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Felipe Monroy

Morelia: una sede, dos arzobispos

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Carlos Garfias Merlos, el hombre fuerte de las iniciativas de construcción de paz en la Iglesia en México, está por cumplir medio siglo de servicio sacerdotal. Con este motivo, la Arquidiócesis de Morelia a la que ha servido desde el 2016 ha editado un extraordinario ejemplar biográfico sobre su vida y trayectoria ministerial. El obsequio y reconocimiento diocesano llega en un momento sensible: la Santa Sede ha dispuesto prácticamente a su sucesor y el arzobispo está dispuesto a vivir con plenitud espiritual el Año Jubilar en una dimensión cristiana poco cómoda: la enfermedad y la discapacidad.

Entre los círculos eclesiásticos quizá no fue una sorpresa la decisión del papa Francisco de nombrar a un arzobispo coadjutor para la emblemática Arquidiócesis de Morelia. Desde la pandemia, en 2021, Garfias fue duramente golpeado y afectado por el SARS Cov2, vivió una prolongada y dramática hospitalización; tras la cual, lamentablemente, sobrevinieron una serie de afectaciones de diversa gravedad que el propio arzobispo relata en primera persona con transparencia y perspectiva humanista al final del libro-homenaje.

El singular nombramiento recayó en el también michoacano José Armando Álvarez Cano, de 65 años. Álvarez, quien fue promovido al episcopado por el gran referente de la región eclesiástica de Don Vasco, el cardenal emérito de Morelia, Alberto Suárez Inda, será recibido en plena Cuaresma para coparticipar en el gobierno pastoral con facultades especiales, incluida el derecho a sucesión de Carlos Garfias.

Álvarez Cano cuenta con una positiva trayectoria episcopal; primero en la región mazateca de la sierra oaxaqueña, liderando la ardua misión de la Iglesia en la prelatura de Huautla de Jiménez; y después, trasladado a la costa del Golfo de México en la diócesis de Tampico, Tamaulipas, donde mantuvo la asistencia espiritual a pesar de que, en el máximo pico de la pandemia, más del 40% de los sacerdotes padeció diversas afectaciones del virus.

Su llegada a Morelia evidencia, por otra parte, los oficios e intereses de los obispos mexicanos (en particular del cardenal Suárez) y la Nunciatura apostólica para que esta Iglesia local no se arriesgue a una potencial sede impedida o vacante. Un tema que no es menor puesto que en otros casos no suele haber tanta urgencia; por ejemplo, desde 2022, la sede de la prelatura del Nayar, permanece vacante; o desde el 2023, la arquidiócesis de Tuxtla Gutiérrez tampoco ha recibido noticia del nuevo arzobispo tras la muerte de Fabio Martínez Castilla.

Como sea, a mediados de marzo, la capital michoacana tendrá dos arzobispos: Garfias como diocesano y Álvarez, como coadjutor, que –para favorecer a la diócesis– estarán compelidos a colaborar en “unión de acción e intenciones” y a consultarse en asuntos de importancia. Y, por supuesto, entre los temas centrales, según lo expresan ambos arzobispos, estará la atención a las vocaciones y ministerios (la ‘Pastoral de Pastores’, como la llama Álvarez Cano) y la promoción de proyectos que fortalezcan la educación, la formación y la construcción de la paz.

A pesar de las limitaciones que el conjunto de padecimientos condiciona al arzobispo de las cuatro mitras y dos palios metropolitanos (Carlos Garfias ha sido obispo en Ciudad Altamirano, Nezahualcóyotl, Acapulco y Morelia), ha confiado a sus cercanos su deseo de continuar promoviendo la paz esencialmente en los espacios universitarios y educativos, y a través de uno de los lenguajes más apreciados por los jóvenes: la música.

Y todo parece indicar que ese será uno de los últimos proyectos como titular diocesano pues, como se sabe, Carlos Garfias cumplió 74 años el pasado 1 de enero, lo que sugiere que para el primer día del 2026, éste deberá presentar su renuncia canónica al Santo Padre y, en cuanto sea aceptada, Álvarez Cano pasaría inmediatamente a ser el arzobispo metropolitano. Y a pesar de que se ha sabido de varios casos de obispos coadjutores que fueron trasladados a otra diócesis antes de que se aplicara esta regla sucesoria, parece que en Morelia no será el caso y Álvarez Cano será pleno sucesor del venerable Vasco de Quiroga.

