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Felipe Monroy

El triunfo de la post verdad

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Corren días de mentiras y ficciones. Frente a nuestros ojos, burlándose de nuestra inteligencia, cunden los prestidigitadores y avezados histriones que podrían jurar ante Dios cualquier exageración con tal de figurar en los escenarios noticiosos más consumidos o para manipular la percepción sobre ciertos acontecimientos. Nos encontramos en el triunfo de la post verdad: una cínica distorsión deliberada, utilitaria, discursiva y mediatizada de la realidad para manipular las emociones y moldear creencias con un sólo objetivo: influir en la opinión y las actitudes del público de nuestro interés.

No se puede ser diplomático en su categorización: son manipuladoras no sólo aquellas personas que distorsionan la realidad sino también quienes revisten con ambigüedad y retórica propagandística las palabras que declaran con interés político, quienes suben al púlpito mediático para ‘provocar’ emociones, enardecer huestes y conmocionar a ingenuos. El resultado es obvio para el entronizado y para sus operarios: conseguir más poder. Poder, para hablar más, para ser más ‘relevante’ y, por tanto, para manipular más justificando su estilo utilitario.

Algunos dicen que utilizan estas estrategias como respuesta a instancias de poder aún mayores. Por ejemplo frente a esos poderes fácticos que no sólo dominan la economía (bajo los principios de la supuesta deidad del mercado) sino que también sojuzgan a las administraciones públicas (sean éstas democráticas o no). Su lógica es la de combatir fuego con fuego, mal con mal; y utilizan la lógica de esos medios de poder como cajas de resonancia para afianzar su posición.

El crimen de la post verdad es, por ejemplo, llamar ‘objetividad’ a intuiciones sobre la psique de un personaje con el que jamás han hablado. Al igual que ha sucedido con el caso –ya famoso en México– de la falsa especialista Marilyn Cote, existe una pléyade de falsarios que, sin ninguna base ética y sin ruborizarse, pueden declarar ‘rencoroso’ o ‘vengativo’ al político de su animadversión. Esas declaraciones sólo tienen un objetivo: engañar a su audiencia.

¿Se puede decir, sin ninguna base, que las decisiones de cualquier político son erráticas debido a su mente afectada? Sí, de hecho, el caso de Cote ejemplifica la tranquilidad con la que se practica este deporte en el país: cínicamente, sin consecuencias, sin pudor.

Otro ejemplo del utilitarismo ramplón de la post verdad es la falsa diplomacia. También en México lo hemos visto una y otra vez. El caso del embajador de los EU en México, Kenneth Salazar, es ejemplo de quien ha estirado demasiado este juego. Por el interés de provocar reacciones y emociones a diferentes audiencias, se pierde objetividad en la lectura de la realidad. Y eso trae consecuencias –tardías, pero determinantes– para aquellos que expresan palabras que hablan de complacencia y hasta apertura colaborativa pero, al mismo tiempo, validan los ataques contra la legitimidad de aquellos con quienes se quiere colaborar.

En un reciente panfleto político se lee literalmente el deseo de cierta organización para colaborar formalmente con el gobierno federal y la presidenta Claudia Sheinbaum; pero, al mismo tiempo, no deja de afirmar que su triunfo y el de su partido fueron producto de una “fraudulenta elección”. La indefinición en estos casos no es por ignorancia; sino por la manipulación de la realidad: mantener en el engaño a quienes consideran a este gobierno ‘espurio’ (alimentar sus huestes) y usufructuar los beneficios que esa misma administración ‘ilegítima’ pueda darles (la connivencia con el poder).

¿Qué se puede hacer en medio de esta confusión? Como ya se ha dicho, combatir fuego con fuego no solo es inútil; en este caso además no es ético ni responsable. Frente al enorme desafío por mantener un oficio informativo y periodístico sobrio, comprometido con la ciudadanía y apegado lo más posible a la realidad –incluso desde nuestros ineludibles sesgos cognitivos y falencias– debe prevalecer el interés por la justicia, la verdad y la historia. Pero además, hacerlo desde lo más simple, desde lo básico.

