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Columna Invitada

Un Horror que no debe Olvidarse; Hiroshima y Nagasaki

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Revista LA NACIÓN, Partido Acción Nacional, núm. 2160, 23 de agosto de 2001.

Por Salvador I. Reding V.

La volátil memoria histórica

La falta de memoria histórica es uno de los más graves defectos de nuestra humanidad. Para empezar, la gente tiende con gran facilidad a echar en el olvido todo aquello que no le gusta, sea de cosas que ha visto o de experiencias personales. Los psicólogos explican esto. A largo plazo el asunto es aún peor, ya que mientras los historiadores nos dicen que “la historia tiende a repetirse”, y cómo los grandes imperios crecen, se estancan y declinan, los políticos y militares del mundo vuelven a cometer los mismos errores, cada vez en mayor escala. Tras la llamada “Gran Guerra” de 1914-18, con víctimas calculadas, directa e indirectamente en diez millones, nadie imaginó que sólo unos años más tarde, se iniciaría otra peor, con un cálculo de sesenta millones de víctimas (17 millones de combatientes): la Segunda Guerra Mundial.

A 56 años de Hiroshima y Nagasaki

El 6 de agosto se “celebró” el quincuagésimo sexto aniversario del lanzamiento de la primera bomba atómica sobre una ciudad, Hiroshima, seguida tres días después por la segunda sobre Nagasaki. No mucho tiempo antes, el 16 de julio, el gobierno de Estados Unidos había hecho una prueba nuclear en Alamogordo, en donde pudo apreciarse la enorme energía generada por un artefacto nuclear, el “proyecto Manhattan”.

La destrucción instantánea de vidas humanas fue pavorosa (unos 140 mil muertos estimados en Hiroshima a diciembre de 1945) la gente simplemente se evaporó junto con sus propiedades; nada, nada quedó. En Nagasaki los muertos se estimaron (a fines de 1945) en unos 74 mil. Los sobrevivientes, los “hibakusha”, continuaron sufriendo por la radiación nuclear (física, mental y socialmente, escribe un tratadista francés) y con la amenaza de enfermedades inducidas por la radiación. El efecto en 1945 fue tan terrible, que el Imperio Japonés ofreció rendirse al día siguiente, y se rindió el 14 de agosto, considerando posible que otras bombas similares continuaran destruyendo Tokio y otras ciudades del Japón, aunque los bombardeos incendiarios “convencionales” sobre sus zonas urbanas eran igualmente devastadores.

En esos días, dentro de la velocidad y alcance de los medios de difusión, (antes de la televisión, el video, el internet…) el mundo quedó estupefacto ante el horror de ver en los diarios y en los noticieros cinematográficos ciudades convertidas en nada. Las fotografías mostraban un panorama de destrucción que la mente humana no había imaginado. Aún frente a la evidencia fotográfica, resultaba difícil asimilar lo que la destrucción por bombardeo atómico significaba.

Entonces y hasta ahora, se discute si la decisión de Harry S. Truman, de bombardear ciudades matando instantáneamente miles de personas fue o no correcta. Se decía que la bomba, lanzada por ejemplo frente a la bahía de Tokio, hubiera sido suficientemente impresionante para que el Emperador y el Alto Mando militar decidieran rendirse. Nunca lo sabremos. La decisión de lanzar bombas atómicas sobre el Japón tenía el efecto calculado de que el número de vidas perdidas (japonesas, por cierto) era mucho menor que el que hubiera significado una invasión terrestre de sus islas por los aliados. Este razonamiento militar parece más certero, pero siempre permanecerán las dudas sobre lo correcto de las decisiones.

