Felipe Monroy
Verdades exageradas
Apuntó el filósofo Schopenhauer que toda verdad pasa por tres momentos: primero es ridiculizada, luego ferozmente combatida y finalmente aceptada como si siempre hubiera estado allí. El extraño ejercicio patrocinado por la Presidencia de la República para ‘evaluar’, ‘criticar’ y ‘vigilar’ las informaciones periodísticas publicadas en México tiene como propósito central -según la institución- el combatir las noticias falsas; y, sin embargo, de vez en vez también arremete contra las verdades.
Desde el máximo podio de divulgación de la República, Ana Elizabeth García Vilchis, funcionaria de la Dirección de Comunicación Social, acusó a un medio de comunicación por publicar informaciones que pretenden “hacer un escándalo con ese dato que no es falso, pero se exagera”.
La frase vertida por la encargada de este este ejercicio desde la cúpula de poder no nos debe sonar meramente anecdótica sino como la sustancial preocupación de la administración lopezobradorista por las verdades que pueden llegar a incomodarle.
No es novedad, ni esta administración la única que muestra recelo a que la verdad llegue a la ciudadanía; es claro que todo gobierno guarda una gran cantidad de escrúpulos para revelar o no las informaciones difíciles, adversas o que demuestran signos de su incapacidad, inexperiencia o franca corrupción.
Si algo ha detenido los procesos judiciales contra los exmandatarios, exfuncionarios y actuales servidores públicos que se han servido del poder a través de ignominiosas operaciones o desvergonzadas corruptelas justamente ha sido la falta de información verídica, comprobable y judicializable que los lleve a enfrentar la ley.
El cuidado que los corruptos tienen contra la filtración de la información que potencialmente los pone en riesgo es mayúsculo; y con razón: la revelación de datos certeros que los incrimine en delitos o acciones deshonestas catapulta a esa ‘verdad’ a ser aceptada como si siempre hubiera estado allí. Y una vez que la ciudadanía incorpora en su conciencia esa verdad, es casi imposible que vuelva a confiar en dicho político, en su grupo o en sus aliados.
Por desgracia, a lo largo de mi experiencia periodística, he constatado que las inmensas instituciones o los grupos poderosos sólo temen a la verdad cuando se muestra con su rostro de escándalo. Hay verdades que pueden ser ridiculizadas y hasta combatidas; pero el escándalo -más que veneno- es como una vacuna que protege a la audiencia de las estratagemas del poder.
En meses pasados, por ejemplo, se tuvo noticia de la denuncia presentada por un medio de comunicación católico contra el secretario general de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos. Para variar, las acusaciones reposaron a la deriva durante varias semanas entre los océanos burocráticos de las instituciones hasta que el escándalo mediático obligó a dar curso y celeridad a las sanciones.
Este caso hace recordar las muchas denuncias que envejecen en medio de los trámites obligatorios que buscan justicia y que no son tomadas en serio sino hasta que rompen la conciencia de la ciudadanía a través de la cruda revelación de su naturaleza.
Es decir, contra la inmovilidad del poder, contra la jactancia de su autosuficiencia e invulnerabilidad, no hay nada como esa verdad que causa escándalo. Las verdades inmoderadas, como demostraron Diógenes y sus discípulos cínicos, pueden ser crueles e inútiles; sin embargo, cuando las verdades se encaminan a mejorar las instituciones o las relaciones que tienen con la ciudadanía, forman parte de un doloroso crecimiento de reconocimiento y responsabilidad.
Lo dijo así Thomas Fuller, capellán del desafortunado Carlos I, rey de Inglaterra: “La mentira no tiene piernas; pero el escándalo tiene alas”. La mentira requiere de muchos súbditos y sirvientes para hacerla llegar hasta allí donde el poder la necesita; como respuesta, la pequeña saeta lanzada desde el pueblo sólo puede llegar al empíreo del poder si el escándalo le coloca remos de aire.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe