Felipe Monroy
Contra los excesos de los predicadores digitales
Pasó casi inadvertida (quizá por obvias razones) la reflexión pastoral ofrecida por el Dicasterio para la Comunicación de la Santa Sede en la que se exhorta a los líderes eclesiásticos –obispos, curas y a laicos influyentes– a abandonar estrategias de polarización en las redes sociodigitales mediante la creación o divulgación de discursos propagandísticos reaccionarios, polémicos, incendiarios o prejuiciosos.
El documento en cuestión es una audaz mirada crítica y autocrítica desde la Iglesia católica sobre la nueva vida cotidiana digital, donde las tecnologías actuales de la comunicación están prácticamente asimiladas e internalizadas por la sociedad contemporánea y cuyo uso cotidiano afecta decididamente la realidad que integra y circunda a los pueblos. El documento titulado “Hacia una plena presencia” reflexiona no sólo sobre los recientes cambios en el aspecto comunicativo de las personas y las sociedades, sino las dramáticas alteraciones que ‘el mundo digital’ ha hecho y hará en la política, en la economía y en la misma historia de las propias identidades humanas y las búsquedas de sentido de los hombres y mujeres contemporáneos.
La reflexión no tiene ni carácter legislativo ni mandatorio pero sí es una fuerte orientación a los millones de usuarios de las redes sociales para que tomen conciencia de las implicaciones políticas, socioculturales y hasta antropológicas que supone la integración de los grandes avances tecnológicos (web 5.0, inteligencia artificial, realidad virtual, etcétera) a su comunicación cotidiana.
Sin embargo, sí que llama la atención el tono con el que estas orientaciones se dirigen a los líderes eclesiásticos o católicos ‘influencers’ de las redes sociodigitales para “no caer en las trampas digitales que se esconden en contenidos diseñados expresamente para sembrar el conflicto entre los usuarios provocando indignación o reacciones emocionales… debemos estar atentos a no publicar y compartir contenidos que puedan causar malentendidos, exacerbar la división, incitar al conflicto y ahondar los prejuicios”.
Esta exhortación no es ociosa; es sumamente común encontrar en el océano digital a personajes de instituciones o movimientos religiosos que utilizan toda plataforma digital disponible no sólo para predicar una serie de creencias o convicciones (lo cual es válido) sino para crear o replicar un mero propagandismo ideológico reactivo, radicalizado o fanatizado, disfrazado de preceptos pseudoreligiosos que apelan a emociones primarias, a un integrismo político más que teológico o religioso.
“El problema de la comunicación polémica y superficial –y, por tanto, divisiva, dice el documento–, es especialmente preocupante cuando procede de los líderes de la Iglesia: obispos, pastores y destacados líderes laicos. Éstos no sólo causan división en la comunidad, sino que también autorizan y legitiman a otros a promover un tipo de comunicación similar”, alertan los expertos del dicasterio pontificio para la Comunicación.
Por supuesto, el documento tampoco peca de ingenuidad y advierte que estas actitudes no son exclusivas del mundo religioso: “Los discursos agresivos y negativos se difunden con facilidad y rapidez, y ofrecen un terreno fértil para la violencia, el abuso y la desinformación”, lamenta. Así que, frente a estos fenómenos, sugiere esencialmente a las personas de buena voluntad (de auténtica buena voluntad y no sólo como etiqueta retórica) que no permanezcan callados y los exhorta a “ofrecer otro camino”, otra vía.
Es cierto que una política de silencio frente a este tipo de provocadores digitales, sembradores de odios, de discriminaciones y de superioridades morales parecería tener la intención de no abonar ni a sus egos ni a sus obsesivas agendas; y, sin embargo, la realidad nos confirma que el silencio hace más mal que bien pues, al no proponerse narrativas o comunicaciones que realmente intenten mejorar la interacción entre personas y comunidades –sin menospreciar sus necesidades y diferencias– , los espacios de conflicto se saturan de agresividades identitarias, de retóricas de polarización y lógicas de dominación y autocomplacencia.
En conclusión, la reflexión del Vaticano respecto a estas perniciosas prácticas comunicativas en las redes sociodigitales es sumamente oportuna y no sólo por los riesgos y oportunidades que los avances tecnológicos suponen con su incorporación a la dinámica cotidiana del ser humano contemporáneo; sino porque se torna imprescindible en el actual contexto global de crisis democrática y política –con problemas tanto identitarios como representativos– pues, muchos personajes o grupos políticos han recurrido perversamente en recientes fechas a narrativas integristas pseudoreligiosas para forjar y radicalizar a sus prosélitos; pero también porque ciertos liderazgos religiosos se los permiten o, peor, que usan estas herramientas con idénticos intereses mundanos y prosaicos.
Hay finalmente una expresión que resulta sumamente interesante en el documento que llama a construir comunidad en un mundo fragmentado; se trata de un llamado a participar activamente como ‘micro-influencers’, gente que debe ser consciente de su influencia potencial personal y cercana, y que no se desanime de enfrentar a los grandes vociferadores. Una buena actitud contra aquellos excesos.
*Director VCNoticias.com @monroyfelipe