidad y apoyo a la candidata demócrata, Kamala Harris; y por ello, la nueva instrucción de neutralidad editorial fue interpretada como un velado y sutil apoyo a Donald Trump, candidato republicano; o, cuando menos, en una señal de bandera blanca.
Es un hecho que, en medio de contiendas políticas importantes, los medios de comunicación suelen tomar partido por algún liderazgo: en ocasiones por intereses comunes (es decir, por identidad ideológica) y en otras, por concesiones o acuerdos de mutuo usufructo (por mero pragmatismo económico o político). Pero, lo ocurrido en el Post obliga a reflexionar sobre este viejo dilema: ¿Cuál es el márgen de independencia editorial que tienen los trabajadores de un medio de comunicación? ¿Todo su trabajo debe estar condicionado a las voluntades y deseos de los dueños de los medios? ¿Cómo garantizar que los medios de información sean auténticos espacios de construcción narrada para una sociedad informada y no sólo un instrumento de deseos e intereses de sus propietarios o financiadores?
Esta reflexión en México tiene por lo menos dos dimensiones: el acceso a la información es un derecho social; y la libertad de prensa y expresión, son todavía derechos intrínsecos a la persona que el Estado está obligado a reconocer y no sólo beneficios ‘garantizados’ por el Estado. Esto tiene dos implicaciones en los trabajadores de los medios de comunicación en México: que ni el Estado ni el medio pueden limitar el derecho de las audiencias a recibir los mejores esfuerzos informativos de los periodistas; y que los derechos de los periodistas no están limitados por las voluntades del Estado ni de los dueños de los medios.
Dicho así, suena sencillo pero, como nos demuestra la historia, es más fácil enunciarlo que ponerlo en práctica. En principio es muy positiva la decisión de que el medio no tome particular orientación política pero ¿hasta dónde debe llegar la influencia del propietario en esta toma de decisión? Los profesionales de la información: directores, editores, columnistas, reporteros, ¿deberían tener una voz también en esa resolución puesto que una determinación de ese estilo podría afectar la gestión y la relación del medio con sus lectores o audiencias?
Nuevamente, parece una verdad de perogrullo que un medio de comunicación no tenga inclinaciones o favoritismos políticos (que intente la objetividad informativa) pero las largas dinámicas históricas en el medio podrían provocar colisiones por el cambio abrupto de políticas editoriales en la redacción. Obviamente, la primera consecuencia visible serían renuncias o inconformidades abiertas por parte de los periodistas; y ello, no sólo va en detrimento de la gestión del dueño del medio sino del medio en sí y del trabajo de sus colegas.
Ahora bien, también es prudente que la gestión y dirección de un medio de comunicación mantenga una moderada independencia de los intereses políticos de terceros; y eso se logra a través de un lenguaje directo pero no agresivo, de una dirección editorial contundente pero no pendenciera. Los conflictos públicos entre el poder político y los medios de comunicación son inevitables; sin embargo, la maledicencia agresiva contra los distantes o la zalamería irracional con los cercanos siempre serán un problema para mostrar profesionalismo y trascendencia de la misión informativa.
Finalmente, hay una cuestión importante respecto a la toma de decisión de un medio de comunicación respecto a su línea editorial: hay circunstancias en las que la neutralidad es imposible. Frente al crimen, la violencia, la guerra, la agresión, la discriminación, el odio, la corrupción y demás fenómenos indeseables y remediables en la sociedad, no puede permitirse una ambigüedad ética o moral. Las agresiones contra los inocentes, la discriminación de los disidentes y la corrupción social (el máximo egoísmo) no pueden ser relativizadas por los medios o los periodistas. Los valores democráticos como la participación, la equidad, la justicia y la libre asociación parten o requieren de libertad de conciencia, expresión y prensa. Si la prensa decide no apoyar dichos principios democráticos, en el fondo renuncia a su libertad y a su misión central, que no es congraciarse con ciertos grupos de poder, sino construir credibilidad en el servicio de informar a la sociedad.
*Director VCNoticias.com @monroyfelipe
Felipe Monroy
Dilexit nos: La ‘carta de amor’ del Papa a un mundo sin corazón
En el undécimo año de su pontificado, el papa Francisco ha publicado su cuarta Encíclica bajo el nombre Dilexit Nos (Nos amó) dedicada al “amor humano y divino del Corazón de Jesucristo”. Se trata una obra tanto novedosa en su lenguaje como en su aproximación teológica e histórica después de haber entregado al mundo cristiano Lumen fidei, carta escrita a ‘cuatro manos’ con el papa Benedicto XVI para cerrar la trilogía de las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad; Laudato si’, la profunda obra teológico-económica sobre el cuidado de la Casa Común desde la ecología integral; y Fratelli tutti, el tratado de la dimensión política de la fraternidad y amistad social.