El problema de la guerra es que la estrategia implica un cálculo de vidas a sacrificar para ganar una batalla y finalmente triunfar en el conflicto bélico, como un mal necesario. Un comandante en pie de batalla calcula cuántas vidas de su tropa (y equipo bélico) perderá para tomar una posición enemiga y evalúa el riesgo antes de atacar. Es un problema no de personas, sino de medios de combate. En el alto mando militar y en el poder político que debe avalar o tomar las grandes decisiones militares, el hecho es el mismo; se pierden vidas como un elemento de combate. Es el caso del llamado Día “D”, el de la invasión de Europa continental desde Inglaterra en 1944. El costo humano del desembarco fue atroz, pero el haber establecido cabezas de playa para un desembarco total y la invasión contra el ejército alemán se consideró un éxito militar.

En todos los casos, las personas como individuos no cuentan, sólo las batallas y las guerras. Y este es el problema de las armas nucleares. En la postguerra, se creó un nuevo antagonismo, al confirmarse un nuevo enemigo de los antiguos aliados: la Unión Soviética, convertida en amenaza militar para Europa. Ante dicha amenaza, se pensó que la mejor defensa era la disuasión por el poder militar, el nuevo poderío de las armas nucleares. Ambas partes de la llamada guerra fría incrementaron no solamente sus arsenales nucleares en forma escalofriante, sino también los vehículos capaces de transportarlas a largas distancias, los “misiles”, que llegaron a tener tal alcance como para atravesar el Atlántico y destruir ciudades de ultramar, fueran rusas o norteamericanas.

Proliferación de armas atómicas

Todavía persiste este gran arsenal, aunque las partes de la guerra fría han hecho, al parecer, las paces, integrando sus mundos de tal manera que no pueden destruirse mutuamente. Durante mucho tiempo se consideró que el principio de que “el que da primero da dos veces” era válido, y que el que lanzara primero sus misiles con cabezas atómicas destruiría más que la destrucción sufrida por la represalia (“retaliation”). Tanto Rusia, como Estados Unidos, mantienen unas 2,000-2,500 armas nucleares en alerta máxima, listas a ser lanzadas en cualquier momento.

Los intentos de acuerdos de control entre Estados Unidos y la URSS primero, y después Rusia, apenas han tocado la superficie del asunto. El viejo proyecto reaganiano del escudo protector de Estados Unidos contra misiles nucleares, conocido como “la guerra de las galaxias”, ha renacido en la administración de George W. Bush, enfureciendo a otros líderes mundiales, en especial a los rusos y chinos.

A estas dos “superpotencias” militares, se sumaron los ingleses, los chinos, amén de los franceses, quienes todavía hace pocos meses continuaron sus pruebas en el pacífico sur y aún construyen submarinos para transportarlas. Nació lo que se llamó “el club nuclear”.

Israel construyó bombas atómicas como lo que consideró el mayor disuasivo para los árabes. La India, con millones de compatriotas muriéndose, textualmente, de hambre, invirtió millones de dólares en desarrollar su propia bomba atómica, como disuasivo para sus vecinos. Y Pakistán, igualmente poblado por muertos de hambre, decidió tener la suya frente a su enemigo hindú. Y no hay muchas más por la gran presión que el mundo político, civil y religioso, ejercieron en contra, llevando al mundo al Tratado de no Proliferación de Armas Nucleares, de Tlatelolco primeramente y después al Tratado de Prohibición Total de Pruebas Nucleares (Comprehensive Test Ban Treaty: CTBT).

Además de Irak, intentan entrar al club nuclear Irán, para enfrentarlo, Corea del Norte (quien ya tiene algunas “cabezas” atómicas) y Libia, ambos conocidos por su actitud belicosa y apoyo al terrorismo, y a la vez, muy pobres.

Armamento y odios ancestrales

Después del desmembramiento de la URSS, el problema de las armas nucleares se agravó, ya que se perdió el control central político y militar sobre las que quedaron fuera de Rusia, como por ejemplo en Ucrania. Ahora predomina la incertidumbre sobre la localización de cientos de cabezas nucleares, las cuales se han convertido en el más preciado botín militar a echar mano por gente como Sadam Hussein, quien desea fervientemente lanzar algunas sobre el territorio judío y Arabia Saudita, para empezar. (Se estima que existen actualmente entre 24 mil 700 a 33 mil 307 “cabezas” nucleares en el mundo). Existen antecedentes de comercio ilegal de armas en el antiguo Ejército Rojo, que pudiera repetirse con las nucleares y del poder económico de las nuevas “mafias” rusas. Esta preocupación ha sido varias veces manifestada por grupos de inteligencia militar.

