Por: P. Adolfo Güemez
Uno de los recuerdos más vivos de mi infancia es ver en televisión el programa Érase que se era. En él, Enrique Alonso, mejor conocido como Cachirulo, mostraba el montaje de muchísimos cuentos clásicos.
Me emocionaba ver cómo Caperucita volvía a escapar del lobo, cómo los sultanes de un país lejano hacían de las suyas, o incluso como un pájaro hablaba y transmitía importantes mensajes. Estoy convencido que corazón de un niño no puede dejar de emocionarse frente a un cuento que tenga un héroe o heroína que triunfa frente al mal.
Estamos por comenzar la Navidad. Y a veces la vivimos como si fuera un simple cuento antiguo, donde “un tal Dios”, viene y se hace un niño pobre y rechazado, con unos padres heroicos que vencen mil dificultades y enemigos, y que lo reciben en miedo de mulas y bueyes.
Pero no. Eso de Jesús no es un cuento. Porque la vida tampoco lo es. ¡Es una realidad que vino a cambiar no sólo unas cuantas vidas, sino la historia del ser humano entero! ¡También la tuya! Pero sólo si eres capaz de tomártelo en serio.
Hoy deseo que se pregunten en familia si viven la Navidad como un cuento, o si dejan que su realidad les golpee el corazón.
Si permiten que ese Niño les enseñe que no hace falta mucho para ser feliz. Y que, como Él, una familia bastó para vivir en plenitud la primera Nochebuena.
Si con su ayuda logran romper con la comodidad y el egoísmo para salir al encuentro de los más abandonados y solos.
Si se toman en serio que la Navidad es para festejar su amor, que es tan inmenso que se hizo uno de nosotros.
Si como familia son capaces de acoger a otras familias y ayudarlas a vivir muy de cerca el mensaje de amor de ese Dios que se hizo niño.
Jesús quiere mostrar su amor aún en el rincón más recóndito y oscuro del mundo, quiere dejar patente la vida tiene sentido de eternidad sólo si la vivimos con Dios. ¡Y su familia está llamada a ayudarle en esta misión!
Así que ojalá, más adelante, se pueda decir de ustedes: «Érase que se era una familia que se tomó tan en serio la Navidad, que se dedicó a amar a Dios y a su prójimo sin límites».
¡Feliz Navidad!
Licenciado en Filosofía por la Universidad Anáhuac y Bachiller en Teología por el Ateneo Regina Apostolorum en Roma.
Cuenta con una Maestría en Humanidades Clásicas en el Centro de Estudios Humanísticos de la Legión de Cristo en Connecticut, USA.
Autor de los libros: “¿Quieres? ¡Puedes!”, “Se buscan Héroes”, “Hablar bien, vivir mejor”, “Corazón de Mujer”, “9 pasos para Amar Más” y “Caminando Juntos”.
Dejanos un comentario:
Cifam 2024
La urgencia del amor
Ciudad de México.— La maternidad es la experiencia más apasionante, excepcional y enriquecedora que se pueda llegar a vivir. Nada te prepara para ser madre, pero ser madre te prepara para todo. Y la sociedad debería ser capaz de valorar las virtudes y aptitudes que desarrolla una mujer cuando ha traído vida al mundo, todas ellas altamente útiles y beneficiosas para el mundo laboral, profesional y social en general. Flexibilidad; imaginación; intuición; cooperación; expresividad emocional; empatía; paciencia; afectividad; consenso; pragmatismo; capacidad de improvisación; visión contextual; magnífica gestión del tiempo, son algunas de las habilidades sociales innatas de la mujer—todas acentuadas por la maternidad— que, según los estadistas, serán un valor en alza prácticamente en todos los sectores de la economía del siglo actual. Un hijo es un regalo para la madre. Pero una madre es un regalo para la entera sociedad.
Sólo una sociedad enferma, que no está dispuesta a hacer frente a sus propios problemas y que es incapaz de concebir objetivos y retos a la altura de la capacidad de las mujeres, opta por ignorar la inmensa fuerza de las madres. Décadas de feminismo antimaternal han logrado desfeminizar a la mujer y hacernos creer que los hijos son una carga, un estorbo, un obstáculo o un problema que debemos solucionar en soledad. Identifican “liberación” con eliminación de la maternidad («la tiranía de la procreación» en palabras de Beauvoir) y asumen que evitar traer hijos al mundo es intrínsecamente progresista. Tener hijos y cuidarlos con amor es una tarea que sencillamente no encaja en absoluto en los conceptos de desarrollo personal, autorrealización y libertad impuestos por la cultura actual; como si aceptar libremente una vinculación filial supusiera indefectiblemente caer en las redes de la opresión.