Por tanto, quizá hoy más que nunca, el periodismo debe observar e interrogarse, con una naturaleza casi salvaje, por el origen y destino de lo observable. Es decir, nos falta mirar a los acontecimientos como si fueran un objeto complejo pero finito, intrincado en curvas, cuya verdad brilla en ocasiones muy tenuemente y otras veces, como un golpe de rayo. El periodista entonces debe darse tiempo y paciencia para girar ese objeto de un lado a otro, buscar cómo comprenderlo en una historia, entender cómo ese fragmento de realidad tiene un sentido pequeño pero auténtico, sin dejarse deslumbrar por falsas narraciones utilitarias que fingen sentidos superiores de su existencia.

Algunos medios y periodistas comienzan ya a comprenderlo: la angustiante búsqueda del impacto, de la masividad, la viralidad o la conquista de la conversación social pueden en ocasiones tergiversar la misión y responsabilidad informativa. La semana pasada The Guardian y Vanguardia, dos importantes medios internacionales decidieron salir de la plataforma de Elon Musk (X antes Twitter) porque aseguran que ha incrementado el contenido tóxico y desorientador de forma abrumadora, porque se ha convertido en un espacio que amplifica las teorías de conspiración y la desinformación. Pero yo iría un poco más lejos: Porque se ha convertido en un mecanismo político, utilitario y pragmático, de la post verdad. Un tapón o un bastón –según convenga– para necesidades políticas pasajeras o para limitadas causas sociales.

Frente a esas mentiras y ficciones, entre las manos de los periodistas hay todavía una pizca de verdad, un fragmento de realidad por contar. De la cual no somos dueños y que, a pesar de los intentos –incluso de la terquedad– de los poderosos, siempre emergerá con luz propia.

*Director VCNoticias.com  @monroyfelipe



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Felipe Monroy

Renuncias y sucesiones episcopales

El 2025 será un año intenso para los obispos mexicanos

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Este 2025 será un año intenso para los obispos de México. En primer lugar estarán sumergidos en las actividades que implican el Año Jubilar Ordinario; también estarán adecuando acentos pastorales para dar seguimiento al Proyecto Global de Pastoral 2031+2033; y, finalmente, entrarán en un periodo reflexivo respecto a los grandes temas que supone el recambio generacional episcopal que definirá los perfiles del futuro de la Iglesia mexicana.

Sobre el Jubileo 2025. A pesar de centrarse en la peregrinación de católicos a Roma, los obispos locales también han tenido oportunidad de que las puertas del perdón sean abiertas en sus catedrales diocesanas, más cercanas a los fieles, para que estos alcancen las indulgencias que ofrece la Iglesia cada cuarto de siglo. Sólo eso requiere proyectos de formación, catequesis y celebración para compartir a los creyentes la importancia de este momento jubilar.

Respecto a los acentos pastorales; se sabe que el cambio en la presidencia de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), dará seguimiento al proyecto pastoral aprobado por el pleno hace casi una década; sin embargo, también es claro que habrá ajustes en algunas prioridades. Al final del XXV Encuentro de Vicarios de Pastoral se puso enfoque en la sinodalidad y la misión profética de la Iglesia mexicana, lo cual anticipa análisis sobre el estilo de gobierno y operación al interior de las instituciones religiosas, al mismo tiempo de reforzar el ‘anuncio y la denuncia’ evangélica en medio de la realidad social.

Sin embargo, uno de los temas más acuciantes para el futuro de la Iglesia mexicana pasa por el recambio generacional de los perfiles episcopales. De hecho ha sido simbólico y muy significativo que, sólo arrancando el 2025, el cardenal arzobispo de México, Carlos Aguiar Retes, haya cumplido la edad canónica de retiro y que, por lo tanto, ha debido enviar su carta de renuncia al papa Francisco. Por supuesto, este es un procedimiento ordinario al que deben someterse todos los clérigos para poner a consideración de su superior el destino de su servicio y labor. No obstante, el acto en sí es simbólico porque obliga a imaginar los liderazgos eclesiales del segundo tercio del siglo.

Tras cumplir los 75 años de edad, el cardenal Aguiar entra por tanto en esa ‘sala de espera’ en la que la Santa Sede valora si el nombramiento de su sucesor es apremiante o no. Se suma a media docena de obispos y un cardenal que ya presentaron su renuncia al papa Francisco y que también aguardan el momento de su aceptación y el potencial nombramiento de su sucesor.

