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Felipe Monroy

El periodismo que falta a nuestra democracia

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Por si nos faltara algún ejemplo en cómo se ejerce el abuso de poder y el desprecio a la labor periodística en México, esta semana se hizo viral el despido en vivo y en directo de un comentarista de noticias por parte del dueño del Canal 66 de Mexicali: “Este es tu último día”, le notificó el empresario al presentador ante las cámaras. Sirva este caso –aunque no sea el más paradigmático– para reflexionar sobre las fronteras de las facultades tanto de los periodistas como de las directivas de los medios de comunicación y de los dueños de las concesiones.

Ya han explicado casi todos los involucrados algunas de las motivaciones detrás del sorpresivo despido y también han salido a la luz algunos de los intereses político-personales del ex conductor en cuestión. En general hay dos temas en los que se coincide: Uno, que los dueños de los medios deben tener y ejercer facultades para contratar o prescindir de los periodistas que a su juicio e interés necesiten en su modelo de negocio; y, dos, que los periodistas deberían contar con modelos de contratación en los que tanto el empleado como el empleador sean consecuentes con mínimos éticos y responsabilidades sociales más allá del mutuo beneficio utilitario y económico. Es decir, que concesionarios, dueños, directivos y periodistas de informativos asuman compromisos con la ciudadanía, debido a la importancia de la labor noticiosa independiente para la salud política y democrática de las naciones.

En un artículo publicado por Global Media Journal México este año, Leticia Hernández comparte varias entrevistas de periodistas respecto a las condiciones laborales adversas en sus medios de comunicación. Situaciones que van desde la precarización laboral, la fragilidad de las condiciones de trabajo, los riesgos de seguridad no asumidos por sus empleadores, el agotamiento crónico por jornadas extenuantes, el maltrato psicológico y hasta físico en sus centros laborales, así como el aumento de las exigencias de productividad mientras las tecnologías complejizan y requieren de mayor especialización en las tareas diarias.

Prácticamente existe un consenso entre los periodistas y trabajadores de los medios de comunicación respecto a la alta vocación y pasión que exige la labor informativa mientras se lidia con la carencia de mínimos de bienestar y seguridad laboral. Esta realidad ha llevado a asegurar que, salvo escasas excepciones, los periodistas en México viven cierta explotación laboral y una forzada sumisión a los intereses de dueños y administradores de los medios. Tanto los medios públicos, por las directivas y directrices impuestas por el Estado; como en los privados por sus intereses comerciales o conveniencias con poderes legítimos o fácticos.

Estas condiciones suelen complicarse con otros dos fenómenos contemporáneos: los nuevos modelos de trabajo informativo digital (casi siempre freelancers bajo políticas económicas sinuosas y nulos derechos de su propiedad intelectual) y la intensa competencia por las volátiles audiencias que motiva a las directivas de los medios a optar por conductores de noticiarios, presentadores de contenidos y periodistas con más “espectacularidad” que rigor y compromiso informativo.

Esto último es sumamente relevante pues, en el espectro noticioso se ha preferido invertir y enaltecer a personajes que desde la insinuación, la ambigüedad, el retruécano o la franca sandez hacen de la información un espectáculo; malbaratando el profesionalismo y el rigor periodístico a ocurrencias y maledicencias festejadas por las audiencias, pero inútiles para la construcción ciudadana. Lo cual, como es evidente, va en detrimento de la madurez democrática. De hecho, es probable que las propias condiciones de precarización laboral de los periodistas así como la orientación unívoca de beneficios comerciales e influencia en la elección del estilo informativo (sensacionalista, cómico, satírico, irreverente y sin rigor) sean fermento de cierta actitud ciudadana de desconfianza democrática, baja participación y cinismo ante fuerzas políticas, económicas e ideológicas.

