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FELIPE MONROY FELIPE MONROY

Opinión

Ahondar la zanja, ¿necesitamos un nuevo movimiento político?

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No hay nada peor que los contendientes perdedores de un proceso democrático pasen de melancólicos a lúgubres. Porque su comprensible indignación se transforma en miedo bruto, su análisis sociopolítico pasa de disparatado a descabellado, sus consignas políticas se tornan esotéricas y su esperanza se vuelve puro revanchismo.

En mi opinión, a pesar del estrepitoso fracaso de las organizaciones partidistas tradicionales en el pasado proceso electoral, México no necesita un nuevo partido político nacional; sin embargo, sí considero que urge una serie de movimientos politizados que atiendan palmo a palmo las necesidades específicas de cada localidad y región.

Dichos movimientos deberían, en mayor o menor medida, converger por trayectoria en su disenso ante posibles abusos onmínodos de poder o de poderes fácticos. Es decir: construir oposición.

Pero no desde la efímera etiqueta propagandística sino desde las realidades que, independiente de la administración pública que dinamice la organización política, requieran contrapesos para visibilizar carencias, injusticias o necesidades concretas.

Por el contrario, es una pésima idea que la sensación de derrota se congregue en operatividad partidista o movimiento político. No es una cosa menor si los arranques verbales se tornan en fenómeno social. Y no se debe ser cauto al denunciarlo: el surgimiento de una movilización popular fundamentada en prejuicios y en maledicencias contra los distintos siempre arrastra riesgos fascistoides.

Más que el país en su totalidad, muchas de sus regiones necesitan agrupaciones políticas que representen búsquedas sociales y comunitarias concretas. Esos son los auténticos “contrapesos” de poder de los que hoy se habla tanto.

Por el contrario, una agrupación política nacional que aspire a los privilegios de las representaciones federales antes que a la dignidad de las representaciones locales, tendrá un horizonte tan inasible como las “banderas simbólicas” que intente liderar.

Por ejemplo, la consigna de la “libertad” (como está de moda entre personajes que idealizan la autosuficiencia egoísta) es una bandera y causa tan extensa como inasible, abierta a interpretaciones filosóficas inmensas y, al mismo tiempo, completamente impráctica desde la ejecución de un gobierno cuya única función es justamente la de poner fronteras a esa libertad; enarbolar racionalmente dicha bandera podría generar un exaltado movimiento populista cuya única consigna sea la que confirme que los derechos no acaban sino hasta que se termina el presupuesto.

Otras banderas simbólicas como la paz, la unidad, la reconciliación o la verdad padecen el mismo problema: su inasibilidad ante dramas concretos y cotidianos de la gente de a pie.

Es por ello que no considero que haga falta un nuevo partido o movimiento político emergente; creo que hacen falta muchos movimientos políticos que no se enfoquen en esos argumentos teatralizados de salvación total. De lo contrario, es posible que los nuevos movimientos políticos no reivindiquen demandas o denuncias sociales concretas sino que aspiren a conservar o acrecentar las relaciones asimétricas de privilegios disfrazadas de “nuevos derechos”.

Habrá que estar al tanto de estos nuevos cantos de sirena que, bajo llamados a la epicidad heróica, se levanten como movimientos de la ‘verdadera’ ciudadanía, de la ‘auténtica’ voluntad y de los ‘verdaderos’ intereses.

En política se debe salvar la colectividad, el todo; el país en su plena pluralidad y diversidad; una idea de nación que supere las categorías, poderes y clases. Porque, como sabe cualquiera que tiene interés en la historia política: todo cambio siempre es desastroso, siempre hay un momento en que la idea de nuestro Estado nacional se hace añicos ante el apetito de los perversos y las pasiones facciosas ilimitadas. Pero siempre se reconstruye, a veces desde su soberanía y otras veces bajo la imposición de intereses ajenos; a veces las crisis se superan bajo visiones totémicas de un Estado de fachadas marmóreas y cimientos endebles; y a veces con esfuerzos más arduos y lentos pero de resultados más duraderos: visiones democráticas, plurales, diversas, solidarias, subsidiarias, colegiales, corresponsables.

La construcción de una alternativa política siempre implica ‘ahondar la zanja’ en el status quo; y eso solo se logra a nivel de suelo; en tierra verdadera y no en las redes sociales.

*Director VCNoticias.com

@monroyfelipe



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Columna Invitada

Polarización o diversidad

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Por Antonio Maza Pereda

A tres semanas de concluido el proceso de elecciones generales, en México seguimos bajo presión. En cierto modo, parecería que seguimos en campaña, sujetos a una lógica de ataque y defensa de diferentes argumentos, como si los partidos todavía tuvieran que ser juzgados para obtener el voto.