Los obispos que superan la edad canónica de retiro estos momentos son: el obispo de Xochimilco, Andrés Vargas Peña; el obispo de Tepic, Luis Artemio Flores Calzada; el obispo de Cancún-Chetumal, Pedro Pablo Elizondo Cárdenas; el obispo de Zamora, Javier Navarro Rodríguez; y el propio cardenal arzobispo de Guadalajara, José Francisco Robles Ortega. Por ello, el cardenal Aguiar declaró que espera que el pontífice argentino le conceda por lo menos la misma extensión de tiempo en el gobierno como lo ha aplicado con otros obispos del país.

Pero el 2025 apenas comienza, antes de la asamblea plenaria de obispos del próximo otoño, ya habrán presentado su renuncia otros siete pastores, incluidos tres arzobispos metropolitanos (Puebla, Víctor Sánchez Espinoza; Antequera-Oaxaca, Pedro Vázquez Villalobos; y Acapulco, Leopoldo González González); y en enero del 2026, el arzobispo de Morelia, Carlos Garfias Merlos; y el arzobispo de Monterrey, Rogelio Cabrera López.

Por si fuera poco, hasta ahora el papa Francisco no ha designado pastores para la arquidiócesis de Tuxtla Gutiérrez y las diócesis de Ecatepec, Nuevo Casas Grandes, Nuevo Laredo, Nogales, Tapachula y El Nayar.

Se trata, por tanto, de ocho de diecinueve grandes circunscripciones eclesiásticas de referencia e importancia simbólica que analizan los perfiles de los obispos en funciones (que tengan alrededor de una década de experiencia episcopal) para ser elevados a arzobispos metropolitanos; y de casi una veintena de diócesis para las que la Nunciatura apostólica, la Santa Sede y México también estarán valorando perfiles de sacerdotes u obispos auxiliares para tomar las riendas no sólo de su porción de fieles sino de los grandes proyectos que están en desarrollo en la Iglesia mexicana rumbo a la celebración de los 500 años del Acontecimiento Guadalupano: vocaciones y ministerios, transmisión de la fe, cambio cultural, sinodalidad y reestructuración integral, construcción de paz, promoción de la dignidad humana y pastoral social.

Para el recambio generacional, los obispos de la ‘Era Francisco’ (casi todos auxiliares aún) ya han manifestado su papel e importancia para el futuro de la Iglesia mexicana; de entre ellos no sólo saldrán los obispos que dirigirán las diócesis después de que los obispos creados por Juan Pablo II y Benedicto XVI lleguen al retiro; también emergerán los nuevos referentes teológico-pastorales para una Iglesia que se aproxima a los 2000 años de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo.

*Director VCNoticias.com

@monroyfelipe

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Felipe Monroy

El poder del nombre

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Nombrar es poseer de alguna manera. En el fondo, la aceptación compartida por lo menos por dos personas (aunque el ideal es que haya un gran consenso de colectividad) de que una cosa tenga un nombre y no otro, siempre tiene una traza de ejercicio de potestad, de poder y posesión. Se dice que la elección y definición de los signos lingüísticos que representan la identidad de los objetos, los seres, lo inasible y hasta lo imposible siempre será arbitraria, pero en el fondo hay un dispositivo que intenta fijar “la cosa” al “nombre” y ahí no participa el azar sino el poder.

Eso es lo que hay detrás del juego de retórica política que jugaron Donald Trump y Claudia Sheinbaum en días pasados: Si una porción de mar delimitada por ciertas playas y traspasada por los más variados intereses políticos y comerciales lleva un nombre u otro podría parecer baladí y, sin embargo, la lucha por esos nombre detona sentimientos y ciertos valores de historia, derecho, propiedad, orgullo, tradición, ley y costumbre que superan las características propias de las palabras con las que se quiere nombrar a la cosa.

El episodio originado por Trump al declarar que el Golfo de México debería llamarse Golfo de América (entendida ‘America’ como la nación estadounidense y no por el continente) y la respuesta de Sheinbaum sobre que los Estados Unidos de Norteamérica deberían llamarse entonces la América Mexicana, no debe parecernos un acto menor en el curso actual de la geopolítica y el cambio en el peso ideológico que enmarca las transformaciones sociales y culturales contemporáneas.

La gran disputa política actual está asentada en el lenguaje y en la forma en que ciertos poderes promueven, convencen, obligan o directamente coaccionan a las culturas a adoptar nuevos nombres para viejas realidades.

El episodio recuerda a ese fragmento mítico-fundacional de Macondo en la novela de García Márquez: el hijo del fundador del pueblo olvida el nombre del yunque y le pregunta a su padre por el nombre del objeto, el padre le dice que se llama “tas” y el chico escribe en un papel la palabra “tas” y se la pega al yunquecito: “Así estuvo seguro de no olvidarlo en el futuro”.