Diversos académicos y analistas del fenómeno periodístico coinciden en que existe una fuerte correlación positiva entre la libertad de prensa y la democracia así como entre la autonomía editorial y la seguridad de los periodistas. Es decir: una mayor seguridad de los periodistas (comenzando por sus derechos laborales) redunda positivamente en la autonomía editorial y esa libertad de prensa incide directamente en la calidad democrática.

En conclusión, lo sucedido en la televisión de Mexicali no es un hecho anecdótico, es un síntoma de una grave enfermedad de nuestra democracia y un asunto que, para variar, no está en las manos del poder político.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe



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Felipe Monroy

Cardenales para el futuro

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El papa Francisco anunció la celebración del próximo consistorio para la creación de 20 nuevos cardenales electores y uno más, emérito, Angelo Acerbi, legendario diplomático vaticano que recién ha cumplido 99 años. Sin embargo, lo que más llama la atención de las nuevas designaciones (en las que nuevamente no aparece ningún mexicano) es la edad de los nuevos purpurados: uno de ellos, Mykola Bychok, un religioso redentorista obispo greco-ucraniano de apenas 44 años.

Este último caso es muy singular, el obispo afincado en Melbourne, Australia, nació en los años 80, ingresó en la congregación del Santísimo Redentor cuando las Spice Girls sacaban su más grande éxito ‘Wannabe” y en taquilla arrasaba ‘Titanic’ de James Cameron; además fue ordenado sacerdote un mes después de la muerte de Juan Pablo II.

Sin embargo, no es el único; por lo menos una veintena de cardenales electores recibieron el orden sacerdotal en los años noventa; lo que indica que su formación en seminarios y casas de religiosos aconteció en un mundo plenamente globalizado, con mayores herramientas tecnológicas y la mirada puesta en el siglo XXI.

Hoy, todos los cardenales electores ingresaron al sacerdocio después del Concilio Vaticano II, es decir, que sus propios maestros y formadores habitaron el ‘aggiornamiento’ de la Iglesia más importante del siglo pasado y han transitado las grandes crisis institucionales del catolicismo en los últimos veinte años: la veloz pérdida de fieles y vocaciones; la secularización de la sociedad; y los escándalos sexuales y financieros.

Entre el extenso cuerpo de purpurados que en caso de un cónclave próximo serían los encargados de elegir un nuevo pontífice, ya sólo hay seis cardenales electores creados por Juan Pablo II y 24 por Benedicto XVI. Es decir, de los más de 140 cardenales con posibilidad de elegir al nuevo sucesor de Pedro, apenas 30 no fueron creados por Francisco. Serán los cardenales de Francisco los que pondrán en la Cátedra de San Pedro al próximo pontífice y pensarán el perfil del líder de la Iglesia bajo el estilo que Bergoglio quizá les haya logrado inspirar.

Además, los cardenales menores de 60 años de edad deberán tomar un papel importante en las reflexiones que la Iglesia católica hará antes de que llegue la mitad de esta centuria y antes de que el pontificado de Juan Pablo II luzca tan distante como las expectativas hacia el siglo veintidós. Se trata de 25 cardenales jóvenes provenientes de los más diversos orígenes y todos de cierta manera sorprendidos por su designación, pues algunos de ellos no habían recibido la ordenación episcopal o sus superiores no tienen la jerarquía cardenalicia.

Con ello, Francisco ha confirmado que el cardenalato no se obtiene por las posiciones de poder sino por cualidades de servicio y por la representación de voces de la marginalidad: un belga fraile conventual arzobispo en Irán; un lituano coadjutor en una basílica papal; un sacerdote scalabriniano encargado de migrantes y refugiados; un religioso indio siro-malabar oficial en el Vaticano; un franciscano patriarca de Jerusalén en Palestina; un sobreviviente de la guerra civil sudanesa articulador de la joven república sur-sudanesa; un poeta portugués que fue archivista y bibliotecario en el Archivo Secreto Vaticano; un arzobispo centroafricano en medio de una guerra étnico-religiosa; el sucesor del arzobispo Nobel de la Paz que pacificó el proceso de independencia en Timor Oriental; un misionero italiano pastor de mil quinientos fieles en Mongolia.