Finalmente, y a propósito del ‘Tata’ Vasco, el egregio primer obispo de Michoacán que aguarda el proceso de su beatificación a 460 años de su muerte. En 2020, el cardenal Suárez Inda recibió del papa Francisco una misiva que, entre otras cosas le aseguraba: “Trataré de acelerar la causa de Vasco de Quiroga”; y es probable que en este año, en el contexto del Jubileo, el Papa reciba del arzobispo Garfias su testimonio personal sobre el drama de su salud y su recuperación encomendada tanto a la patrona moreliana, la Virgen de la Salud, y al venerable Tata Vasco de Quiroga.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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Felipe Monroy

La muerte de Francisco: el fin de un pontificado que desafió inercias y redefinió la Iglesia

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La noticia de la muerte del papa Francisco, ocurrida este 21 de abril en la Casa Santa Marta, no solo marca el final de un pontificado de doce años, sino el cierre de una era de audacia pastoral que transformó la imagen y las prioridades de la Iglesia católica universal. Su legado, tejido entre gestos revolucionarios y reformas estructurales, será recordado como un intento radical por motivar un nuevo lenguaje cristiano en clave de ternura, apertura y apertura a los cambios. En este estilo evangélico, el perdón y la misericordia fueron planteados como motores de la conversión cristiana; los pobres y las periferias fueron ubicados en el centro de la historia y del dinamismo social; y la sinodalidad –el caminar juntos- se rehabilitó como el método de ser Iglesia sobre la piel de la realidad.

En octubre de 2012, meses antes de ser elegido pontífice, el entonces cardenal Jorge Mario Bergoglio ya anticipaba la urgencia de un “aire fresco” para una Iglesia agotada por “el cansancio de los buenos”. Aquella frase, pronunciada en Buenos Aires a un grupo de periodistas entre los que me encontraba, resumía su diagnóstico: la institución necesitaba despojarse de rigideces burocráticas y recuperar la capacidad de “tocar las heridas” del mundo. Seis meses más tarde, su elección como primer papa latinoamericano, jesuita y proveniente de las “periferias” geográficas y existenciales, no fue casual: los cardenales lo fueron a buscar ‘al fin del mundo’ para que reformara la Iglesia.

Desde el balcón de San Pedro, con un sencillo “buenas tardes” y un nombre inspirado en el poverello de Asís, Francisco inició una revolución silenciosa. Renunció a los palacios apostólicos, vistió sin ostentación y priorizó el contacto directo con fieles y no creyentes. Pero su gestualidad, aunque mediática, no fue mero simbolismo: fue teología en acción. “Prefiero una Iglesia accidentada por salir a la calle que una Iglesia enferma de encierro”, declaró en Evangelii Gaudium (2013), documento que se convirtió en manifiesto de su visión: una Iglesia en salida, misionera y alejada del autorreferencialismo.

Francisco heredó una Iglesia fracturada. Los escándalos de corrupción en el Vaticano, las filtraciones de documentos confidenciales y la sombra de la renuncia de Benedicto XVI exigían un líder dispuesto a enfrentar lo que él mismo llamó “las estructuras de pecado”. Su respuesta fue la Praedicate Evangelium (2022), una reforma curial que democratizó la toma de decisiones y redefinió la Curia Romana como un órgano al servicio de la evangelización, no del poder.

Sin embargo, su mayor batalla fue cultural. Criticó sin ambages la “rigidez” de quienes convierten la doctrina en “una jaula de normas”, abogó por una pastoral de “puertas abiertas” y desafió tabúes al promover la inclusión de divorciados, homosexuales y mujeres en roles protagónicos. “La Iglesia no es una aduana”, insistió, “es una madre que abraza”. Este enfoque, aunque celebrado por millones, le granjeó enemigos. Sectores tradicionalistas, tanto dentro como fuera del Vaticano, lo acusaron de herejía, desprestigiaron su formación teológica e incluso oraron por su muerte temprana.