Luego “con un hisopo entintado marcó cada cosa con su nombre”. El fragmento de esta novela es interesante porque contrapone la figura de poder del fundador del pueblo quien literalmente pone y pega el nombre a las cosas, a veces conservando unos y a veces inventando otros; mientras, la otra figura de referencia (la vidente) aprovecha “las evasiones de la memoria” del pueblo para no sólo ofrecer ver el futuro sino “ver el pasado” de la gente, adornando o tergiversando los recuerdos de los más viejos.

Al final, lo que García Márquez brillantemente relata es que una etapa esencial en el mito fundacional de un pueblo radica en el nombramiento de lo material y lo inmaterial, de lo propio y lo ajeno, de las esencias y cualidades de la realidad.

Y hoy, en pleno siglo XXI, después de largas décadas de un modelo internacional global, tecnodemocrático, neoliberalista, hiperregulado y dominado por una sola visión idiosincrática de mirar el mundo, sus prioridades y el tono en el que debe sonar el concierto entre las naciones, han surgido exóticos liderazgos, respaldados amplia e intensamente por sus pueblos, cuya lucha política es cultural, histórica y fundacional de sus pueblos; que van en contrasentido a las creencias e “impositivas sugerencias” de los organismos supranacionales y que, por supuesto, utilizan el discurso, la retórica, el lenguaje y el nombramiento de las cosas como dispositivos políticos no sólo para granjearse adeptos y conservar adherentes sino para construir las identidades de sus pueblos.

En efecto, hoy el Golfo de México se llama así, tanto por su historia como por la aceptación internacional, pero la identidad de su designación no es rígida, depende de factores que, como la historia nos ha enseñado, pueden variar: las guerras, las imposiciones, los nuevos consensos, las vanidades y orgullos… es decir, por diversas expresiones de poder.

¿Debería preocuparnos la posibilidad de que las cosas cambien de nombre? Sí, pero quizá no por las razones más evidentes (el cambio de una palabra por otra) sino porque los nombres de las cosas siempre van acompañados de dispositivos de poder, los cuales no siempre son sencillos de identificar. En los últimos años, por ejemplo, los grandes conceptos antropológicos, sociales, culturales, políticos y económicos como democracia, libertad, soberanía, derechos, vida, autonomía, hombre, mujer, igualdad, competencia, etcétera, han sido “pegados”, “adheridos” artificialmente a realidades distintas y justificados en historias o memorias en ocasiones ficcionadas (como hicieran tanto el fundador como la vidente de Macondo).

La crisis cultural y antropológica de la que aquí hemos hablado vive un conflicto de poder esencialmente en el nombramiento de las cosas. Como diría Heidegger: “Ninguna cosa es donde falta la palabra, es decir, el nombre. Solamente la palabra confiere el ‘ser’ a una cosa”. Y es ‘el ser’ lo que está hoy en disputa. Ojalá sucediera como sugirió Joan Margarit y que “al final todo se acaba pareciendo al nombre que soñamos”; pero los nombres no provienen de los sueños sino de las interacciones del poder.

Hay, por supuesto, una alternativa para participar de este juego discursivo y retórico de poderes sin validar las estratagemas de dominación de uno u otro bando, e incluso logrando la construcción de nuevos consensos periféricos, fuera de los centroides de poder en conflicto: abogar por las cosas a las que se les arrancó el nombre y pronunciar el nombre de las cosas olvidadas. Pero para ello se requiere tanto imaginación como delicadeza, dos cualidades poco valoradas en nuestros días.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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Felipe Monroy

Iglesia, factor de estabilidad social

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Discreta, pero sumamente relevante en el panorama bilateral actual, ha sido la visita del embajador saliente de los Estados Unidos, Ken Salazar, al presidente de los obispos católicos de México, Ramón Castro Castro.

La visita, hecha en el contexto de la misa dominical en la Catedral de Cuernavaca –sede episcopal de Castro– y no en la sede de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), refleja el interés de no oficializar demasiado el encuentro; sin embargo, ha sido el propio diplomático norteamericano quien hizo relevante el saludo al poner hincapié en la mayor preocupación que han despertado los últimos atentados en EU y la forma en que se relacionarán ambas naciones una vez que Donald Trump entre en funciones: la estabilidad social.