Con las más recientes designaciones, Francisco corrobora que mira especialmente las periferias mundiales. Quizá estamos ante el colegio cardenalicio más diverso de la historia con personajes oriundos de nacionalidades sino que muchos de los purpurados no han seguido la clásica ruta eclesiástica que en el pasado los colocaba en las posiciones de mayor liderazgo y subsecuentemente ante el birrete de las eminencias.

Con este consistorio, México permanece con seis cardenales, cuatro no electores (Sandoval, Suárez, Arizmendi y Rivera) y sólo dos electores (Francisco Robles y Carlos Aguiar).

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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Felipe Monroy

Brujería y 500 años de evangelización

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En este 2024 se cumple medio milenio de la llegada de los primeros frailes evangelizadores al corazón de la tierra mexica conquistada y, por desgracia, aún en nuestro siglo hay cristianos que prefieren el desprecio y la ridiculización de las culturas indígenas antes que el esfuerzo por el diálogo, el entendimiento y la comprensión.

Me refiero a algunos eclesiásticos y personajes hiper-clericales, rancios de falso eurocentrismo, que no dudaron en definir ofensiva y temerariamente como “brujería” a la ceremonia indígena con la que se entregó el ‘bastón de mando’ a la presidenta de México y se le involucró en el “saludo a los cuatro rumbos”; un gesto que forma parte de una compleja cosmogonía que guarda ritualizaciones prehispánicas con acentos clamoreados y rogativas del catolicismo novohispano.

Prestos al desprecio de lo que no se somete a su perfecta idiosincrasia, estos personajes no solo ofenden al pueblo que sostiene y patrocina su labor, también representan una vergüenza para la herencia de los misioneros cristianos que renunciaron a cualquier peana de superioridad para servir a la grey, escuchándola e intentando comprenderla antes de juzgarla y demonizarla.

No hay que imaginar aquel escenario posterior a la guerra y el establecimiento del nuevo orden en la Conquista del siglo XVI, el primer obispo de México, fray Juan de Zumárraga lo relata claramente: “Los indios son muy maltratados de los españoles caminantes, que los llevan cargados a todas partes donde quieren ir, como acémilas [mulas], y aún sin darles de comer”. El obispo, escandalizado por lo que observa en la Nueva España, pide al rey ordene el castigo a todo español que robe mujeres o tierras de los indios “o le llame perro o le diere de palos o cuchilladas o bofetadas o le mate”.

Es decir, en buena medida, la ejecución del dominio se implementó desde la superioridad, la agresividad y también desde cierta ignorancia voluntaria y desde el desprecio a la naturaleza y la cultura de los vencidos. Sin embargo, los primeros cristianos, los frailes mendicantes, tenían un encargo muy distinto al de los capitanes de la armada: Comprender la lengua, entender las dinámicas culturales de los pueblos indígenas (muchos de los cuales fueron aliados de los españoles), conocer la tierra, los ritos y las costumbres para poder enseñarles que la paternidad de Dios también es gracia sobre sus pueblos. Aquel esfuerzo por conocerlos tuvo un fruto quizá no tan inesperado: el amor a los indígenas y, por ende, a la necesidad de defenderlos de los abusos del poder militar, económico y político. No es casualidad que los primeros defensores de la dignidad de los indígenas y de sus pueblos fueran religiosos católicos como Anton de Montesinos, Bartolomé de las Casas, Toribio de Benavente y Francisco de Vitoria.