Terrorismo y guerrillas

No hay duda que el sueño dorado de cualquier terrorista es poseer un arma atómica, para amenazar, chantajear o destruir a “sus” enemigos. El peligro es totalmente real. El terror de una bomba atómica en el centro de Nueva York, Tel-Aviv, Madrid, Bogotá o Londres es una pesadilla factible, desgraciadamente. O imaginemos a los militares chechenos con una bomba atómica en las manos, en su guerra secesionista, o de otros grupos guerrilleros revolucionarios.

Necesidad de recordar

En vista de que las armas nucleares y sus medios de transporte a largo alcance están disponibles, y que la amenaza de ataques nucleares es una pesadilla que ronda el mundo, es muy importante RECORDAR las ciudades bombardeadas, Hiroshima y Nagasaki, cuyos horrores aún persisten, tanto en el recuerdo de los sobrevivientes o de quienes tuvieron el triste honor de contemplar la destrucción, como de quienes tienen herencias genéticas deformadas, aún tras varias generaciones.

Ante la volátil memoria histórica del mundo, y a más de medio siglo de distancia, es necesario revivir esos malos recuerdos de destrucción masiva e instantánea, para reducir el riesgo de que algunos locos decidan, con criterios “militares”, que vale la pena destruir poblaciones enteras para reducir o aniquilar a sus enemigos. Desalentar el uso de las armas nucleares como terrible amenaza con fines políticos. Los países ex soviéticos tienen armas atómicas en cantidades y posiciones desconocidas, y en cualquier medio militar, algún loco puede pensar que sabe mejor que sus “timoratos” jefes políticos y militares lo que más conviene, y llegue a apoderarse de bombas atómicas y usarlas. Peor aún, la tecnología de fabricación de “la bomba” es ya de dominio público, y lo que se requiere es echar mano sobre un poco de material fisionable para construirla.

Si se examina la decisión de Truman a la luz del análisis histórico militar, se confirma que la oposición al uso de bombas atómicas era importante y justificada y que sus posibles razones no fueron militares, sino de revancha, (Pearl Harbor), de intimidación a Rusia y de simple ejercicio de un poder desmedido de destrucción. Para el 13 de julio la inteligencia militar aliada ya sabía que Japón pensaba en la rendición “honorable”. Este tipo de mentalidades son el gran peligro, pues siempre buscan justificar lo injustificable y celebrarlo como grandioso; Truman exclamó que el 6 de agosto, tras la destrucción de Hiroshima, “Era el día más grande de la historia”, y todavía agradeció a Dios el favorecer a los americanos (¡).

La amenaza de destrucción atómica persiste, y estuvo presente en las guerras de la segunda mitad del siglo XX, en Corea, Vietnam, Irán–Irak, y todavía en “la batalla del desierto” entre Hussein y los Estados Unidos y sus aliados de la ONU: Israel amenazó con usar las suyas contra Hussein. Y estará presente en cualquier conflicto interno o externo de las naciones. Pero se agrava con la existencia de otras armas terribles, las de guerras bacteriológica y química, o la llamada bomba de neutrones, diseñadas para aniquilar personas, no edificaciones.

Tengámoslo presente: Hiroshima y Nagasaki, nunca, nunca más.

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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Pirotecnia: una tradición que exige conciencia, no indiferencia

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Cada diciembre en México se enciende algo más que pólvora: se enciende la conversación eterna entre tradición y seguridad. Nadie niega que los fuegos artificiales han acompañado nuestras celebraciones por siglos; forman parte de la memoria colectiva y de la estética festiva del país. Pero también es cierto que, detrás de ese brillo, siguen existiendo riesgos que ya no podemos minimizar.