Las últimas semanas de la administración demócrata de Joe Biden han dejado varias inquietudes para el futuro de aquella nación pero que, como sabemos, sus diatribas suelen influir en otros pueblos y culturas: hay falta de seguridad interna, inconsistencia en la política exterior, persisten las malas expectativas en el desarrollo económico y, para colmo: se han expresado criminalmente los desequilibrios emocionales de la tradicional identidad norteamericana (los dos militares perpetradores de los atentados en Las Vegas y en Nueva Orleans, son ejemplo macabro de ello).

La preocupación de la Casa Blanca antes de hacer maletas para dar paso a la segunda administración trumpista es la cuestión de los valores, principios y creencias que propuso el globalismo en los últimos cuarenta años y que entraron en crisis en la última década. Basta ver la lista de los homenajeados por Biden con la Medalla de la Libertad: Hillary Clinton, George Soros, Michael J. Fox, Denzel Washington, Bono, ‘Magic’ Johnson, José Andrés, Anna Wintour, Jane Goodall, Bill Nye, Ralph Lauren y Lionel Messi, para reconocer qué personajes del mundo político, económico, deportivo y del espectáculo pretende que sean los ‘heraldos’ de dichos valores globales, en resistencia, en la segunda era de Trump.

Desde esta perspectiva, las palabras dichas por Salazar tras el encuentro con el obispo Castro toman otra dimensión: “El liderazgo de la Iglesia es fundamental para el pueblo… para tener una sociedad estable, buena, con optimismo… El diálogo es tan importante que las soluciones de cualquier tema que tenemos, en los asuntos de economía, pobreza, migración, problemas como inseguridad, éstos se discuten y se hallan las salidas mediante un diálogo profundo, auténtico y verdadero, y buscando respuestas”.

Hay un buen sector político-ideológico norteamericano que se está quedando esencialmente sin interlocutores, un poco por la soberbia con la que quisieron imponer en el mundo una única forma de ver la vida, la libertad, la educación, el desarrollo y el dominio exclusivo de ciertas élites y un poco porque los nuevos liderazgos “populistas” han recobrado entre la población los sentimientos de soberanía, nacionalismo, bienestar comunitario, autonomía e independencia que fueron casi proscritos en el neoliberalismo ideológico y la hiper-regulación democrática de las últimas décadas.

El gobierno de López Obrador en México (y la reafirmación de sus argumentos político-culturales con Claudia Sheinbaum) así como el segundo triunfo de Donald Trump en los Estados Unidos (reforzado y ahora con la mirada puesta en la trascendencia) no simbolizan una ‘sacudida’ pasajera sino que ofrecen un auténtico viraje en el camino de sus respectivas patrias, un recambio del statu quo exaltado durante la globalización y que hoy es duramente cuestionado desde nuevas identidades patrias: nacionalistas, proteccionistas, orgullosas de su camino y su autosuficiencia, capaces de tomar decisiones radicales incluso en contrasentido al resto del ‘mundo global e interconectado’.

Y si bien esto es un reto para los poderes políticos y económicos; para la Iglesia católica implica una intensa revisión de su propia historia y los destinos de sus esfuerzos: si algo ha sobrevivido en cada uno de los cambios epocales en los últimos dos milenios, ha sido esa estructura social-religiosa que ofrece sentido a la sociedad cuando ésta se enfrenta a graves cambios culturales. Así lo dijo Ken Salazar: “Los líderes religiosos juegan un papel crucial en nuestras comunidades al impulsar iniciativas que nos permiten avanzar en nuestra seguridad compartida”. Esa ‘seguridad compartida’ de la que habla el diplomático quizá no haya que interpretarla en términos inmediatistas.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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Felipe Monroy

Nuevos símbolos carnífices: Apps, cybertrucks y Trump Towers

¿Cómo afectarán los hechos de Nueva Orleans y la explosión de la Cybertruck al próximo gobierno de Trump?

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Cuando el ultranacionalista serbio Gravilo Princip disparó contra el archiduque Francisco Fernando, heredero al trono del imperio austrohúngaro, en Sarajevo –territorio bosnio– y el día de San Vito –aniversario de una histórica derrota serbia–, comprendía que los actos perpetrados ese 28 de junio estaban cargados de simbolismos que conducirían a enardecer los ánimos de la población eslava del sur en busca de la independencia. Lo que quizá no intuyó él ni el resto de los conspiradores fue que ese acto encendería lo que hoy conocemos como la Primera Guerra Mundial. El detonante fue ese crimen en medio de una compleja articulación de equilibrios y tensiones políticas y diplomáticas.

