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Columna Invitada

En Memoria de Manuel Tapia Noriega

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Conocí a Manuel en noviembre de 1990, durante un congreso de ingeniería civil en Sonora.

Yo por egresar y él ya ingeniero consolidado. En nuestra mesa traíamos un ambiente fiestero, Manuel me observaba y se me acercó, ambos con bebidas espirituosas entre pecho y espalda, me llamó y me dijo entre otras cosas algo que nunca olvidé:

Siempre se necesita alguien que sea la bujía que haga arrancar el motor. Se ve que tú eres el que la mueve ahí, no cualquiera se avienta ese tiro. Es más cómodo seguir a los demás y no arriesgarse a la crítica. Traes esa chispa natural. Pero al final para ser líder, no sólo tienes que creerlo, sino desearlo y prepararte para estar a la altura. Así que no lo sueltes.”

Palabras que por el momento parecieron pasajeras, pero que quedaron grabadas.

Cinco años después coincidimos de nuevo, ahora en la campaña de Don Jorge Gómez del Campo para la presidencia de la Cámara de la Construcción. Manuel abría los eventos con su carisma único. En uno de los primeros actos en Ciudad Obregón, con un auditorio pequeño, lo presentó así:

“¡Y ahoooooora con usteeeeeedes, el inigualable, el talentoso, el ingenieroooo Jorge Gooooomez del Campoooo!”

De regreso, Don Jorge, con su pausado tono peculiar le dijo: “Oye Manuelito, muy bien el evento, ¿no? Pero ya no me presentes así… parece que estás anunciando un carro de agencia.” Reímos todo el camino.

Desde entonces la vida gremial y la ingeniería nos hicieron coincidir muchas veces, con acuerdos, diferencias, pero siempre con respeto y amistad. Las batallas importantes las libras son con quien te hacen crecer, incluso perdiendo. Así era Manuel: ayudaba, aunque no estuviera de acuerdo, y asumía también con gallardía sus derrotas.

No hubo una sola ocasión que no acudiera a mi clase en la Universidad de Sonora a compartir sus esperiencias.

Su liderazgo al frente del Colegio de Ingenieros Civiles, la Cámara de la Construcción y el Centro del Trabajador de la Construcción lo consolidó como un referente de la ingeniería: consultado por los medios incluso sin ocupar cargos, dotado de picardía, talento para mediar, siempre gremialista e institucional, y, por encima de todo, amigo de sus amigos.

De su vida familiar solo puedo repetir con fidelidad lo que escuché en labios cercanos, palabras profundas que reflejan al hombre que fue:

“Algunos sentirán que esto es un déjà vu. Pero mi papá también le gustaba contar la misma historia, una y otra vez con la misma pasión que la primera. Mi papá puede ser descrito con muchos adjetivos, excepcional pensé, pero la realidad es que era amor y lo expresaba de todas las formas. Amaba las plantas, la naturaleza, a los animales, a las personas sin juicios, él solo amaba y daba ese amor.

También amaba la palabra escrita y yo siempre admiré su capacidad para hacer magia con las palabras. Y por muchos años me recordé a mí misma que quería ser escritora como mi papá.

Pero creo que en su gran legado nos dejó un escrito que refleja el gran hombre que fue, todos los detalles que él cuidaba y la forma en la que valía el amor infinito y como un gran motor “All You Need Is Love”.

Les voy a compartir una poesía que mi papá escribió en el 2002 para mí, donde concursamos en un concurso de oratoria, titulada Qué tanto amor has dado:

Qué tanto amor has dado con una sonrisa al niño que pide, al que entrega el periódico, a la
joven que pasa, a la mujer embarazada, al hombre que maneja, al señor que camina, a la señora que canta.

Qué tanto amor has dado con una palma en el hombro y una palabra de aliento a un hombre desesperado, qué tanto amor has dado, como tenía ganas de verte a un amigo o hermano, qué tanto amor has dado con un “cómo te extraño, papá, cómo te quiero, mamá”, qué tanto amor has dado cantándole al ser amado, “si te quiero es porque sos mi amor, mi cómplice y todo”.