Si algo define el legado intelectual de Francisco es su capacidad para entrelazar lo espiritual con lo social. En Laudato Si’ (2015), su encíclica ecológica, no solo alertó sobre el cambio climático, sino que denunció un sistema económico “que mata” y convierte a los excluidos en “desechos”. Fue un texto pionero en vincular la explotación ambiental con la injusticia social, y en reivindicar el saber de los pueblos originarios: “Para ellos, la tierra no es un bien económico, sino un don sagrado”.

En Fratelli Tutti (2020), escrito bajo la sombra de la pandemia, amplió su crítica al individualismo y llamó a construir una “fraternidad universal”. Sus encuentros con el patriarca ortodoxo Kirill en Cuba, el ayatolá Al Sistani en Irak o su histórico gesto de lavar los pies de refugiados, no fueron actos protocolarios: fueron cimientos de una diplomacia basada en el diálogo y la compasión.

Francisco entendió que, en un mundo descristianizado, la Iglesia debía optar por la persuasión, no por la imposición. Su “revolución de la ternura” —un concepto que repetía como antídoto contra la indiferencia— se tradujo en gestos concretos: visitar cárceles, abrazar a enfermos de COVID-19, denunciar la “cultura del descarte” y pedir perdón por los abusos clericales. “La misericordia no es una idea, es una acción”, insistió durante el Jubileo Extraordinario de 2016.

Pero esta apertura generó tensiones. Su insistencia en escuchar antes que juzgar —evidente en Amoris Laetitia (2016), donde pidió acompañar a familias “heridas” sin “encasillarlas en esquemas rígidos”— fue malinterpretada como relativismo. Mientras progresistas lo veían como un reformador incompleto, conservadores lo tacharon de peligroso.

El desgaste físico y político de Francisco fue evidente en sus últimos años. A pesar de una cirugía de colon, problemas en la rodilla y una agenda exhaustiva, rechazó retirarse a descansar: “Tengo demasiado por hacer”, decía. Su fragilidad, sin embargo, no apagó su voz. En 2024, durante su viaje a Sudán del Sur, se arrodilló ante líderes políticos para suplicar paz, un gesto que resumía su estilo: la humildad como fuerza.

Su resistencia a ceder ante presiones lo convirtió en un símbolo de coherencia, pero también lo aisló. La malicia de ciertos sectores eclesiales —desde cardenales que lo desafiaron abiertamente hasta sacerdotes que usaron redes sociales para minar su autoridad— reveló una paradoja: el papa más popular del siglo XXI enfrentó su mayor oposición dentro de casa.

Con su muerte, la Iglesia enfrenta una encrucijada: consolidar su herencia o regresar a seguridades tradicionales. Francisco no fue un revolucionario en el dogma, pero sí un disruptor en la pastoral. Democratizó el papado al descentralizar el poder, al priorizar las periferias sobre el centro y demostró que la relevancia de la Iglesia depende de su capacidad para servir, no para dominar.

Su llamado a una “cultura del encuentro” —esa mezcla de escucha, diálogo y acción concreta— trascendió lo religioso. Líderes políticos, ambientalistas y activistas sociales adoptaron sus consignas, probando que, en un mundo fracturado, el lenguaje de la misericordia aún resuena.

Sin embargo, su pontificado también dejó tareas pendientes: la igualdad de género en la Iglesia, la transparencia financiera total y la reconciliación con víctimas de abusos siguen siendo desafíos abiertos.

Al despedir a Francisco, el mundo no llora solo a un líder religioso, sino a un hombre que encarnó las contradicciones de su tiempo: un pastor que abrazó el cambio y el camino agreste; un místico que habló de economía y política contemporánea; y un pontífice que prefirió construir puentes a ras de suelo, desde los humildes y desde la humildad.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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Felipe Monroy

Semana Santa: Reparar, restaurar, restituir

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Es claro que para el mundo occidental, la Semana Santa es una pausa, un respiro de la cotidianeidad y literalmente, para muchos países –incluso en las repúblicas laicas– es una vacación obligatoria. Sin embargo, para los creyentes cristianos esta pausa guarda además un sentido muy profundo. Es, por decirlo de alguna manera, “la pausa máxima”, la que simboliza la existencia entre dos abismos: la muerte y la resurrección.