En un marco narcisista y autorreferencial, la relación materno-filial no tiene cabida. La autorreferencialidad sólo conduce a la insignificancia. Cuanto más quiero ser sin el otro, cuanto más quiero ser el fundamento de mí mismo, más me pierdo y me precipito en la desesperación.
LEE El reto más urgente es la valoración del matrimonio en las sociedades: María Calvo
El invierno demográfico, esta tendencia global de disminución de la natalidad, afecta a gran parte del mundo. Es urgente y necesario dar un impulso a la natalidad. Pero no de cualquier forma y a cualquier precio. No se trata de tener niños “en serie”, como en una cadena de producción para salvar la situación cuantitativamente. Es preciso que vuelvan a nacer niños en los países desarrollados, pero que nazcan de la única forma en la que el ser humano es realmente libre y adquiere dignidad: con un comienzo indisponible, sin la intervención de la técnica, como un resultado inesperado del azar de la relación sexual amorosa de sus padres. Expresión carnal de la tensión creativa de una pareja que se ama. Niños no deseados, sino profundamente amados. Niños no buscados, sino acogidos. Niños no creados para llenar mis vacíos existenciales, sino para volar libres sin tener un fin prefijado por sus progenitores.
Pero para ello, será preciso, en primer lugar, recobrar la capacidad de enamorarnos, de comprometernos para toda la vida, de formar una familia, imperfecta y maravillosa, capaz de dar a los hijos raíces y sentido de pertenencia. Será necesario asumir que lo que perdemos en perfección y en ganancias económicas en el ámbito laboral, lo ganamos en verdad de vida, satisfacción y paz personal.
Habrá que defender que sacrificarnos por los demás, cuidar a los que nos rodean, pensar en los otros antes que en uno mismo, ser imperfecto y no llegar a todo, luchar por ideales y objetivos, ir contracorriente, carecer de cosas materiales, dar prioridad a la vida personal frente a la profesional, enfrentarse a situaciones imprevistas e inesperadas, pasar desvelos y angustias, no tener tiempo para uno mismo, tener conflictos con los hijos y saber ponerlos en su lugar, que los platos vuelen en el hogar y saber pedir perdón y recomenzar, son cosas buenas, por las que merece la pena luchar y vivir y que, en último término, son manifestaciones de amor que nos generan felicidad, por paradójico que pudiera parecer. Como nos enseñaba Sócrates, cuando no cuidamos de las cosas que realmente importan, nuestra existencia sufre, ya que nuestro valor depende inexorablemente de las cosas que cuidamos.
Ha llegado el momento de volver a defender lo humano y, en consecuencia, aprender de nuevo a amar. «Quien intenta desentenderse del amor se dispone a desentenderse del hombre en cuanto hombre». Una sociedad como la actual, reacia a cooperar, al afecto materno y al autosacrificio por los descendientes es, como señala Scruton, disfuncional y, por ello, llamada a desaparecer. El cambio de paradigma resulta urgente y no podrá realizarse “a golpe de ley”, sino con un cambio de actitud individual y social ante la maternidad. Sin embargo, el rumbo actual se antoja difícil de rectificar en un corto plazo (han sido demasiados los años de influencia negativa del feminismo radicalizado con la desculturización de la maternidad que ha implicado) y deberá venir, en cualquier caso, de la mano de las propias mujeres, motor de generación del cambio social. Y, por supuesto, con el imprescindible apoyo de los varones, revalorizando asimismo la grandeza de la paternidad.
Escrito por Dra. María Calvo Charro
Licenciada en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid. Doctora en Derecho por la Universidad Carlos III de Madrid.
Profesora titular de la Universidad Carlos III, en el área de Derecho Administrativo.
Profesora del Máster Cristianismo y Cultura Contemporánea de la Universidad de Navarra, España.
Investigadora visitante en la Universidad de Harvard (Cambridge, USA).
Autora de ensayos sobre temas sociales relacionados especialmente con la familia, educación, igualdad, feminidad y masculinidad.
