Columna Invitada
En equipo, se llega más lejos
Por: Mtro. Alejandro Martínez Álvarez
Vivimos tiempos en los que hombres y mujeres parecen caminar en direcciones opuestas, como si el amor fuera una competencia y no un proyecto compartido. Las redes sociales, los programas y hasta las conversaciones cotidianas están llenas de reproches entre géneros, olvidando que la familia no es una lucha: es un equipo.
La raíz de este desencuentro no está en el presente, sino en cómo una generación fue educada.
Una generación que creció entre ausencias, con madres que tuvieron que serlo todo y padres que, en muchos casos, no estuvieron. De ahí surgieron hijos e hijas que aprendieron a protegerse del amor antes que a prepararse para amar.
Si queremos reconstruir el tejido social, no basta con seguir señalando culpables. El cambio no se logra discutiendo quién sufrió más, sino aprendiendo a criar mejor. Y esa transformación no comienza en los discursos, sino en casa.
Hoy, lamentablemente, los principales formadores de nuestros hijos ya no son los padres ni los maestros, sino las redes sociales.
Las nuevas generaciones crecen bajo la influencia de contenidos virales, de voces anónimas que, con millones de reproducciones, moldean ideas sobre lo que significa amar, respetar, o incluso lo que implica ser hombre o mujer.
A esto se suman ciertos grupos activistas —no mayoritarios, pero sí muy ruidosos— que, con la bandera del progreso, han convertido discursos nobles en consignas divisorias, haciéndonos creer que la rivalidad entre géneros es sinónimo de justicia. Y no, no lo es. Lo justo no enfrenta, lo justo construye.
Educar sin revancha, criar con propósito.
Hoy existen miles de mujeres admirables que sostienen solas a sus familias. Sin embargo, algunas —desde la herida que dejó la irresponsabilidad de otros— transmiten a sus hijos un mensaje equivocado:
“Los hombres no sirven”
“Mejor solas”
“No los necesitamos”
Ese sentimiento es comprensible, pero peligroso si se convierte en enseñanza. Cuando criamos desde el rencor, sembramos miedo donde debería haber formación.
No se trata de justificar a quien abandonó su deber, sino de romper el ciclo y enseñar lo contrario:
A los hijos, que ser hombre significa cuidar, respetar y acompañar.
A las hijas, que amar no implica depender, pero tampoco rechazar; que elegir bien es un acto de sabiduría, no de revancha.
Educar desde la serenidad no borra lo que pasó, pero transforma la herida en lección.
La pareja como equipo, la familia como fuerza
Una familia no se construye con dos perfectos, sino con dos personas que deciden remar en la misma dirección, incluso cuando el agua se complica.
En pareja se avanza con más firmeza porque uno sostiene al otro cuando las fuerzas flaquean.
Y cuando esa unión se convierte en hogar, la familia se transforma en el equipo más poderoso que puede tener la sociedad.
Cada integrante cumple un rol distinto, pero comparte un mismo propósito: crecer juntos.
No hay amor duradero sin empatía, ni liderazgo sin cooperación.
El hombre que respeta y la mujer que confía construyen un entorno donde los hijos aprenden que la verdadera fortaleza no está en hacerlo todo solos, sino en apoyarse y sumar.
Porque la vida, como cualquier meta importante, se conquista así: en equipo.
Cuando una familia aprende a actuar como tal —dialogando, acompañando y perdonando— se convierte en el primer eslabón de una sociedad más humana.
El cambio que anhelamos no vendrá de seguir enfrentándonos, sino de recordar que en equipo se llega más lejos.
De criar a nuestros hijos con ejemplos, no con resentimientos.
De enseñar que el amor verdadero no limita, sino impulsa.
La familia es la célula viva del tejido social porque enseña a cooperar, a confiar y a compartir.
Y cuando cada hogar funciona como un verdadero equipo, no hay obstáculo que no se supere ni herida que no sane.
Porque al final, la historia no la escriben los que gritan más fuerte, sino los que aprenden a remar juntos.
Y en la vida —como en el amor—, en equipo siempre se llega más lejos.