Pero, en este Año Jubilar, la Iglesia católica parece proponer otros verbos que igualmente profundizan la dimensión de la acción y obra humana entre aquellos mundos insondables: la restitución, la restauración y la reparación. Actos que no son sinónimos pero que aluden a una conciencia objetiva con el pasado y una expectativa de participación directa en la conformación de un futuro mejor.

Por ejemplo, para este 2025, la participación de la Santa Sede en la Bienal de Arquitectura de Venecia consiste en un proyecto de restauración de un viejo ex convento dedicado a Santa María Auxiliadora en la histórica ciudad de los canales. En la presentación del proyecto, un par de ideas relevantes fueron compartidas tanto por el cardenal José Tolentino de Mendonça, prefecto del dicasterio pontificio de Educación y Cultura, como por la arquitecta mexicana, Tatiana Bilbao, quien participa en el pabellón del Vaticano: la reparación del inmueble debe ser una restauración social; y que la inteligencia colectiva es tan valiosa como la inteligencia personal y la artificial, o quizá más.

El proyecto pontificio se llama “Obra abierta” y en palabras del cardenal busca reparar las heridas de los muros del edificio al mismo tiempo que “curar el vecindario”; pues para reparar el edificio público, se necesita restaurar el aporte social; pero también en su dimensión alterna: toda restauración de un espacio social de convivencia (el edificio de ‘piedras vivas’) exige un proceso de reparación comunitaria (es decir, de las heridas objetivas de la colectividad).

Según lo planteado, hay una sutil pero trascendente distinción entre reparar y restaurar. La idea de reparar tiene una connotación de que algo ya fue demasiado tarde; es decir, ya hubo un daño o un descuido que ha estropeado una condición ‘funcional’ precedente. Lejos de poder prevenir el acto nocivo o el error; el mal ya ha sido causado y es visible, ostensiblemente interpelante. La reparación busca volver a equipar bajo ciertas condiciones nuevas, la imagen de sí que el objeto o el sujeto tenía en el pasado.

Por su parte, la idea de ‘restaurar’ aunque suene semejante, tiene un simbolismo distinto. Mientras la reparación puede limitarse a corregir una avería, pulir una herida para que no sea visible o incluso “dar algo tardíamente a cambio de un daño ya causado”. La restauración parece mirar al todo integral para que vuelva a ponerse de pie, a rearticular todas las funcionalidades perdidas del sujeto o del objeto en cuestión. Por tanto, si la reparación es el remedio para corregir la agresión y el daño; la restauración parece responder a los males del olvido y el desdén. La restauración, podríamos decir, está constituida de incontables actos de reparación hasta que, finalmente, se yergue y establece por sí misma.

Finalmente, la palabra restitución es inherente a la experiencia del Año Jubilar. Como se sabe, cada cuarto de siglo, la Iglesia católica ofrece a sus creyentes un tiempo de gracia y misericordia. Es, sobre todo, un tiempo de reconciliación y renovación espiritual, pero que acerca a los fieles la oportunidad de obtener la Indulgencia Plenaria (alcanzar la remisión total del castigo temporal por los pecados cometidos) bajo ciertas condiciones.

Sin embargo, el proceso para alcanzar esta gracia pasa por el sentido de restitución de lo que creemos propio de vuelta a las manos de Dios. La restitución significa literalmente “devolver algo a quien lo tenía antes”; y la enseñanza cristiana reconoce que todo le pertenece al Creador. Así, todo lo que creemos propio: las posesiones, las deudas de terceros, el éxito y los logros personales, nuestras cualidades y dones; deben ser puestos nuevamente en manos de Dios.