ECOS de la Familia
Conservar o recuperar, desechar o descartar
Por María Teresa Magallanes Villareal
A lo largo de nuestra vida vamos adquiriendo conocimientos, hábitos, costumbres, relaciones interpersonales, bienes materiales, y muchas otras cosas que poseemos, y que en algún momento nos preguntamos si son tan valiosas para conservarlas o, por el contrario, deberíamos desechar o cambiar. Es algo parecido a lo que hacemos con la casa donde vivimos. Vamos descubriendo que hay cosas que ya están viejas, que ya no sirven para lo que las tenemos o, simplemente, que podemos cambiarlas por algo mejor.
Cuando se trata de bienes materiales, siempre estamos tratando de contar con lo mejor, dentro de nuestras posibilidades; eso es bueno, siempre que nos centremos más en la utilidad que en la apariencia. Las cosas son bienes útiles, son medios y no fines, por lo que en la medida en que podamos desecharlas para cambiarlas por algo mejor, es totalmente válido hacerlo, sin embargo, hay otros bienes que no se desgastan con el tiempo porque valen por sí mismos y por lo tanto no son desechables.
Las personas, las que viven a nuestro alrededor, no son como las cosas, no son medios, no valen por la utilidad que vemos en ellas. Las personas son, en sí mismas, fin y, por lo tanto, no son desechables.
El Papa Francisco ha venido hablando de la cultura del descarte. Se refiere principalmente al hecho de que la sociedad actual ha cambiado la forma de valorarlo todo con una mediada diferente. Lo vemos muy claramente en el tema de los valores, por ejemplo. Recuerdo haber leído en un libro sobre educación de adolescentes una definición de los valores que decía lo siguiente: los valores son conductas que una cultura concreta considera buenas, por ejemplo, en algunos países de Latinoamérica, la honestidad se considera un valor.
Los valores humanos tienen su principio en el valor de la persona, de toda persona por ser parte de la especia humana, cuya característica más importante es la de ser espíritu corpóreo, es decir, no sólo es cuerpo, sino que por ser a la vez espíritu, es un ser racional y por lo tanto libre; de ahí que su conducta puede tener mayor o menor valor en la misma medida en que corresponde a su ser racional y al buen uso de su libertad.
En la actualidad, nos encontramos con que los valores humanos están siendo desechados como cosas de la antigüedad, que ya no valen para nuestro tiempo. Para empezar, vemos una contracultura que va progresivamente descartando a las personas. La muestra más clara de ello es el tema del aborto, de la eutanasia, el divorcio y hasta el suicidio, en el que ¡la persona decide descartarse! Tal parece que la persona humana se considera ahora un bien útil. “Ya no me sirves”, “tu presencia me incomoda”, “ya no te quiero”, “te voy a descartar y cambiar por algo, o alguien, mejor”.
Si estamos en una contracultura en la que las personas son descartables, particularmente en las relaciones más estrechas e íntimas como las que se dan en la familia, qué nos puede sorprender que los valores humanos se desechen hoy en día por otras formas de conducta que nacen precisamente de una confusión que no permite distinguir de forma objetiva entre el bien y el mal.
Nuestro tiempo está enfermo de subjetivismo y de relativismo. Si las cosas y las personas no son lo que son, sino lo que yo creo que son, mi conducta procederá de una ceguera intelectual y por lo tanto mi conducta será errática. Parece que hemos olvidado los primeros principios de todas las cosas. Por ejemplo, estamos atestiguando como hay muchos que ya no saben lo que son, porque afirman que son algo distinto de lo que realmente son. La negación de nuestra propia realidad, parte de un subjetivismo tan extremos, que hay quien se identifica con lo que no es, y esto supone estar fuera de la realidad de sí mismo. Este efecto del subjetivismo se da en diferentes niveles, hasta poder llegar a lo patológico.
La realidad es como es, y la persona humana por ser inteligente, se desarrolla en la medida en que se reconoce tal como es y conoce la realidad de todo lo que le rodea de forma objetiva, en esto consiste el conocimiento verdadero.
¿Qué es, entonces, lo que debemos valorar al grado de decidir conservarlo, pase lo que pase?
En primer lugar, a todas y cada una de las personas humanas, porque todas valen en sí mismas y por sí mismas, comenzando por reconocer desde la biología, que el ser humano existe como tal desde el momento mismo en el que el espermatozoide penetra en el óvulo, fecundándolo. Igualmente reconociendo el valor de todo ser humano independientemente de su raza, sexo, edad, nacionalidad, nivel social o económico, condición de salud, etc.