Y a pesar del medio milenio de evangelización a nuestras espaldas, hoy surgen voces que pretenden ‘europeizar’ colonias, barrios y pueblos americanos en lugar de escuchar, comprender y amar como hicieron los humildes misioneros que les antecedieron. Además, en estos personajes demonizadores de todo lo que ignoran no sólo hay una fascinación por el eurocentrismo decimonónico sino una concepción errónea de una cultura europea estrechisima y muy específica (y que hoy vive una feroz mutación) que sólo considera válidas las dimensiones jerárquico-monárquicas, político-liberales y racionalistas-occidentales como cánon absoluto y fuente de un obligatorio adoctrinamiento unilateral.

La cultura actual se caracteriza ante todo por su superficialidad y en esa frivolidad caen los nuevos inquisidores, creyendo que cierta cultura pasada es el pináculo de la perfección. Bien dijo el cardenal Carles Gordó cuando reflexionó sobre esto hace treinta años: “[Los católicos] no nos queremos detener en ninguna cultura como algo definitivamente conseguido, sino como algo que, porque es fruto del hombre, es renovable, frágil y perfectible”.

Llamar brujería a un acto social cultural sustentado en símbolos ancestrales y actuales sincréticos (indígenas y cristianos a la vez) con la tranquilidad que sólo la soberbia puede dotar, no sólo genera discriminación gratuita sino que constriñe la universalidad y atemporalidad del mensaje de salvación cristiano; o como dijo el brillante Alfonso López Quintás en ‘Cuatro filósofos en busca de Dios’: “La marcha hacia lo religioso sigue una dirección opuesta a la que marca el reduccionismo”.
Desde hace medio siglo, la Iglesia católica ha aceptado que la evangelización de las culturas y la inculturación de la fe son parte de un proceso, y no de una completud ya perfeccionada por una única forma dogmática, disciplinar y ritualista con la que algunos eclesiásticos pretenden uniformar a todas las culturas desde una “Europa” hoy inexistente; por el contrario, la fe se encarna en el modo de vida de cada pueblo.

Y sí, la evangelización de la cultura significa encarnar el Evangelio en la cultura de una sociedad (la que es, no la que deseamos que sea) y purificar de ella sólo aquellos elementos contrarios a la dignidad humana mientras se elevan en sus gestos todos aquellos valores que comulguen con la bondad, la verdad y la belleza a una dimensión universal.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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Felipe Monroy

Valores cristianos y democracia: legado compartido entre México y España

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En días pasados tuve oportunidad de escuchar una reflexión muy nutrida del cónsul general de España en México, Manuel Hernández Ruigómez, sobre la influencia de los valores cristianos en la formación de los sistemas democráticos. El tema podría parecer delicado en estos momentos tan agitados en donde la histórica relación entre España y México transita por dificultades derivadas de una mutua dureza en las certezas nacionalistas y una falta de apertura a horizontes compartidos fraternalmente.

La perspectiva del cónsul parte de la idea de que el proceso de evangelización en tierras americanas contuvo fermentos de valores proto-democráticos, principalmente entre algunos clérigos católicos que –ante el gran cambio de época que significó la colisión y encuentro de dos civilizaciones– optaron por promover y defender la dignidad de la persona. Líderes sociales y religiosos que, arriesgando su posición de privilegio, alzaron la voz en defensa de los pueblos sometidos y de las víctimas de los abusos cometidos por las élites poderosas de aquel singular momento.

Y es que, la igualdad en dignidad de cada persona ante la sociedad así como la lucha por los auténticos derechos humanos constituyen, efectivamente, elementos imprescindibles para el diálogo democrático y para que todos los ciudadanos participen horizontalmente en las decisiones de gestión social y pública que les atañen. Y, sin embargo, hoy la esencia misma de estos valores democráticos está en cuestionamiento en muchas naciones, incluidas la República de México y el Reino de España. Democracias que para algunos deben estar hiper reguladas a través de elitistas e inaccesibles burocracias doradas que salvaguardan manuales electorales (viene a la mente una alegoría de un médico que prefiere salvar su vademécum en lugar de a su paciente); y que para otros deben limitarse a un ‘aplausómetro’ de inasibles mayorías bulliciosas.