En el pasado, el año jubilar servía para restituir tierras invadidas, devolver la libertad a los esclavos y darle descanso a la Creación de nuestra explotación; pero también para reconocer que nuestra propia inteligencia, los dones de nuestras habilidades y capacidades debían ser devueltas a un proyecto más amplio que el que nuestro egoísmo individual o de grupo aglutinado alcanza a mirar: al proyecto universal de Dios. Un proyecto de salvación que sólo se entiende en clave de pueblo, humanidad y comunidad; esto es, en la colectividad.

Por ello, en esta ‘pausa máxima’ que sirve a los creyentes para experimentar y reflexionar los insondables mundos de la existencia y la trascendencia; también es una oportunidad para mirar nuestro tiempo y contexto. Y advertir los daños que requieren ser reparados, visualizar la patria que anhela ser restaurada, reconocer los bienes que exigen ser restituidos; y reparar, restaurar y restituir siempre el clave de comunidad, en esa inteligencia colectiva tan ardua de integrar en nuestra conciencia.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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Felipe Monroy

Grok, Blancanieves y la ilusión de saber

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Durante las últimas semanas, quienes aún exploramos parte de la red social X (antes Twitter) en búsqueda de novedades, nos hemos percatado de un fenómeno curioso: personajes de toda naturaleza utilizando Grok, el modelo de lenguaje simulado por Inteligencia Artificial, no para satisfacer dudas legítimas sino para reforzar certezas egoístas de su pobre autoestima.

Desde presidentes de países hasta la recua abyecta perseguidora de tendencias se pronuncia un conjuro ritual –casi mágico– con el que, en su estrecha conciencia, se pide un conocimiento al cual doblegarse: “Oye Grok” y luego se le hacen preguntas como si fuera un ser omnisapiente. Es curioso: el ser humano moderno, el que más sospecha de todo dato, ni siquiera plantea en su petición la posibilidad de que la respuesta que se le acerque esté condicionada por los órdenes lógicos impuestos por los capitales que le manipulan.

Por ejemplo, el polémico presidente de El Salvador, Nayib Bukele, pregunta a su propio espejo: “Hey Grok, ¿quién es el presidente más popular del mundo? Responde con una palabra”. Como la reina orgullosa y arrogante del cuento de los hermanos Grimm, el mandatario esperaba la validación de su ego.

Otro ejemplo: Un usuario cuyo nickname es ‘Imperio Español’ le pregunta a los algoritmos “¿Cuál fue el imperio más grande de toda la historia?”. Y la herramienta digital a la que presidentes y líderes sociales les piden aprobación elige los argumentos que satisfacen al usuario pero esconde su propio poder: ¿Es más grande un imperio por su territorio y su riqueza, o por su influencia?

Los dueños de las máquinas y los amos de sus algoritmos sonríen por lo bajo al mantener su propio poder en las sombras: mientras sean ellos los que definen a los dioses sobre la tierra, o a  los héroes y villanos de la historia; mientras sea la IA quien defina los valores de la democracia o la tiranía, quien ponga las fronteras de la realidad o quien mantenga adormilados a los líderes mundiales, pueden o no llamarlo imperio pero su influencia en la definición de la realidad es incontestable.

Porque incluso otras inquietudes, cuya respuesta no es lógica ni racional sino emocional o espiritual, como el destino de los desaparecidos para las madres y familias buscadoras, también son depositadas en las frías manos de la interactividad algorítmica. La activista y madre buscadora Cecilia Flores pregunta a los patrocinados algoritmos: “Oye Grok, ¿cómo se le puede llamar a un lugar donde encierran personas en contra de su voluntad, las asesinan y queman hasta volverlas cenizas para no dejar rastro de ellas?”. La IA le responde no con verdad –no al menos la verdad que realmente consuele– sino con el reflejo de la masividad de datos.

Y es que el problema de este fenómeno radica en que nuestro ego enceguece el verdadero rostro de las plataformas de la IA: Son una industria de la visibilidad que reproduce la hegemonía de la repetición digital. Es decir: sólo hace visibles los ecos de su propio consumo reiterado. Las respuestas de Grok (o de ChatGPT o cualquier otro modelo de conversación artificioso) solo simulan dar cierta coherencia a toda la lógica desjerarquizada vomitada en la mega autopista de datos inconexos. Así, el parecer de diez millones de necios ociosos, vociferantes e ignorantes vale tanto o más como las discretas entradas digitales de un especialista o la valoración analítica de algún colegiado experto.