Estamos recibiendo señales contradictorias. Aparentemente, una búsqueda de apaciguamiento, sobre todo con el sector privado y los grandes capitales. Pero, por otro lado, continúa el ataque al bando perdedor. Como si ellos todavía pudieran revertir la situación. Parecería que todavía se necesita que los votantes avalen con su voto a quienes triunfaron.

Para efectos prácticos, la polarización continúa. Se sigue hablando de conservadores y liberales, de chairos y fifís, y se sigue tratando de ganar las mentes y los corazones de los votantes. Curiosamente, esto ha ocurrido mayormente entre la izquierda, tanto en su clase política como en sus adherentes. No tanto entre sus contrincantes: sus partidos está más enfocados a las acciones en los tribunales, pero sus partidarios siguen atacando a los triunfadores como si nada hubiese ocurrido.

Hay quien dice que esto está bien. Algunos, dicen que esto nos sirve para darnos cuenta de los problemas de gran parte de la sociedad. Si efectivamente eso fuera así, sería muy bueno. Polarizar por sí solo, sin embargo, no lo es. Lleva a la división. Hace ver las situaciones en blanco y negro. En la naturaleza, bajo ciertas condiciones, los polos iguales se rechazan. Y eso es lo que está ocurriendo. En lo social, cuando hay polarización, la opinión pública se divide en dos campos. Esto fortalece a las facciones extremas que ganan apoyo. Como consecuencia de la polarización, las voces moderadas pierden influencia.

Más que polarizar lo que necesitamos es tener la capacidad de aceptar, incluso darle la bienvenida a la diversidad de opiniones. Desarrollar la capacidad de poder ver puntos de vista diferentes, sin atacar o sentirnos atacados. Tener la posibilidad de entender que otros, que no opinan igual, no son nuestros enemigos.

Reconocer, e incluso abrazar, la diversidad, es entender que quienes opinan diferente que nosotros, no son necesariamente malvados. Tampoco es que todos sean bondadosos. Es admitir la posibilidad de buena voluntad en todos los que opinan, hasta que se demuestre lo contrario. Puede darse por ignorancia, por defectos en su manera de razonar. Es aceptar la posibilidad de buena fe, sin ser ingenuos: también pudiera haber mala fe. Pero no en todos los casos de aquellos que no aceptan nuestras opiniones. En general, los que opinan diferente, tienen razones. Es importante entenderlas y ver cómo se puede, sobre dichas diferencias, construir acuerdos.

Tomemos como ejemplo el debate más destacado en este momento. Mientras un bando opina que es necesaria una reforma para poder quitar o al menos limitar la corrupción del Poder Judicial, sus contrincantes ven esa propuesta como un modo de concentrar el poder de la presidencia, de manera que no existan contrapesos a su actividad. Y, curiosamente, la discusión no se centra en demostrar la intención de quitar contrapesos, ni tampoco en demostrar que el Poder Judicial es irremediablemente corrupto y que, únicamente, mediante el voto popular, se remediará esa corrupción. La discusión importante debería ser: ¿cómo lograr quitar la corrupción protegiendo los contrapesos que, nuestra Constitución y los países democráticos, tienen para evitar la posibilidad de las dictaduras?

Por supuesto, eso es más difícil y requiere mayor estudio. Exige la cooperación de las mejores mentes del país para encontrar soluciones óptimas. Desde luego, este alegato se ha vuelto un diálogo de sordos. Aprovechando la mayoría calificada que espera obtener la 4T, se quiere legislar contra reloj, logrando el proceso completo de cambio constitucional en los primeros treinta días de la nueva legislatura. Sin “cambiar ni una coma”. Aunque no resulte muy claro cuáles son las ventajas de ese apresuramiento. Esta prisa podría ser el enemigo de una reflexión, que se ve necesaria.

Este caso es solamente un ejemplo. Un tema particularmente importante para la República, está siendo discutido, sin aceptar reconocer las diferentes motivaciones y necesidades de una sociedad que es muy diversa. Necesitamos, como ciudadanos, aceptar nuestra diversidad, reconocer que no siempre tenemos la razón y que el otro no siempre está equivocado. Que es posible que cada uno de los bandos tenga elementos valiosos en sus planteamientos y que hay que reconocerlos por el bien de la ciudadanía.

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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Columna Invitada

¿Y si Dios existe, qué?

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Una reflexión sobre ciencia, espiritualidad y el sentido de la existencia

La intersección entre ciencia y espiritualidad ha sido durante mucho tiempo un terreno fértil para el debate y la reflexión profunda. En este contexto surge el libro “¿Y si Dios existe, qué? La ciencia, las pruebas. El albor de una revolución”, escrito por los franceses Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies, una obra que llega a México con la intención de desafiar y enriquecer nuestra comprensión sobre la existencia de lo divino.