No se trata de atacar a quienes aman la tradición ni de convertir en villano a quien recuerda su infancia con un “cuetito en la mano”. Esto no va de nostalgia. Va de responsabilidad. Va de preguntarnos, como adultos, como padres y como sociedad: ¿cuánto dolor ocasiona lo que seguimos normalizando?

Hermosillo es un ejemplo claro del reto. Durante muchos años, Protección Civil decomisaba alrededor de 200 kilos de pirotecnia clandestina cada temporada. Con la regulación más estricta y la prohibición de pirotecnia sonora, el año pasado se decomisaron solo 25 kilos. Un avance enorme, sí, pero también una señal de alerta: el problema no desapareció, solo se hizo más pequeño… y más disperso. 

Basta un artefacto para causar una tragedia

Y aquí es donde debemos ser honestos sin ofender a nadie:
¿Quién compra la pirotecnia? Los adultos.
¿Quién pone el dinero? Los padres.
¿Quién la manipula la mayoría de las veces? Los hijos.

La ecuación está desequilibrada desde el origen.
No es un tema de prohibición; es un tema de decisión familiar.

Durante años me tocó ver de cerca lo que muchos prefieren no imaginar: niños con quemaduras en las manos, en la cara, en los ojos; adolescentes que pierden movilidad o audición; casas enteras consumidas por un globo de Cantoya que cayó donde no debía. 

La estadística nacional coincide:

  • El 60% de los lesionados por pirotecnia son menores entre 5 y 14 años.
  • Las zonas más afectadas son manos (30%), ojos (28%) y rostro (15%).

Ante esos datos, cualquier argumento romántico se queda corto.

La tradición es valiosa, pero ninguna tradición debería sostenerse sobre el sufrimiento de los más pequeños. No es coherente que como sociedad hayamos avanzado en temas de equidad, salud mental, educación y seguridad vial, pero sigamos aceptando prácticas que lesionan a quienes más deberíamos proteger, porque curiosamente, la regulación avanzó porque algunas personas se preocuparon más por los perritos que por los niños o las personas autistas.

El riesgo de la pirotecnia no es una exageración. Tampoco es una persecución. Es una realidad que cada año se cobra vidas en todo el país: explosiones en talleres clandestinos, incendios en viviendas, abarrotes con venta ilegal, menores lesionados por artefactos defectuosos. Hablar de esto no es ser aguafiestas; es ser sensato.

Y aquí la reflexión indispensable:

¿De dónde sale el dinero para comprar pirotecnia?

Del bolsillo de los padres.
Por eso la decisión es profundamente familiar.

No importa si el niño insiste, si “todos los vecinos compraron”, si “es nomás tantito”.
Lo que para un menor es un juego, para un adulto debe ser un análisis de riesgo.

Celebrar, sí.
Poner en peligro a los hijos, jamás.

La regulación actual en Hermosillo demuestra algo importante: cuando la autoridad actúa, el riesgo disminuye. Pero el cierre definitivo del círculo depende de la familia. No de la policía, no del municipio, no de los inspectores, no de las campañas: de la decisión del adulto que entrega o no el billete.

El mayor acto de amor en diciembre no es comprar luces que explotan, sino garantizar que tus hijos regresen a casa sanos, completos y sin cicatrices.

La tradición puede continuar, pero la inconsciencia no.
Hoy Hermosillo está dando pasos. Falta que cada hogar dé los suyos.

Pasemos unas felices posadas y disfrutemos el Guadalupe – Reyes que ya se aproxima.


Mtro. Guillermo Moreno Ríos
Ingeniero civil, académico, editor y especialista en Gestión Integral de Riesgos y Seguros. Creador de Memovember, Cubo de la Resiliencia y Promotor del Bambú.
[email protected]

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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Un México que pierde su humanidad… y cómo recuperarla

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Por Alessandra García Villela

En medio de los avances tecnológicos, la hiperconexión y el ritmo acelerado con el que vivimos, pareciera que México –y el mundo– ha comenzado a perder algo esencial: su humanidad. Cada vez es más común ver cómo decisiones públicas, conversaciones sociales e incluso debates cotidianos olvidan un principio fundamental: la dignidad de la persona humana. Cuando ese valor se desplaza del centro, todo lo demás se distorsiona. Y entonces, cualquier cosa parece negociable.