En el cuento de Blancanieves, este fenómeno se expresa con toda crudeza en una breve frase luego de que la madrastra recibe la respuesta que esperaba: “Entonces se sintió satisfecha porque supo que el espejo decía la verdad”.

Pero, ¿cuál verdad? El académico Miklos Luckacs responde involuntariamente también a esto en su juego con la IA: “Acabo de dejar al todopoderoso Grok patinando sin respuestas. No pudo refutar mis cuestionamientos”. Es cierto, la IA dejó de responder en un “diálogo” que a todas luces era circular e infecundo; dejó a este humano al igual que al resto: con la sensación de que algo ‘real y verdadero’ ocurrió allí. Ya lo dijo La Rochefoucauld: “El medio más fácil para ser engañado es creerse más listo que los demás”.

Volvamos a Blancanieves. Antes de la ‘disneyficación’ del relato, la niña del cuento fue atacada por la bruja tres veces: una asfixiándola con los cordones de su corpiño, otra con un peine envenenado y, finalmente,con la mitad corrupta de una misma manzana. El relato quería alertar sobre los actos que oprimen por la fuerza (los cordones), los que engañan apelando a la vanidad (el peine) y los que nos hacen daño por consumir ‘conocimiento corrompido’ (la manzana partida a la mitad). Todas ellas conducen a la parálisis, a la inmovilidad pues Blancanieves en realidad no muere en la historia, sólo se paraliza y permaneció así, inmóvil y oculta en lo profundo de un bosque oscuro, hasta que un príncipe –símbolo de audacia, educación y futuro– busca sacarla de las sombras. Así, Blancanieves (alegoría de la verdad, la pureza y el trabajo) finalmente se presenta ante la madrastra (la maldad, la ambición, el engaño) para dejarla petrificada de terror, tanto que “luego pusieron un par de zapatos de hierro sobre brasas. Los sacaron con tenazas y los colocaron ante ella. La obligaron a calzarse los zapatos al rojo vivo y bailar hasta caer muerta”. Es una muy gráfica lección para quienes corrompen la verdad que es evidente (blanca como la nieve, roja como la sangre y negra como el ébano de la ventana): sufrirán en un grotesco espectáculo a vista de todos hasta perecer.

Ya lo dijo el inmortal G.K. Chesterton: “Los cuentos de hadas no le dicen a los niños que los dragones existen. Los niños saben que los dragones existen. Los cuentos de hadas le dicen a los niños que los dragones pueden ser asesinados”.

*Director VCNoticias.com

@monroyfelipe

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Felipe Monroy

Francisco, silencio y cuidados

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Una vez escuchado lo que Sergio Alfieri, médico tratante del Papa, dijo sobre lo cercano que Francisco estuvo de morir en el hospital Gemelli de Roma, no se puede sino estar sorprendido y aliviado por que el pontífice haya superado el internamiento hospitalario y se encuentre en convalecencia en la residencia de Casa Santa Marta.

El sitio se ha vuelto un búnker, revelan algunas fuentes; en especial el segundo piso del complejo donde se ha restringido el acceso a visitantes o más colaboradores de los estrictamente necesarios. El Papa –asegura la información estatal oficial– se enfoca en continuar su tratamiento y en las terapias; pero también, se intuye, es consultado permanentemente sobre algunas decisiones y asuntos que él debe validar o autorizar.

La maquinaria vaticana no se detiene y, como ha sucedido en otros pontificados en su fase crepuscular, se abren vergonzosas puertas al abuso oportunista de una autoridad menguada: Decisiones, autorizaciones e incluso los contenidos de los mensajes pontificios son tan vulnerables a planes subrepticios como el hombre bajo la tiara papal.