Qué tanto amor has dado, impulsando a tus hijos, tira pa’lante que empujan atrás,
qué tanto amor has dado, disfrazado de amor a quien quiera sin ver quién es, y qué tanto vale el amor, qué tanto vale el amor, que devuelve a los alcohólicos la dignidad que dejaron en pedazos en la calle, en los baldíos, en el hospital psiquiátrico, y qué tanto vale el amor, esa pregunta me hace que recuerde aquella parábola en la que el Señor se disfraza de mendigo y baja al pueblo a casa del zapatero y le dice, “te doy una bolsa de oro a cambio de tus ojos”, “¿mis ojos? ¿y cómo voy a ver a mis amigos, a mi familia, a mis hijos, a mis hermanos?

Hermano, hermano, hermano, hermano qué fortuna tienes si no te has dado cuenta.

Y qué es el amor, es una palmada, es una palabra, es un abrazo, una caricia, un beso, y a todos al final de este hermoso camino que es la vida, alguien nos estará esperando con los brazos abiertos y en lugar de preguntarnos nos dirá: “¿cuánto amor has dado?”

Ese era mi papá”

Desde aquí, envío a nombre de mi familia, mis condolencias a su amada Edith, a su familia y todos sus amigos y compañeros. Descanse en Paz.

Mtro. Guillermo Moreno Ríos
Ingeniero civil, académico, editor y especialista en Gestión Integral de Riesgos y Seguros. Creador de Memovember, Cubo de la Resiliencia y Promotor del Bambú.
[email protected]

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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Pirotecnia: una tradición que exige conciencia, no indiferencia

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Cada diciembre en México se enciende algo más que pólvora: se enciende la conversación eterna entre tradición y seguridad. Nadie niega que los fuegos artificiales han acompañado nuestras celebraciones por siglos; forman parte de la memoria colectiva y de la estética festiva del país. Pero también es cierto que, detrás de ese brillo, siguen existiendo riesgos que ya no podemos minimizar.

No se trata de atacar a quienes aman la tradición ni de convertir en villano a quien recuerda su infancia con un “cuetito en la mano”. Esto no va de nostalgia. Va de responsabilidad. Va de preguntarnos, como adultos, como padres y como sociedad: ¿cuánto dolor ocasiona lo que seguimos normalizando?

Hermosillo es un ejemplo claro del reto. Durante muchos años, Protección Civil decomisaba alrededor de 200 kilos de pirotecnia clandestina cada temporada. Con la regulación más estricta y la prohibición de pirotecnia sonora, el año pasado se decomisaron solo 25 kilos. Un avance enorme, sí, pero también una señal de alerta: el problema no desapareció, solo se hizo más pequeño… y más disperso. 

Basta un artefacto para causar una tragedia

Y aquí es donde debemos ser honestos sin ofender a nadie:
¿Quién compra la pirotecnia? Los adultos.
¿Quién pone el dinero? Los padres.
¿Quién la manipula la mayoría de las veces? Los hijos.

La ecuación está desequilibrada desde el origen.
No es un tema de prohibición; es un tema de decisión familiar.

Durante años me tocó ver de cerca lo que muchos prefieren no imaginar: niños con quemaduras en las manos, en la cara, en los ojos; adolescentes que pierden movilidad o audición; casas enteras consumidas por un globo de Cantoya que cayó donde no debía. 

La estadística nacional coincide:

  • El 60% de los lesionados por pirotecnia son menores entre 5 y 14 años.
  • Las zonas más afectadas son manos (30%), ojos (28%) y rostro (15%).

Ante esos datos, cualquier argumento romántico se queda corto.

La tradición es valiosa, pero ninguna tradición debería sostenerse sobre el sufrimiento de los más pequeños. No es coherente que como sociedad hayamos avanzado en temas de equidad, salud mental, educación y seguridad vial, pero sigamos aceptando prácticas que lesionan a quienes más deberíamos proteger, porque curiosamente, la regulación avanzó porque algunas personas se preocuparon más por los perritos que por los niños o las personas autistas.

El riesgo de la pirotecnia no es una exageración. Tampoco es una persecución. Es una realidad que cada año se cobra vidas en todo el país: explosiones en talleres clandestinos, incendios en viviendas, abarrotes con venta ilegal, menores lesionados por artefactos defectuosos. Hablar de esto no es ser aguafiestas; es ser sensato.

Y aquí la reflexión indispensable:

¿De dónde sale el dinero para comprar pirotecnia?

Del bolsillo de los padres.
Por eso la decisión es profundamente familiar.

No importa si el niño insiste, si “todos los vecinos compraron”, si “es nomás tantito”.
Lo que para un menor es un juego, para un adulto debe ser un análisis de riesgo.