Hoy, en el arranque de este 2025, dos trágicos acontecimientos han cimbrado a los Estados Unidos y a buena parte del mundo debido no sólo a los actos terroristas que han dejado 16 muertos y varias decenas de heridos en Nueva Orleans y en Las Vegas, sino por los peculiares símbolos que enmarcan a los atentados.

Sobre el primer atentado en Louisiana se sabe que Shamsud-Din Jabbar, reservista y militar texano enviado a la guerra en Afganistán entre 2009 y 2010, rentó una camioneta en Houston a través de la App Turo, una aplicación de alquiler de autos bajo el modelo de economía colaborativa, en la que la empresa no tiene flota de vehículos sino que conecta a propietarios (anfitriones) con usuarios (huéspedes). El exmilitar condujo más de 600 kilómetros hasta Nueva Orleans, colocó un par de explosivos improvisados a la vista de la gente y hacia las 3 de la mañana del primero de enero utilizó la camioneta para atropellar a decenas de personas que aún celebraban el inicio del año en las calles del famoso ‘Barrio Francés’.

Aún en medio de la conmoción, en Las Vegas, Nevada, a las 8:40 de la mañana, un vehículo eléctrico conocido como ‘Cybertruck’, producido por la empresa Tesla del magnate Elon Musk, se estacionó frente a la torre del Trump International, hotel del presidente electo, y estalló provocando media docena de heridos. Las versiones periodísticas afirman que el conductor, Matthew Livelsberger, un militar norteamericano, también veterano de la guerra en Afganistán, rentó en la misma App Turo el famoso vehículo eléctrico del que el tecno-magnate sudafricano, patrocinador de la campaña del republicano y titular del nuevo Departamento de Eficiencia Gubernamental trumpista, se siente inmensamente orgulloso. El veterarno condujo más de mil kilómetros hasta las puertas de la Trump Tower, inició una conflagración con gasolina provocando el estallido e inmolándose en el acto con las letras doradas del nombre presidencial en el fondo.

Estos sucesos a sólo 20 días del cambio de gobierno en EU han marcado un punto de quiebre no sólo en la política de seguridad interna sino, como sabemos, en la política exterior, militar y económica de la nación norteamericana. Trump, de entrada, dijo que ambos atentados convierten a los Estados Unidos en “el hazmerreír del mundo” y sabemos que sus batallas simbólicas contra las nuevas potencias globales no ocultan las agresivas agendas unilaterales del magnate como sucedió en su primer mandato.

Por su parte, el multimillonario Musk –que ha entrado en una guerra ideológica contra varias estructuras económicas, políticas y culturales del globalismo–, antes de mostrar afección por las víctimas de los atentados, dejó en claro que su principal preocupación fue defender la calidad de su aristado y gris vehículo futurista: “Malditos idiotas eligieron el vehículo equivocado”, escribió en X, su personal y particular plataforma de divulgación (antes Twitter). También se apresuró a elogiar el vehículo como “contención de la explosión”.

Nuevamente, como en el 2001, tras los atentados en las Torres Gemelas de Nueva York, los norteamericanos saben que se dirigen a una renovada situación de emergencia. Los actos terroristas no sólo provocan el espanto, las heridas y la muerte de las personas sino que erigen nuevos símbolos de guerra y unidad. Una unidad bajo una nueva identidad que hoy se pone en pie de guerra para luchar por “Hacer a Norteamérica Grande Nuevamente”. Pero, ¿contra quién entrará en conflicto total la nueva administración trumpista? ¿Contra el Estado Islámico (el FBI ya vinculó a Jabbar con ISIS), los musulmanes o la migración? ¿Contra la desregulación de las aplicaciones de ‘economía colaborativa’? ¿Contra las afecciones, adicciones y traumas que persisten en la mayoría de los veteranos de las invasiones norteamericanas de este siglo?

¿Cuáles serán los nuevos símbolos carnífices, de azote y fuego, que habrán de vincularse a estos crímenes, en medio de esta moderna compleja articulación de equilibrios y tensiones políticas y diplomáticas? Ni duda nos quepa: lo veremos antes de que concluya este mes.

*Director VCNoticias.com

@monroyfelipe

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