Redes sociales Alejandro Martínez Álvarez
Columna Invitada
Violencia a la Mujer
La semana pasada se conmemoró el Día Internacional Contra la Violencia a la Mujer. Más allá de los individuos, tenemos un problema en nuestra cultura. La cual influye en todos los aspectos de la nación, incluso en las leyes, en las costumbres, en las prioridades, en el nivel de exigencia para los miembros de la Sociedad.
Es difícil que yo, como varón, pueda tener una total comprensión de lo que significa vivir esta violencia contra una mujer. Tenemos también el problema de que lo que consideramos violencia son únicamente los casos más graves, sin considerar muchos otros modos de violentar, desde las bromas pesadas, violencia económica, acoso sexual o violaciones, llegando hasta crímenes atroces con tortura y asesinato. Es algo muy engranado en nuestra cultura, por desgracia.
La reacción de la Sociedad, incluyendo los hombres, por supuesto, pero también ciertos grupos de mujeres, es la de ignorarlas, en el mejor de los casos. En el peor, atacar a quien denuncia. Las ven como personas que estorban, que molestan a una Sociedad que se siente muy tranquila con lo que está ocurriendo. Quisieran víctimas silenciosas, usando la frase machista, tan manejada: “Calladita te ves más bonita”. Están aceptando el falso sentido de superioridad del varón, basado en la fuerza bruta, la capacidad de dañar al débil. Se sostiene el rol subordinado que se les asigna a ellas y los obstáculos legales para poder ejercer su papel cívico. Se ha vuelto una costumbre.
Hay expertos que ven la raíz de esta violencia contra la mujer en la debilidad del hombre. Entre más débil es el hombre, más violento se vuelve para afirmarse, para poder sentir que, verdaderamente, en algo es poderoso. Porque, generalmente, en su mundo es alguien poco importante, con pocas capacidades. Eso funciona porque las culturas tienen un modo de mantenerse y de reproducirse, a través de muchos elementos: ceremonias, vestimentas, celebraciones, el sentido de lo fundamental. Así se sostiene la misma, y por eso es complicado, lento, difícil cambiar la cultura. Lo cual no quiere decir que debamos rendirnos.
De fondo, la solución más completa es el reconocimiento de que tenemos la misma dignidad. Debemos recibir el mismo respeto, independientemente de nuestro sexo. La mejor respuesta es la colaboración plena, más allá de las cuotas de género, aunque estas pueden ser consideradas útiles como un paso intermedio. Pero esa no es la solución completa. Hay que evitar radicalmente que esta causa tan importante, tan humana, se vuelva un botín político. Porque puede haber grupos y partidos que traten de lucrar con este justificado enojo de una gran cantidad de mujeres.
La solución está en la colaboración. Si no logramos encontrar una manera de que hombres y mujeres trabajemos por mejorar en este tema, el resultado será temporal. No se trata de sustituir el patriarcado por un matriarcado; lo que importa es crecer en adultez. Tenemos que pasar del infantilismo, en los aspectos de relaciones entre los sexos, a la madurez. Entre más fuertes seamos, mejor nos podremos coordinar, colaborar, reconociendo y valorando nuestras diferencias.
Necesitamos una ciudadanía fuerte que adopte esta bandera, se la arrebate a la clase política y se dedique a desarrollar desde la raíz, desde la infancia, desde la escuela más básica, esta relación de madurez y de entendimiento entre unos y otros. Y no estar confiados en que las soluciones vendrán con el tiempo, en el muy largo plazo. Nos urge, lo necesitamos. Amigas, hay hombres que están de su lado. ¡Ánimo! Nuestra colaboración beneficiará a nuestra Sociedad.

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx
Columna Invitada
Pirotecnia: una tradición que exige conciencia, no indiferencia
Cada diciembre en México se enciende algo más que pólvora: se enciende la conversación eterna entre tradición y seguridad. Nadie niega que los fuegos artificiales han acompañado nuestras celebraciones por siglos; forman parte de la memoria colectiva y de la estética festiva del país. Pero también es cierto que, detrás de ese brillo, siguen existiendo riesgos que ya no podemos minimizar.