Celebrar, sí.
Poner en peligro a los hijos, jamás.

La regulación actual en Hermosillo demuestra algo importante: cuando la autoridad actúa, el riesgo disminuye. Pero el cierre definitivo del círculo depende de la familia. No de la policía, no del municipio, no de los inspectores, no de las campañas: de la decisión del adulto que entrega o no el billete.

El mayor acto de amor en diciembre no es comprar luces que explotan, sino garantizar que tus hijos regresen a casa sanos, completos y sin cicatrices.

La tradición puede continuar, pero la inconsciencia no.
Hoy Hermosillo está dando pasos. Falta que cada hogar dé los suyos.

Pasemos unas felices posadas y disfrutemos el Guadalupe – Reyes que ya se aproxima.


Mtro. Guillermo Moreno Ríos
Ingeniero civil, académico, editor y especialista en Gestión Integral de Riesgos y Seguros. Creador de Memovember, Cubo de la Resiliencia y Promotor del Bambú.
[email protected]

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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Un México que pierde su humanidad… y cómo recuperarla

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Por Alessandra García Villela

En medio de los avances tecnológicos, la hiperconexión y el ritmo acelerado con el que vivimos, pareciera que México –y el mundo– ha comenzado a perder algo esencial: su humanidad. Cada vez es más común ver cómo decisiones públicas, conversaciones sociales e incluso debates cotidianos olvidan un principio fundamental: la dignidad de la persona humana. Cuando ese valor se desplaza del centro, todo lo demás se distorsiona. Y entonces, cualquier cosa parece negociable.

La historia reciente nos lo demuestra. Cuando olvidamos la dignidad humana, dejamos de proteger a quienes más lo necesitan: a las mujeres que enfrentan violencia todos los días, a los niños que crecen sin oportunidades, a los adultos mayores sin acompañamiento, a quienes viven en pobreza extrema, a los enfermos sin acceso a atención digna, a los migrantes que arriesgan todo por sobrevivir y, también, a quienes aún no nacen. Lo mismo ocurre con el medio ambiente: cuando dejamos de reconocer que el ser humano tiene un valor intrínseco, se vuelve más fácil destruir aquello que sostiene su vida.

No es casualidad que los países con mayores niveles de desarrollo sean justamente aquellos donde la dignidad humana es la base de sus políticas públicas. México no será la excepción. Para aspirar a un país más justo, más seguro, más próspero y más unido, necesitamos regresar a ese principio elemental.

Duele profundamente ver un país dividido, enfrentado, roto en bandos que parecen imposibles de reconciliar. Duele porque cuando dejamos de reconocer la dignidad del otro, lo convertimos en enemigo, en alguien “cancelado”, en alguien que —según algunos— ya no tiene derecho a opinar, a cuestionar, a participar. Pero un México así no puede avanzar. La dignidad humana nos recuerda que cada persona, incluso quien piensa distinto, merece ser escuchada y respetada. México nos necesita unidos, no idénticos; unidos en reconocer el valor irrenunciable de cada uno. Solo así podremos construir un país donde la diferencia sume, no divida, y donde la esperanza tenga más fuerza que el miedo.

Desde la Red de Jóvenes Activadores en Actívate, una plataforma que impulsa la participación ciudadana para transformar nuestro entorno, el mensaje es claro: si queremos un México mejor, no basta con quejarse, hay que actuar. Y actuar desde convicciones firmes.

Los primeros pasos en el activismo a veces provocan miedo, pero debe prevalecer la determinación. Un país más humano solo es posible si reconocemos, defendemos y promovemos el valor de cada persona, sin excepciones. Esa certeza me llevó a alzar la voz, a comprometerme con causas sociales y a trabajar con jóvenes de todo el país que comparten el mismo anhelo: construir un México más digno.

Cuando la dignidad humana está en el centro, todo cambia. Luchamos por una educación de calidad, porque sabemos que transforma vidas. Impulsamos el emprendimiento y el empleo digno, porque reconocemos la capacidad creadora de las personas. Defendemos los derechos humanos, porque no hay progreso posible sin justicia. Protegemos a los niños y a los no nacidos, porque su valor no depende de circunstancias externas. Cuidamos del medio ambiente, porque entendemos que el bienestar humano está ligado al equilibrio ecológico. Y acompañamos a los más vulnerables, porque su dignidad es tan grande como la de cualquiera.