Luego, reconociendo los verdaderos valores humanos que se agrupan en el bien actuar de las personas. Todos estos valores se basan en el valor de la persona y en su conducta. Creo que todos estaríamos de acuerdo en que lo más excelso que puede hacer un ser humano es amar y, desde esa capacidad maravillosa de la persona se derivan todos los demás valores humanos que tienen siempre relación con la medida en que esa persona actúa bien, por su propio bien y por el bien de todas las personas que ama en un grado o en otro.
Los valores humanos son esencialmente valores éticos, a los que yo llamaría valores morales, si no fuera porque hay una enfermedad social en la que la palabra “moral” produce una alergia incurable.
Hay que rescatar los valores morales, hay que tratar de vivir los valores morales y hay que esforzarnos por educar a las nuevas generaciones, para que conozcan, aprecien y vivan los valores morales.
OF. María Teresa Magallanes
Fundadora y Directora General del Centro de Ciencias para la Familia y el Matrimonio LOMA
Es Orientadora Familiar por el Instituto de Ciencias de la Educación de la Universidad de Navarra, España. Es socia fundadora e investigadora del Centro de Ciencias para la Familia, LOMA, dedicada a formar especialistas en Orientación Familiar.
Ciudad de México.— El regreso a clases está a la vuelta de la esquina, lo que implica una inversión importante para las familias mexicanas.
Por ello, es importante cuidar los gastos para evitar sacrificar las finanzas sanas, usando la creatividad y cuidando el planeta.
Que no se te pase: Las mejores mochilas para el regreso a clases, según Profeco
Además, es una oportunidad para que los padres enseñen a sus hijos que el valor no está en lo que tienen, sino en lo que son y que las verdaderas amistadas saben valorar a las personas más allá de lo material.
Estos cinco consejos ayudarán a las familias mexicanas a cuidar sus finanzas en este regreso a clases:
- Revisa cuanto antes tus estados de cuenta: A veces se nos pasan los gastos en vacaciones y antes de seguir gastando, necesitamos ver cuanto debemos en las tarjetas de crédito.
- Ajusta tu presupuesto: Revisa si los gastos planeados para este mes están completos, si traes más deudas de lo previsto, y todo lo que te piden comprar para el regreso a clases.
- Prioriza y optimiza: ¿Qué se puede reusar, ¿Qué puedes comprar de segunda mano? ¿Qué puede esperar? Recuerda que la educación es una inversión, pero hay muchos gastos innecesarios.
- Negocia: No es un “no nunca”, sino un “cuándo sí”. En tres meses es Navidad y vienen más gastos y puedes negociar contigo y tus hijos esas compras.
- Aprovechen para ahorrar algo más grande: Además, puedes aprovechar para enseñarles que la espera tiene recompensas y que no gastar ahora en algo pequeño puede convertirse en la posibilidad de comprar algo más grande después como unas vacaciones, un juguete, etc.
De hecho, financieramente será más barato que gasten después lo que hayan ahorrado a que gasten ahora con la tarjeta de crédito sin lo es alcanza para pagarla, pues terminarán pagando intereses altísimos.
Recuerda que tus estados de cuenta siempre pagar el “pago para no generar intereses.
JAHA
ECOS de la Familia
¡Vive la differance!
Por Paz Fernández Cueto
Dicen que es muy poca la diferencia entre hombres y mujeres, pero: “¡Viva la diferencia!” expresión que se acuñó en Francia a propósito de la distinción y reciprocidad de los sexos. Después de ver en YouTube el documental de Jordan Peterson, preguntando a personas de diversos ámbitos y culturas en distintos puntos geográfico del planeta: ¿qué es una mujer…? caemos en la cuenta de que, la mayoría, no pudo contestar sobre algo que hasta hace poco resultaba evidente. Las respuestas van desde la evasión, la agresión, el desconcierto o el rechazo, hasta intervenciones que provocan risa rayando en lo absurdo.