La historia reciente nos lo demuestra. Cuando olvidamos la dignidad humana, dejamos de proteger a quienes más lo necesitan: a las mujeres que enfrentan violencia todos los días, a los niños que crecen sin oportunidades, a los adultos mayores sin acompañamiento, a quienes viven en pobreza extrema, a los enfermos sin acceso a atención digna, a los migrantes que arriesgan todo por sobrevivir y, también, a quienes aún no nacen. Lo mismo ocurre con el medio ambiente: cuando dejamos de reconocer que el ser humano tiene un valor intrínseco, se vuelve más fácil destruir aquello que sostiene su vida.

No es casualidad que los países con mayores niveles de desarrollo sean justamente aquellos donde la dignidad humana es la base de sus políticas públicas. México no será la excepción. Para aspirar a un país más justo, más seguro, más próspero y más unido, necesitamos regresar a ese principio elemental.

Duele profundamente ver un país dividido, enfrentado, roto en bandos que parecen imposibles de reconciliar. Duele porque cuando dejamos de reconocer la dignidad del otro, lo convertimos en enemigo, en alguien “cancelado”, en alguien que —según algunos— ya no tiene derecho a opinar, a cuestionar, a participar. Pero un México así no puede avanzar. La dignidad humana nos recuerda que cada persona, incluso quien piensa distinto, merece ser escuchada y respetada. México nos necesita unidos, no idénticos; unidos en reconocer el valor irrenunciable de cada uno. Solo así podremos construir un país donde la diferencia sume, no divida, y donde la esperanza tenga más fuerza que el miedo.

Desde la Red de Jóvenes Activadores en Actívate, una plataforma que impulsa la participación ciudadana para transformar nuestro entorno, el mensaje es claro: si queremos un México mejor, no basta con quejarse, hay que actuar. Y actuar desde convicciones firmes.

Los primeros pasos en el activismo a veces provocan miedo, pero debe prevalecer la determinación. Un país más humano solo es posible si reconocemos, defendemos y promovemos el valor de cada persona, sin excepciones. Esa certeza me llevó a alzar la voz, a comprometerme con causas sociales y a trabajar con jóvenes de todo el país que comparten el mismo anhelo: construir un México más digno.

Cuando la dignidad humana está en el centro, todo cambia. Luchamos por una educación de calidad, porque sabemos que transforma vidas. Impulsamos el emprendimiento y el empleo digno, porque reconocemos la capacidad creadora de las personas. Defendemos los derechos humanos, porque no hay progreso posible sin justicia. Protegemos a los niños y a los no nacidos, porque su valor no depende de circunstancias externas. Cuidamos del medio ambiente, porque entendemos que el bienestar humano está ligado al equilibrio ecológico. Y acompañamos a los más vulnerables, porque su dignidad es tan grande como la de cualquiera.

Esta visión no es teórica; es práctica y transformadora. En Actívate lo hemos comprobado. Un ejemplo es la campaña del Cangrejo Azul, un proyecto que logró movilizar a miles de ciudadanos para proteger una especie en peligro de extinción y su ecosistema. ¿Por qué funcionó? Porque lo hicimos con convicción, con creatividad y partiendo de un principio sencillo: si cuidamos la vida –toda vida–, cuidamos nuestro futuro.

Hoy México necesita recuperar esa mirada humanista. Necesita líderes, ciudadanos y autoridades que recuerden que cada decisión pública tiene rostro, historia y consecuencias reales en vidas concretas. Necesita jóvenes que no se cansen de participar, de cuestionar y de proponer.

La pregunta que nos queda es simple pero urgente: ¿qué pasaría si, como país, decidiéramos colocar nuevamente la dignidad humana en el centro de todo? Tal vez descubriríamos que las respuestas que buscamos –seguridad, justicia, desarrollo, unidad– comienzan justamente ahí.