No se trata de atacar a quienes aman la tradición ni de convertir en villano a quien recuerda su infancia con un “cuetito en la mano”. Esto no va de nostalgia. Va de responsabilidad. Va de preguntarnos, como adultos, como padres y como sociedad: ¿cuánto dolor ocasiona lo que seguimos normalizando?
Hermosillo es un ejemplo claro del reto. Durante muchos años, Protección Civil decomisaba alrededor de 200 kilos de pirotecnia clandestina cada temporada. Con la regulación más estricta y la prohibición de pirotecnia sonora, el año pasado se decomisaron solo 25 kilos. Un avance enorme, sí, pero también una señal de alerta: el problema no desapareció, solo se hizo más pequeño… y más disperso.
Basta un artefacto para causar una tragedia
Y aquí es donde debemos ser honestos sin ofender a nadie:
¿Quién compra la pirotecnia? Los adultos.
¿Quién pone el dinero? Los padres.
¿Quién la manipula la mayoría de las veces? Los hijos.
La ecuación está desequilibrada desde el origen.
No es un tema de prohibición; es un tema de decisión familiar.
Durante años me tocó ver de cerca lo que muchos prefieren no imaginar: niños con quemaduras en las manos, en la cara, en los ojos; adolescentes que pierden movilidad o audición; casas enteras consumidas por un globo de Cantoya que cayó donde no debía.
La estadística nacional coincide:
- El 60% de los lesionados por pirotecnia son menores entre 5 y 14 años.
- Las zonas más afectadas son manos (30%), ojos (28%) y rostro (15%).
Ante esos datos, cualquier argumento romántico se queda corto.
La tradición es valiosa, pero ninguna tradición debería sostenerse sobre el sufrimiento de los más pequeños. No es coherente que como sociedad hayamos avanzado en temas de equidad, salud mental, educación y seguridad vial, pero sigamos aceptando prácticas que lesionan a quienes más deberíamos proteger, porque curiosamente, la regulación avanzó porque algunas personas se preocuparon más por los perritos que por los niños o las personas autistas.
El riesgo de la pirotecnia no es una exageración. Tampoco es una persecución. Es una realidad que cada año se cobra vidas en todo el país: explosiones en talleres clandestinos, incendios en viviendas, abarrotes con venta ilegal, menores lesionados por artefactos defectuosos. Hablar de esto no es ser aguafiestas; es ser sensato.
Y aquí la reflexión indispensable:
¿De dónde sale el dinero para comprar pirotecnia?
Del bolsillo de los padres.
Por eso la decisión es profundamente familiar.
No importa si el niño insiste, si “todos los vecinos compraron”, si “es nomás tantito”.
Lo que para un menor es un juego, para un adulto debe ser un análisis de riesgo.
Celebrar, sí.
Poner en peligro a los hijos, jamás.
La regulación actual en Hermosillo demuestra algo importante: cuando la autoridad actúa, el riesgo disminuye. Pero el cierre definitivo del círculo depende de la familia. No de la policía, no del municipio, no de los inspectores, no de las campañas: de la decisión del adulto que entrega o no el billete.
El mayor acto de amor en diciembre no es comprar luces que explotan, sino garantizar que tus hijos regresen a casa sanos, completos y sin cicatrices.
La tradición puede continuar, pero la inconsciencia no.
Hoy Hermosillo está dando pasos. Falta que cada hogar dé los suyos.
Pasemos unas felices posadas y disfrutemos el Guadalupe – Reyes que ya se aproxima.
Mtro. Guillermo Moreno Ríos
Ingeniero civil, académico, editor y especialista en Gestión Integral de Riesgos y Seguros. Creador de Memovember, Cubo de la Resiliencia y Promotor del Bambú.
[email protected]

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx
Columna Invitada
Un México que pierde su humanidad… y cómo recuperarla
Por Alessandra García Villela
En medio de los avances tecnológicos, la hiperconexión y el ritmo acelerado con el que vivimos, pareciera que México –y el mundo– ha comenzado a perder algo esencial: su humanidad. Cada vez es más común ver cómo decisiones públicas, conversaciones sociales e incluso debates cotidianos olvidan un principio fundamental: la dignidad de la persona humana. Cuando ese valor se desplaza del centro, todo lo demás se distorsiona. Y entonces, cualquier cosa parece negociable.