Esta visión no es teórica; es práctica y transformadora. En Actívate lo hemos comprobado. Un ejemplo es la campaña del Cangrejo Azul, un proyecto que logró movilizar a miles de ciudadanos para proteger una especie en peligro de extinción y su ecosistema. ¿Por qué funcionó? Porque lo hicimos con convicción, con creatividad y partiendo de un principio sencillo: si cuidamos la vida –toda vida–, cuidamos nuestro futuro.

Hoy México necesita recuperar esa mirada humanista. Necesita líderes, ciudadanos y autoridades que recuerden que cada decisión pública tiene rostro, historia y consecuencias reales en vidas concretas. Necesita jóvenes que no se cansen de participar, de cuestionar y de proponer.

La pregunta que nos queda es simple pero urgente: ¿qué pasaría si, como país, decidiéramos colocar nuevamente la dignidad humana en el centro de todo? Tal vez descubriríamos que las respuestas que buscamos –seguridad, justicia, desarrollo, unidad– comienzan justamente ahí.

Porque un México más humano no es un ideal lejano: es un proyecto posible, y empieza con cada uno de nosotros.

El objetivo es que cada mexicano se reconozca responsable del otro, que entendamos que nuestro país no se sostiene solo con instituciones, sino con personas que deciden involucrarse, acompañarse y construir juntas. Si asumimos que todos somos corresponsables de un mejor México —desde lo que hacemos en casa hasta lo que impulsamos en lo público— entonces podremos transformar realidades. Un país verdaderamente humano nace cuando cada uno de nosotros reconoce que su vida está ligada a la dignidad y la esperanza del que tiene a lado.

Alessandra García Villela
Coordinadora Jr. de la Red de jóvenes activadores

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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¿Está lejos nuestra Paz?

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Tras las consecuencias de los asesinatos de alto impacto en Michoacán en las semanas pasadas, han ocurrido algunas secuelas que tienen que ver con esa situación. Como el desarrollo de grupos cívicos locales en esa y otras entidades, así como las manifestaciones de la generación Z que ocurrieron hace días en varios Estados.

Manifestaciones relativamente pequeñas, aunque significativas en impacto simbólico. El éxito de estas manifestaciones se puede medir por números. Sin embargo, la medida del éxito más importante es la preocupación que ha mostrado el gobierno federal frente a las mismas. No las ha ignorado: las ha tomado en cuenta y trata de desacreditarlas en declaraciones públicas. Estos eventos son un síntoma de un malestar más profundo: la desconexión entre la gobernanza y la participación social.

La solución al problema de la Paz difícilmente puede venir del gobierno, no importa su signo, sin que haya una participación decidida y relevante de la sociedad civil, sobre todo de la mayoría que somos los ciudadanos sin partido. Eso es lo más importante en este asunto. ¿Será que la ciudadanía no se está haciendo cargo de su papel político? Como estamos, no se logra el mandato democrático que obliga a los gobiernos a gobernar para todos. Tenemos que lograr romper con el ciclo de la polarización cada vez más creciente, buscar una reconciliación nacional entre todas las personas de buena voluntad, que se encuentran en todos los partidos políticos y en los ciudadanos sin partido. 

¿Qué debería estar haciendo la ciudadanía? Primero, saber qué está ocurriendo, estar informada. Una vez teniendo esto, interpretar, entender bien qué significan estas cosas y además reflexionar sobre las causas y las posibles soluciones que pudiera haber. Esta es una labor totalmente personal. Además, a través de grupos pequeños, se comunica, se comenta, se discute la situación. En algunos casos, esos grupos se pelean y generalmente se vuelven a reconciliar. Pero se expone la situación. Buscan que se comparta el conocimiento y la gama de soluciones que estas situaciones pudieran tener.

De diversas maneras: desde las comunicaciones personales, grupos pequeños de vecinos o de amigos y conocidos, a través de las redes sociales. Hasta las manifestaciones, para dar a conocer las inquietudes de los ciudadanos. Más allá de manifestar su oposición, dar a conocer cuál es su propuesta.  Y no importa si estas propuestas están listas y acabadas. En todo caso, se tendrían que someter a debate. De hecho, actualmente no se está debatiendo: se está insultando. Hay que exponer sus razones, convencer a través de un debate cuáles son sus méritos.