Porque un México más humano no es un ideal lejano: es un proyecto posible, y empieza con cada uno de nosotros.

El objetivo es que cada mexicano se reconozca responsable del otro, que entendamos que nuestro país no se sostiene solo con instituciones, sino con personas que deciden involucrarse, acompañarse y construir juntas. Si asumimos que todos somos corresponsables de un mejor México —desde lo que hacemos en casa hasta lo que impulsamos en lo público— entonces podremos transformar realidades. Un país verdaderamente humano nace cuando cada uno de nosotros reconoce que su vida está ligada a la dignidad y la esperanza del que tiene a lado.

Alessandra García Villela
Coordinadora Jr. de la Red de jóvenes activadores

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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¿Está lejos nuestra Paz?

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Tras las consecuencias de los asesinatos de alto impacto en Michoacán en las semanas pasadas, han ocurrido algunas secuelas que tienen que ver con esa situación. Como el desarrollo de grupos cívicos locales en esa y otras entidades, así como las manifestaciones de la generación Z que ocurrieron hace días en varios Estados.

Manifestaciones relativamente pequeñas, aunque significativas en impacto simbólico. El éxito de estas manifestaciones se puede medir por números. Sin embargo, la medida del éxito más importante es la preocupación que ha mostrado el gobierno federal frente a las mismas. No las ha ignorado: las ha tomado en cuenta y trata de desacreditarlas en declaraciones públicas. Estos eventos son un síntoma de un malestar más profundo: la desconexión entre la gobernanza y la participación social.

La solución al problema de la Paz difícilmente puede venir del gobierno, no importa su signo, sin que haya una participación decidida y relevante de la sociedad civil, sobre todo de la mayoría que somos los ciudadanos sin partido. Eso es lo más importante en este asunto. ¿Será que la ciudadanía no se está haciendo cargo de su papel político? Como estamos, no se logra el mandato democrático que obliga a los gobiernos a gobernar para todos. Tenemos que lograr romper con el ciclo de la polarización cada vez más creciente, buscar una reconciliación nacional entre todas las personas de buena voluntad, que se encuentran en todos los partidos políticos y en los ciudadanos sin partido. 

¿Qué debería estar haciendo la ciudadanía? Primero, saber qué está ocurriendo, estar informada. Una vez teniendo esto, interpretar, entender bien qué significan estas cosas y además reflexionar sobre las causas y las posibles soluciones que pudiera haber. Esta es una labor totalmente personal. Además, a través de grupos pequeños, se comunica, se comenta, se discute la situación. En algunos casos, esos grupos se pelean y generalmente se vuelven a reconciliar. Pero se expone la situación. Buscan que se comparta el conocimiento y la gama de soluciones que estas situaciones pudieran tener.

De diversas maneras: desde las comunicaciones personales, grupos pequeños de vecinos o de amigos y conocidos, a través de las redes sociales. Hasta las manifestaciones, para dar a conocer las inquietudes de los ciudadanos. Más allá de manifestar su oposición, dar a conocer cuál es su propuesta.  Y no importa si estas propuestas están listas y acabadas. En todo caso, se tendrían que someter a debate. De hecho, actualmente no se está debatiendo: se está insultando. Hay que exponer sus razones, convencer a través de un debate cuáles son sus méritos.

Proponer es el centro de toda solución al problema de la Paz. Es necesario que la solución no venga meramente del enojo, del ataque, de la manifestación. Se requiere una propuesta. Y eso es lo que nos está haciendo falta. Le hace falta a la oposición. Le hace falta a la ciudadanía sin partido. Nos hace falta a todos. Tenemos que dejar de agredir a las personas, evitar rigurosamente el ataque personal. Enfrentar las situaciones. Entenderlas, debatirlas y proponer soluciones. Y esto está en nuestras manos. En manos de la ciudadanía.

Algunos, en los partidos políticos, están tan embebidos en conservar su cuota de poder, que no pueden ver más allá. Mientras la ciudadanía, ustedes y yo, no les mostremos nuestro descontento, difícilmente llegaremos a una solución de la Paz, que sea satisfactoria para la gran mayoría.

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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El Trauma detrás de la Violencia

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Por Amalia Osorio Vigil

Si algo duele, es escuchar sobre la normalización de la violencia, ¿qué significa esto?, que, por ser común, se cree que es normal, esto aunado a las creencias que lamentablemente todavía se escuchan como: “por ser mujer”, “es lo que me tocó”, “así me demuestra amor”, “lo hace porque me quiere”, todo esto enmarcado en una sociedad que todavía permite y tolera lo intolerable, lo inadmisible.

Hay muchos factores detrás de la violencia, realidades que viven millones de mujeres, a veces desde la conspiración del silencio, la soledad, el sufrimiento interno, el abandono, el sentimiento de culpa absurda al pensar que hay algo malo en ellas y que se lo merecen.

Vivir violencia deja huellas visibles y evidentes, y un sinfín de huellas invisibles y ocultas, eso que se vive al interior, que sólo ella ve, siente y escucha, esto que paso a paso va consumiendo el bienestar y la calidad de vida de quien lo padece.

Haber vivido violencia puede causar depresión, temor, ansiedad, angustia, culpa absurda, vergüenza, impotencia, desesperación, desolación, desesperanza… debajo de todo esto hay una realidad: trauma psicológico, con síntomas y manifestaciones en el presente.

Cuando hablamos del trauma existen muchas miradas, abordajes, coincidencias y diferencias, sin embargo, hay elementos que nos permiten dimensionar la gravedad y el impacto en la salud física, emocional y mental, de cada persona que lo vive.

Las mujeres que viven violencia están expuestas al trauma desde la primera vez; pudo haber sido un evento único, múltiple, repetido o prolongado: violencia es violencia, la cual casi siempre se presenta dentro de un ciclo que se repite y muchas veces se piensa que será la última vez que suceda y que habrá un cambio significativo de parte de quien ejerce la violencia, sobre todo después de la reconciliación, disculpa y atenciones brindadas, por esto a una mujer generalmente le lleva muchos intentos poder realmente moverse de este ciclo, se requiere toda una red familiar y social de apoyo que acompañe, valide y respalde este proceso.

Cuando hablamos de trauma psicológico, hablamos que lo que se vivió o se vive, ha estado acompañado de estrés agudo, estrés traumático continuado, estrés postraumático y en muchos casos ya de un Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT), esto significa que en la vida cotidiana la mujer vive en alerta, en modo sobrevivencia, condicionada, activándose en el presente con cualquier detonante o disparador, reviviendo y re experimentando lo vivido, ya sea mientras permanece en ese ciclo o también cuando ya se movió y logró salir de él, porque en el trauma no se recuerda la experiencia, se revive.

Sin embargo hoy se sabe que hay esperanza, que hay posibilidad y que si como sociedad creamos las condiciones adecuadas, podemos apoyar en el proceso de rompimiento de ese ciclo, de esa relación violenta y hoy también gracias a psicoterapias y diversos abordajes basados en ciencias, en la intervención para remitir el trauma y que la mujer pueda recuperar su vida, con calidad, bienestar, confianza y así poder reconstruirse y retomar su vida.

Por eso es necesario prevenir, hablar, levantar la mano, pedir ayuda, sembrar en las nuevas generaciones una consciencia de la verdadera igualdad, recuerda, aquí estamos para ti.

Dra. Amalia Osorio

Fundadora y directora general de Desarrollo Humano Integral Ágape, empresa comprometida con la persona, la familia y la sociedad, dentro de sus servicios est án: psicoterapia de ni ños, adolescentes, pareja y familia, tanatología, psicotraumatología, capacitación y consultoría empresarial y educativa, impartición de diplomados, cursos, talleres y conferencias. Con más de 25 años de experiencia en favorecer el desarrollo.

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