Es sorprendente el no poder descifrar algo que atañe tan de cerca al conocimiento humano siendo que, lo primero que se intenta averiguar a la espera de un bebé, es si se trata de una niña o de un niño. Gracias a la tecnología, el sexo se distingue a los pocos meses de gestación por los caracteres sexuales externos, y, genéticamente por el par de cromosomas 23 (XX o XY). En el posterior desarrollo intra y extrauterino es importante la acción de las hormonas que determinan el desarrollo sexuado e influyen en el desarrollo del sistema nervioso, configurando de modo diferencial el cerebro del hombre y de la mujer. La diferencia más allá de lo biológico tiene que ver también con las habilidades cognitivas y emocionales de cada sexo.
Para saber lo que es una mujer es imprescindible saber en paralelo lo que es un hombre. Ya lo decía Julián Marías escritor y filósofo de nuestro tiempo: no se puede saber lo que es la mano derecha si no se reconoce que existe una izquierda. Somos seres relacionales, mujeres y hombres nos reconocemos en relación con el otro, somos y nos entendemos siendo distintos y a la vez complementarios, con un denominador común base de la igualdad en dignidad y derechos. Por otra parte, la abundancia y diversidad de datos que han arrojado las ciencias empíricas, nos llevan a reconocer la realidad biológica del sexo, y la del género que tiene que ver con la antropología social y cultural. El sexo no se reduce a la pura genitalidad, cada persona es sexuada en todo su cuerpo desde la concepción, y sexuada se desarrolla intrauterinamente hasta cuando vive en sociedad.
Cuando decimos hombre – varón, se tiende a subrayar lo humano en general. Así se dice que el hombre ha llegado a la luna, que es racional, que es un ser inteligente, que ha logrado grandes progresos a lo largo de la historia de la humanidad etc., etc.…, sin hacer hincapié en lo estrictamente masculino. Por lo contrario, al tratar sobre la mujer se tiende a enfatizar lo femenino, sin atender a lo que hay común entre ambos. Los estudios sobre la mujer que partían de las diferencias descuidaban su condición de igualdad y derechos en relación con el hombre. Reconocer una naturaleza humana sirve para reafirmar la igualdad esencial entre el hombre y la mujer, pero es necesario, también, reconocer las diferencias. Curiosamente, este común denominador llamado naturaleza, este que identificamos sin problema cuando hablamos del cosmos — el hábitat que nos rodea—, que reconocemos como algo sagrado al referirnos a la conservación y preservación de las especies, se pone en entredicho cuando se refiere a la naturaleza que encarnamos.
Desconocer la naturaleza humana como pretende la ideología de género, es exponerla a todo tipo de manipulación. Lo vemos en el adoctrinamiento impuesto en políticas públicas a través de programas y contenidos educativos. Apoyado por los intereses económicos de los grandes consorcios, la ideología de género está presente en la industria cinematográfica y en los medios de comunicación. Ante esta imposición globalizante se están dando distintas reacciones, como sucedió recientemente en USA contra el consorcio de las tiendas Target a través del boicot comercial que le aplicaron, en protesta por su campaña LGTB dirigida a los niños. O la disputa de Ron De Santis gobernador de Florida vs Disney de Orlando, por no acatar sus políticas de frenar la propaganda Gay. O el conocido caso de Bud Light dejando a esa industria al borde de la quiebra, tras perder 4 mil millones de dólares por su mercadotecnia trans.
Mujeres y hombres tienen la misma dignidad, gozan de los mismos derechos y participan de las mismas oportunidades, pero ¡Viva la diferencia! Esto es algo que nadie puede ignorar.
Paz Fernández Cueto
Estudió Historia del Arte en la UIA Filosofía en la UP y Orientación Familiar en el IESE de Navarra.
Movida por el compromiso de retribuir a la sociedad lo recibido, ha participado desde su fundación en distintas asociaciones civiles enfocadas en familia y educación como son: Enlace, Gilberto, Vifac, OIDEL, Red Familia y Christel House.
Desde su tribuna editorial en el periódico Reforma, durante 20 años y, actualmente en el Heraldo de México, realiza crítica propositiva por el respeto a los derechos humanos, a la dignidad de la persona, al derecho a la vida y a la educación.
-
Méxicohace 2 días
“La primera empresa y el primer proyecto de vida es la familia”: Tomás Ibarra
-
Felipe Monroyhace 2 días
El triunfo de la post verdad
-
Méxicohace 2 días
Excelencia profesional y valores humanos, el mejor futuro para los jóvenes
-
Méxicohace 2 días
De la estrategia a la incertidumbre: familias mexicanas frente a un presupuesto ajustado en seguridad