La historia reciente nos lo demuestra. Cuando olvidamos la dignidad humana, dejamos de proteger a quienes más lo necesitan: a las mujeres que enfrentan violencia todos los días, a los niños que crecen sin oportunidades, a los adultos mayores sin acompañamiento, a quienes viven en pobreza extrema, a los enfermos sin acceso a atención digna, a los migrantes que arriesgan todo por sobrevivir y, también, a quienes aún no nacen. Lo mismo ocurre con el medio ambiente: cuando dejamos de reconocer que el ser humano tiene un valor intrínseco, se vuelve más fácil destruir aquello que sostiene su vida.
No es casualidad que los países con mayores niveles de desarrollo sean justamente aquellos donde la dignidad humana es la base de sus políticas públicas. México no será la excepción. Para aspirar a un país más justo, más seguro, más próspero y más unido, necesitamos regresar a ese principio elemental.
Duele profundamente ver un país dividido, enfrentado, roto en bandos que parecen imposibles de reconciliar. Duele porque cuando dejamos de reconocer la dignidad del otro, lo convertimos en enemigo, en alguien “cancelado”, en alguien que —según algunos— ya no tiene derecho a opinar, a cuestionar, a participar. Pero un México así no puede avanzar. La dignidad humana nos recuerda que cada persona, incluso quien piensa distinto, merece ser escuchada y respetada. México nos necesita unidos, no idénticos; unidos en reconocer el valor irrenunciable de cada uno. Solo así podremos construir un país donde la diferencia sume, no divida, y donde la esperanza tenga más fuerza que el miedo.
Desde la Red de Jóvenes Activadores en Actívate, una plataforma que impulsa la participación ciudadana para transformar nuestro entorno, el mensaje es claro: si queremos un México mejor, no basta con quejarse, hay que actuar. Y actuar desde convicciones firmes.
Los primeros pasos en el activismo a veces provocan miedo, pero debe prevalecer la determinación. Un país más humano solo es posible si reconocemos, defendemos y promovemos el valor de cada persona, sin excepciones. Esa certeza me llevó a alzar la voz, a comprometerme con causas sociales y a trabajar con jóvenes de todo el país que comparten el mismo anhelo: construir un México más digno.
Cuando la dignidad humana está en el centro, todo cambia. Luchamos por una educación de calidad, porque sabemos que transforma vidas. Impulsamos el emprendimiento y el empleo digno, porque reconocemos la capacidad creadora de las personas. Defendemos los derechos humanos, porque no hay progreso posible sin justicia. Protegemos a los niños y a los no nacidos, porque su valor no depende de circunstancias externas. Cuidamos del medio ambiente, porque entendemos que el bienestar humano está ligado al equilibrio ecológico. Y acompañamos a los más vulnerables, porque su dignidad es tan grande como la de cualquiera.
Esta visión no es teórica; es práctica y transformadora. En Actívate lo hemos comprobado. Un ejemplo es la campaña del Cangrejo Azul, un proyecto que logró movilizar a miles de ciudadanos para proteger una especie en peligro de extinción y su ecosistema. ¿Por qué funcionó? Porque lo hicimos con convicción, con creatividad y partiendo de un principio sencillo: si cuidamos la vida –toda vida–, cuidamos nuestro futuro.
Hoy México necesita recuperar esa mirada humanista. Necesita líderes, ciudadanos y autoridades que recuerden que cada decisión pública tiene rostro, historia y consecuencias reales en vidas concretas. Necesita jóvenes que no se cansen de participar, de cuestionar y de proponer.
La pregunta que nos queda es simple pero urgente: ¿qué pasaría si, como país, decidiéramos colocar nuevamente la dignidad humana en el centro de todo? Tal vez descubriríamos que las respuestas que buscamos –seguridad, justicia, desarrollo, unidad– comienzan justamente ahí.