El cónsul Hernández Ruigómez destaca acertadamente el papel fundamental que jugó la evangelización en la conformación de la identidad cultural de México y América Latina. La llegada de los misioneros franciscanos en 1524, hace 500 años, marcó el inicio de un proceso que, más allá de su dimensión religiosa, sentó las bases de muchos de los valores que hoy consideramos fundamentales en nuestras sociedades democráticas como el respeto a la dignidad humana, la igualdad, la solidaridad, el bien común, el derecho a la identidad y la libertad. Y aquí debo aclarar que “sentar las bases” no es igual a “llevar a plenitud”; es decir, no se debe absolutizar en positivos o negativos el complejo encuentro entre dos mundos.

Es decir, tampoco hay que minimizar la extensa evidencia histórica de los muchos signos de violencia sistemática que ha acompañado la historia de nuestro país pero no sólo durante la Conquista y el Virreinato sino en los primeros años del México independiente, de la Reforma, la Revolución e incluso de la Post-revolución con su institucionalización del poder omnímodo, el cual no estuvo exento también de persecución social, gremial, ideológica y religiosa.

Así que podemos señalar que, si bien hubo un avance en los valores constructores de democracia desde el Encuentro de las Dos Culturas, sería una necedad confundir semillas con frutos. Condiciones de coerción extrema y desigualdad de poder son heridas aún pulsantes en la piel de las naciones americanas; varias de ellas provienen de la colisión entre los estados-teológicos prehispánicos y los estados-teológicos europeos; pero muchas también son parte de nuestro largo y doloroso proceso de construcción del Estado plurinacionales modernos.

Con todo, tiene razón el cónsul al recordarnos que la contribución del pensamiento cristiano-hispánico al desarrollo de los conceptos de derechos humanos y dignidad de la persona fue vanguardistas en su época y es precursor en la conceptualización de los derechos universales, mucho antes de las declaraciones humanísticas inglesas o francesas.

Y esto es importante hoy, que nos parece nuevamente urgente contextualizar estas reflexiones en el vergonzoso momento que viven las relaciones entre México y España. Ambos países han evolucionado como naciones diversas y plurales, cada una con su propia trayectoria histórica y composición social única; y ambas han sido también tristemente negligentes en el reconocimiento de sus complejas realidades pluriculturales.

México, con su rica herencia indígena y su singular proceso de mestizaje, aún falta abrirse al reconocimiento de una identidad nacional reconciliada que integre todas las múltiples tradiciones que lo hacen justamente un mosaico de culturas. La influencia hispánica en nuestra nación es innegable y coexiste con un sustrato prehispánico igualmente valioso y con las aportaciones de otras culturas que han enriquecido al país a lo largo de su historia.

España, por su parte, también ha experimentado transformaciones significativas, convirtiéndose en una sociedad multicultural que acoge diversas comunidades y tradiciones, algunas que retornan desde las marginalidades después de siglos de ostracismo y desprecio, renovando –no sin dolor– un fuerte vínculo con su pasado histórico.

Así, en este contexto tan intrincado, el actual debate sobre los errores diplomáticos parece menor ante la necesidad de un reconocimiento mutuo de los aspectos complejos de nuestra historia compartida, el cual debe abordarse desde una perspectiva de madurez y entendimiento mutuo.

Hoy México y España son naciones plurales y diversas, ambas han superado etapas funestas y dolorosas, y ahora se enfrascan en nuevos desafíos que ponen en riesgo los fundamentos del respeto, la igualdad y la infinita dignidad humana. Sólo una visión crítica y honesta de los aspectos más dolorosos de nuestro pasado común puede hacernos recordar cuáles son esas bases comunes de valores que nos pueden ayudar a responder ante los desafíos globales actuales.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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Felipe Monroy

Todos los cuadros, el cuadro

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La conformación de cuadros políticos es una tarea imprescindible para las organizaciones partidistas cuya necesidad vital es crecer, mantener la disciplina y formar más grupos sociales bajo los principios y valores ideológicos de su movimiento político. Funcionan, además, como una maniobra de pinza porque mientras fortifican las estructuras centrales de operación política del movimiento también gestionan avanzadas a los flancos más periféricos de la sociedad para seducirlos e integrarlos.