Con Dilexit Nos, Francisco crea un puente de diálogo con Deus caritas est, de su predecesor pues, como apuntó Benedicto XVI en 2005: “El amor siempre será necesario… no hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor. Quien intenta desentenderse del amor se dispone a desentenderse del hombre… siempre habrá soledad… y los seres humanos necesitan siempre algo más que una atención sólo técnicamente correcta. Necesitan humanidad. Necesitan atención cordial”.
Francisco ofrece ahora una encíclica centrada en el ‘corazón’; pero no sólo como una realidad biológica, psicológica o antropológica del ser humano sino como una realidad que pertenece a lo místico (un núcleo divino que está detrás de toda apariencia, auténtico y sincero) y a lo mítico (un principio unificador de la realidad y de la historia total, un armonizador de cada historia personal con lo sempiterno donde todo tiene un sentido a pesar de la fragmentación que percibimos).
Para el pontífice argentino, la humanidad hoy necesita recuperar estas dos dimensiones del corazón porque “nos asalta la tentación de navegar por la superficie, de vivir corriendo sin saber finalmente para qué, de convertirnos en consumistas insaciables y esclavizados por los engranajes de un mercado al cual no le interesa el sentido de nuestra existencia”.
El papa Francisco ya había comentado en algunas intervenciones que el mundo contemporáneo se había “descristianizado” pero ahora va más allá: “viendo cómo se suceden nuevas guerras, con la complicidad, tolerancia o indiferencia de otros países, o con meras luchas de poder en torno a intereses parciales, podemos pensar que la sociedad mundial está perdiendo el corazón”.
Es por esto que el pontífice hace esta especie de ‘carta de amor’ al corazón: a lo que simboliza en el ser humano (amistad, ternura, cuidado, emoción, etc.) y a la dimensión del misterio con el que Dios ama a la humanidad entera con un corazón humano.
En esta encíclica, el Papa también hace una crítica a las actitudes de ciertos líderes espirituales y religiosos, así como a fieles de ‘actitud elitista’, que en el afán de expresar una “purísima adoración al Dios altísimo… miran con desprecio todo lo que fuera humano, afectivo, corpóreo” y recuerda que desde Pío XII se le denominó como “falso misticismo”. Una tendencia que, por cierto, parece crecer entre jóvenes curas rigoristas y de una fe ‘etérea’. Francisco también alerta sobre otras espiritualidades modernas “sin cuerpo” del mundo secular: un ‘buenismo universal’ de conceptos inasibles y asépticos o espiritualidades vacías del drama humano.
Con esta encíclica, el Papa también comparte un recorrido histórico de la devoción y culto al Corazón de Jesús: sus resonancias entre los cristianos primitivos, el papel que jugó en configuración teológica católica, el simbolismo que se actualiza en cada época de la era cristiana y la inspiración de su significado en devociones monásticas, místicas, poéticas y prácticas para diversos santos y santas católicas de la historia.
Hay además un tema que merece una mención: esta encíclica del 2024 está escrita con una audacia lingüística que rompe las formas tradicionales de estos documentos. Como se sabe, históricamente el pontífice utilizaba el ‘nos mayestático’, que es una figura gramatical para referirse a uno mismo en primera persona del plural y se estila aún entre algunos monarcas o jerarcas eclesiásticos. Con el tiempo, esa figura se sustituyó en los documentos pontificios por el “nosotros como plural incluyente”; y casi toda la encíclica Dilexit nos está escrita así.
Sin embargo, hacia el final del texto, Francisco experimenta con un estilo narrativo difícil: escribir en segunda persona. Pasa de expresar: “Propongo que desarrollemos…” (una expresión a la que invita y se incluye) a “Cristo te pide… no tengas vergüenza… que te atrevas a contar a los otros que te hace bien haberlo encontrado… te envía a derramar el bien y te impulsa por dentro… harás el bien… podrás sentir que él te llama… De alguna manera tienes que ser misionero… Si te atreves, él te iluminará. Él te acompañará y te fortalecerá, y vivirás una valiosa experiencia…”. Con esto, el Pontífice Máximo se abaja a hablarle de tú a quien lea u oiga, y también se habla un poco a sí mismo, como si su corazón le hablara a su razón. Y quizá ese sea un buen ejemplo.
*Director VCNoticias.com @monroyfelipe