Porque un México más humano no es un ideal lejano: es un proyecto posible, y empieza con cada uno de nosotros.
El objetivo es que cada mexicano se reconozca responsable del otro, que entendamos que nuestro país no se sostiene solo con instituciones, sino con personas que deciden involucrarse, acompañarse y construir juntas. Si asumimos que todos somos corresponsables de un mejor México —desde lo que hacemos en casa hasta lo que impulsamos en lo público— entonces podremos transformar realidades. Un país verdaderamente humano nace cuando cada uno de nosotros reconoce que su vida está ligada a la dignidad y la esperanza del que tiene a lado.

Alessandra García Villela
Coordinadora Jr. de la Red de jóvenes activadores
La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx
Columna Invitada
¿Está lejos nuestra Paz?
Tras las consecuencias de los asesinatos de alto impacto en Michoacán en las semanas pasadas, han ocurrido algunas secuelas que tienen que ver con esa situación. Como el desarrollo de grupos cívicos locales en esa y otras entidades, así como las manifestaciones de la generación Z que ocurrieron hace días en varios Estados.
Manifestaciones relativamente pequeñas, aunque significativas en impacto simbólico. El éxito de estas manifestaciones se puede medir por números. Sin embargo, la medida del éxito más importante es la preocupación que ha mostrado el gobierno federal frente a las mismas. No las ha ignorado: las ha tomado en cuenta y trata de desacreditarlas en declaraciones públicas. Estos eventos son un síntoma de un malestar más profundo: la desconexión entre la gobernanza y la participación social.
La solución al problema de la Paz difícilmente puede venir del gobierno, no importa su signo, sin que haya una participación decidida y relevante de la sociedad civil, sobre todo de la mayoría que somos los ciudadanos sin partido. Eso es lo más importante en este asunto. ¿Será que la ciudadanía no se está haciendo cargo de su papel político? Como estamos, no se logra el mandato democrático que obliga a los gobiernos a gobernar para todos. Tenemos que lograr romper con el ciclo de la polarización cada vez más creciente, buscar una reconciliación nacional entre todas las personas de buena voluntad, que se encuentran en todos los partidos políticos y en los ciudadanos sin partido.
¿Qué debería estar haciendo la ciudadanía? Primero, saber qué está ocurriendo, estar informada. Una vez teniendo esto, interpretar, entender bien qué significan estas cosas y además reflexionar sobre las causas y las posibles soluciones que pudiera haber. Esta es una labor totalmente personal. Además, a través de grupos pequeños, se comunica, se comenta, se discute la situación. En algunos casos, esos grupos se pelean y generalmente se vuelven a reconciliar. Pero se expone la situación. Buscan que se comparta el conocimiento y la gama de soluciones que estas situaciones pudieran tener.
De diversas maneras: desde las comunicaciones personales, grupos pequeños de vecinos o de amigos y conocidos, a través de las redes sociales. Hasta las manifestaciones, para dar a conocer las inquietudes de los ciudadanos. Más allá de manifestar su oposición, dar a conocer cuál es su propuesta. Y no importa si estas propuestas están listas y acabadas. En todo caso, se tendrían que someter a debate. De hecho, actualmente no se está debatiendo: se está insultando. Hay que exponer sus razones, convencer a través de un debate cuáles son sus méritos.
Proponer es el centro de toda solución al problema de la Paz. Es necesario que la solución no venga meramente del enojo, del ataque, de la manifestación. Se requiere una propuesta. Y eso es lo que nos está haciendo falta. Le hace falta a la oposición. Le hace falta a la ciudadanía sin partido. Nos hace falta a todos. Tenemos que dejar de agredir a las personas, evitar rigurosamente el ataque personal. Enfrentar las situaciones. Entenderlas, debatirlas y proponer soluciones. Y esto está en nuestras manos. En manos de la ciudadanía.
Algunos, en los partidos políticos, están tan embebidos en conservar su cuota de poder, que no pueden ver más allá. Mientras la ciudadanía, ustedes y yo, no les mostremos nuestro descontento, difícilmente llegaremos a una solución de la Paz, que sea satisfactoria para la gran mayoría.

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx
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