Bajo la teoría del Partido-Estado, los cuadros son grupos de intelectuales-actores comprometidos, activos y experimentados, su fidelidad a los principios políticos los convierte en los mejores operadores del desarrollo del movimiento, al tiempo de revestirlos con atributos moralizadores para vigilar, denunciar, premiar o sancionar los comportamientos de los integrantes del movimiento.

Los cuadros políticos sirven además para forjar proyectos transgeneracionales pues en la formación de los mismos, en la fidelidad a las estructuras y a los principios, se encuentran los personajes de recambio, la renovación de los liderazgos que mantengan la esencia aunque los tiempos y los desafíos vayan cambiando. En México, la institución partidista que hizo de la formación y la operación de los cuadros todo un arte y, al mismo tiempo, el andamiaje de la cultura política nacional fue el Partido Revolucionario Institucional.

Todos sabemos que, en el pináculo de su poder comenzó -paradójicamente- el camino hacia su derrota. No hay razones aisladas que expliquen ese fenómeno; sin embargo, la historia nos permitió ver algunos factores. En primer lugar, cada vez fue más difícil encontrar orígenes “saludables” de los cuadros partidistas, esto es: grupos o gremios, locales, comunitarios o incluso vecinales, cuyo reclutamiento no estuviera estigmatizado por el inmenso andamiaje estructural de intereses vulgares de cuotas y cuates, y de una abyecta obediencia aferrada a recompensas cada vez más insustanciales.

Y, en segundo lugar, la ‘elitización’ de los cuadros superiores del partido revelaba un proceso de enfermedad sistémica del propósito de los cuadros (fidelidad y formación). Los cuadros ‘superiores’ no tenían los mismos objetivos de los cuadros ‘inferiores’; pues mientras a los primeros se les privilegió de un abuso de poder bajo una doctrina y principios distintos a los aplicados en cuadros ‘menores’; eran estos últimos los que masivamente quedaban a merced de otras ofertas políticas.

Evidentemente, esto no es lo único que favoreció el viraje político-partidista de grandes porciones de la sociedad mexicana en los últimos veinte años (un largo periodo de cinismo corruptor y pésimas decisiones en materia de administración pública también ayudaron); pero sí quizá explique el veloz crecimiento de los nuevos cuadros políticos del partido hoy en el poder: la formación de la cultura política-partidista ya estaba nutrida por una lógica de participación, interés común y valores compartidos; y, al mismo tiempo, la identificación de la sincronicidad de las fuerzas adversarias era evidente para todos, menos para los partidos que desde nomenclaturas distintas obran idénticamente.

Pero, ¿por qué es relevante reflexionar sobre esto ahora que los nuevos cuadros partidistas en control de las principales estructuras de toma de decisiones experimentan una cúspide de identidad, orden, disciplina y poder? Porque la aceleración de los procesos de gestión, control y dominio también puede afectarles de manera más vertiginosa: nadie puede ocultar la trágica ironía de que los dos nuevos líderes partidistas, hijos sanguíneos de encumbrados líderes del movimiento, conserven la consigna democrática contra el nepotismo y el privilegio estructural de las dinastías familiares.

Sólo quien tiene poca memoria –o poco interés de aprender del pasado– podría hoy valorar las moralizaciones que los viejos líderes de los cuadros encumbrados del poder hacen sobre los cambios políticos que se gestan; pero también un desmemoriado –voluntariamente o no– podría estar repitiendo los mismos errores que llevaron a la debacle a aquellos ideales políticos que soportaron en el pasado a las más sólidas estructuras político-partidistas.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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