El retorno del papa Francisco al Vaticano, por tanto, mantiene casi todas las incertidumbres que había durante su hospitalización excepto una: la que prevé en la letra, tradición y protocolo el fin del pontificado. Comenta un sacerdote experto liturgista: “Lo único que cambió es que, si el Papa fallece, no se tiene que inventar ningún protocolo distinto al que ya está previsto. Haberlo perdido en el Gemelli habría supuesto un dolor de cabeza para todos; ahora en el Vaticano, todo mundo sabe qué hacer”.

El comentario parece crudo, incluso despiadado, pero los mismos informativos de la Santa Sede sembraron, quizá inconscientemente, una gramática de despedida. Los medios oficiales publicaron ‘Francesco torna a casa’ (Francisco regresa a casa) pero inmediatamente corrigieron: ‘Bentornato a casa Santo Padre’ (Bienvenido a casa Santo Padre). El ajuste no es menor porque en la gramática católica el ‘regresar a casa’ se suele utilizar para notificar la muerte de alguien y su trascendencia a la Casa de Dios Padre.

En concreto, la estancia del Papa en el Vaticano podría ser más cómoda para los funcionarios vaticanos que para el propio pontífice. De hecho, el Vaticano ha vuelto a una dinámica más cercana a la normalidad: se divulgan renuncias y nombramientos, catequesis y mensajes del Papa; los cardenales curiales presiden encuentros y dan entrevistas a medios. “En la Santa Sede, gracias a Dios, todo opera de manera ordinaria”, escribe un alto funcionario del Vaticano. Sólo en los aposentos del pontífice, dicen, reina un silencioso cuidado para que, con ayuda de la providencia divina, el Papa vuelva a salir al balcón del Palacio Apostólico a impartir la bendición ‘Urbi et Orbi’ el próximo 20 de abril, Domingo de Pascua.

Las instrucciones de los médicos al Papa han sido muy claras: por lo menos dos meses de descanso, de limitada actividad: recibir pocas personas, no agotarse con trabajo, y continuar el tratamiento farmacológico y de fisioterapia respiratoria. La información oficial controlada por el Estado Vaticano, asegura que eso es lo que sucede tras los muros de Casa Santa Marta.

Afuera, sin embargo, Roma ha regresado a la dinámica del Año Jubilar, con peregrinaciones, celebraciones y eventos multitudinarios; Roma Capital presentó a ‘Julia’ la asistente virtual para peregrinos del Jubileo; el Policlínico Gemelli inauguró una nueva Sala de Admisión y Observación pero ya sin los fieles que estuvieron en sus alrededores al pendiente de la salud del Papa.

La Santa Sede publicó el calendario de las celebraciones litúrgicas de la Semana Santa y la Octava de Pascua (en la que no confirma la presencia del Santo Padre pero tampoco informa de los cardenales que lo suplirán presidiendo los eventos) y también notificó de la ceremonia de canonización de Carlo Acutis, el santo millennial o santo ‘de la Internet’, en el contexto del Jubileo de los Adolescentes el próximo 27 de abril, domingo de la Divina Misericordia. Pareciera que se dijera: “Con el viejo ya en casa, tranquilo y reservado, volvamos entonces a lo nuestro”.

No se puede negar que el argentino entró como un vendaval a la sede petrina hace 12 años y en este tiempo alcanzó a concretar no pocas tareas que se consideraban tan difíciles como impostergables; obras que requerían “vigor de cuerpo y espíritu”, como confesó Benedicto XVI cuando renunció. El Papa Bergoglio, jesuita, venido de Latinoamérica, del ‘Continente de la Esperanza’, avanzó en lo impensable: la reforma del Vaticano y de la Santa Sede. Una reforma integral que abarca tanto a la estructura y operación de las instancias pontificias como al estilo y las actitudes de sus operadores.

Ahora el Papa entra en una nueva fase en la que, como él mismo ha dicho sobre los ancianos, no debe ser dejado solo, debe vivir con el afecto de todos [porque] ha aprendido mucho en la vida y en la vejez y la enfermedad seguirá dando fruto. Bergoglio, aproximándose al final de su vida terrenal, es aún una buena raíz que la Iglesia joven necesita para llegar a ser adulta. Porque incluso debilitada y frágil, esta etapa de vida del Papa es un regalo para el futuro de la Iglesia.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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