Proponer es el centro de toda solución al problema de la Paz. Es necesario que la solución no venga meramente del enojo, del ataque, de la manifestación. Se requiere una propuesta. Y eso es lo que nos está haciendo falta. Le hace falta a la oposición. Le hace falta a la ciudadanía sin partido. Nos hace falta a todos. Tenemos que dejar de agredir a las personas, evitar rigurosamente el ataque personal. Enfrentar las situaciones. Entenderlas, debatirlas y proponer soluciones. Y esto está en nuestras manos. En manos de la ciudadanía.

Algunos, en los partidos políticos, están tan embebidos en conservar su cuota de poder, que no pueden ver más allá. Mientras la ciudadanía, ustedes y yo, no les mostremos nuestro descontento, difícilmente llegaremos a una solución de la Paz, que sea satisfactoria para la gran mayoría.

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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El Trauma detrás de la Violencia

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Por Amalia Osorio Vigil

Si algo duele, es escuchar sobre la normalización de la violencia, ¿qué significa esto?, que, por ser común, se cree que es normal, esto aunado a las creencias que lamentablemente todavía se escuchan como: “por ser mujer”, “es lo que me tocó”, “así me demuestra amor”, “lo hace porque me quiere”, todo esto enmarcado en una sociedad que todavía permite y tolera lo intolerable, lo inadmisible.

Hay muchos factores detrás de la violencia, realidades que viven millones de mujeres, a veces desde la conspiración del silencio, la soledad, el sufrimiento interno, el abandono, el sentimiento de culpa absurda al pensar que hay algo malo en ellas y que se lo merecen.

Vivir violencia deja huellas visibles y evidentes, y un sinfín de huellas invisibles y ocultas, eso que se vive al interior, que sólo ella ve, siente y escucha, esto que paso a paso va consumiendo el bienestar y la calidad de vida de quien lo padece.

Haber vivido violencia puede causar depresión, temor, ansiedad, angustia, culpa absurda, vergüenza, impotencia, desesperación, desolación, desesperanza… debajo de todo esto hay una realidad: trauma psicológico, con síntomas y manifestaciones en el presente.

Cuando hablamos del trauma existen muchas miradas, abordajes, coincidencias y diferencias, sin embargo, hay elementos que nos permiten dimensionar la gravedad y el impacto en la salud física, emocional y mental, de cada persona que lo vive.

Las mujeres que viven violencia están expuestas al trauma desde la primera vez; pudo haber sido un evento único, múltiple, repetido o prolongado: violencia es violencia, la cual casi siempre se presenta dentro de un ciclo que se repite y muchas veces se piensa que será la última vez que suceda y que habrá un cambio significativo de parte de quien ejerce la violencia, sobre todo después de la reconciliación, disculpa y atenciones brindadas, por esto a una mujer generalmente le lleva muchos intentos poder realmente moverse de este ciclo, se requiere toda una red familiar y social de apoyo que acompañe, valide y respalde este proceso.

Cuando hablamos de trauma psicológico, hablamos que lo que se vivió o se vive, ha estado acompañado de estrés agudo, estrés traumático continuado, estrés postraumático y en muchos casos ya de un Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT), esto significa que en la vida cotidiana la mujer vive en alerta, en modo sobrevivencia, condicionada, activándose en el presente con cualquier detonante o disparador, reviviendo y re experimentando lo vivido, ya sea mientras permanece en ese ciclo o también cuando ya se movió y logró salir de él, porque en el trauma no se recuerda la experiencia, se revive.

Sin embargo hoy se sabe que hay esperanza, que hay posibilidad y que si como sociedad creamos las condiciones adecuadas, podemos apoyar en el proceso de rompimiento de ese ciclo, de esa relación violenta y hoy también gracias a psicoterapias y diversos abordajes basados en ciencias, en la intervención para remitir el trauma y que la mujer pueda recuperar su vida, con calidad, bienestar, confianza y así poder reconstruirse y retomar su vida.

Por eso es necesario prevenir, hablar, levantar la mano, pedir ayuda, sembrar en las nuevas generaciones una consciencia de la verdadera igualdad, recuerda, aquí estamos para ti.

Dra. Amalia Osorio

Fundadora y directora general de Desarrollo Humano Integral Ágape, empresa comprometida con la persona, la familia y la sociedad, dentro de sus servicios est án: psicoterapia de ni ños, adolescentes, pareja y familia, tanatología, psicotraumatología, capacitación y consultoría empresarial y educativa, impartición de diplomados, cursos, talleres y conferencias. Con más de 25 años de experiencia en favorecer el desarrollo.

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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