Los autores del libro son dos pensadores franceses con formaciones distintas pero complementarias. Michel-Yves Bolloré, ingeniero informático y empresario, cuenta con un amplio interés en la historia de la ciencia y la religión, además de haber dirigido importantes grupos empresariales. Por su parte, Olivier Bonnassies, licenciado en Politécnica y empresario, ha liderado varias empresas de consultoría y comunicación, además de ser reconocido por su trabajo en medios de promoción del diálogo interreligioso.

En primer lugar, el libro se distingue por su enfoque riguroso y objetivo. A diferencia de muchos tratados sobre religión y ciencia que se sumergen en debates teológicos o filosóficos abstractos, optan por un análisis basado en evidencias científicas contemporáneas. Desde el Big Bang hasta la teoría de la evolución, los autores exploran cómo estos descubrimientos han impactado nuestra concepción del universo y, por ende, nuestra noción de un posible creador.

Uno de los pilares fundamentales de su argumento es el concepto del ajuste fino del universo. Este principio sostiene que las constantes físicas del universo están tan perfectamente ajustadas que permiten la existencia de vida tal como la conocemos. Desde la fuerza de la gravedad hasta las propiedades de las partículas subatómicas, cada detalle parece estar cuidadosamente configurado para sustentar la complejidad y la diversidad de formas de vida en el cosmos. Para muchos científicos, este ajuste fino sugiere la existencia de una inteligencia detrás del diseño del universo, lo cual es central en la discusión propuesta por los autores.

Además, el libro aborda las implicaciones filosóficas de los descubrimientos científicos más recientes. La muerte térmica del universo, predicha por la teoría termodinámica y confirmada por la expansión acelerada del cosmos, plantea no solo el origen del universo, sino también su destino final. Este contexto cósmico invita a reflexionar sobre si el universo es un fenómeno autónomo o si requiere una causa externa que lo haya iniciado y que lo mantenga en funcionamiento.

Por otro lado, el libro no se limita a la ciencia pura; también explora las dimensiones espirituales y metafísicas del debate. Los autores argumentan que la ciencia moderna, lejos de refutar la existencia de Dios, puede ofrecer una perspectiva complementaria. Sugieren que la búsqueda de la verdad científica y la búsqueda de lo trascendental no son incompatibles, sino que pueden enriquecerse mutuamente. Este enfoque resonará especialmente entre aquellos que buscan integrar sus creencias religiosas con una comprensión moderna y científica del mundo.

Para un ingeniero civil creyente, este enfoque representa una valiente reconciliación de la fe con la razón. La estructura lógica y el análisis meticuloso de los datos científicos pueden servir como un puente hacia una comprensión más profunda de la existencia de Dios. Al aplicar un método científico riguroso al estudio de lo divino, nos invita a considerar no solo la posibilidad de un creador, sino también su papel en el universo y en la vida humana.

Invita a los lectores a cuestionar sus propias creencias y a explorar nuevas formas de entender la relación entre ciencia, espiritualidad y el sentido de la existencia. En un mundo donde las preguntas fundamentales sobre la vida y el universo continúan siendo tan relevantes como siempre, este libro se presenta como una valiosa contribución al debate contemporáneo, ofreciendo perspectivas que desafían y enriquecen nuestra comprensión del mundo que habitamos.

Puedes encontrar el libro en varias tiendas como ejemplo la plataforma digital de la flecha amarilla que emula una leve sonrisa o en la cadena mexicana reconocida por sus tiendas departamentales y sus servicios diversos cuyo logo son tres búhos.

Mtro. Guillermo Moreno Ríos
Ingeniero civil, académico, editor y especialista en gestión integral de riesgos, resiliencia empresarial, seguros y derechos humanos.
incide.guillermo@gmail.com

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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Opinión

Tiempos de excomuniones

El excomulgado está privado del acceso a los sacramentos y a toda participación de los bienes espirituales.

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FELIPE MONROY

Ciudad de México.- La excomunión es una de esas palabras cuyo significado sigue siendo intenso, sólido. Pertenece a esas expresiones que no se volatilizan ni relativizan a pesar de la liquidez de los tiempos que vivimos; y ahora ha vuelto a escena con dos casos mediatizados que han cimbrado la aparente inmutabilidad jerárquica de la Iglesia católica.

Lo relevante de ambos casos es que no son situaciones derivadas de actitudes impulsivas o precipitadas sino de largos procesos de degradación en la relación que notables autoridades eclesiásticas han sostenido con sus superiores y con la unidad de la Iglesia.

El primer caso ya ha sido sentenciado: diez monjas clarisas del monasterio de Belorado en Burgos, España, recibieron la declaración arzobispal de formal excomunión; por supuesto, después de que las propias religiosas renunciaron a reconocer cualquier tipo de autoridad de la unidad eclesial de los últimos seis pontífices.

El segundo caso podría ser el del exnuncio Carlo María Viganó, crítico acérrimo del papa Francisco y objetor de la fundamentación moral de la Iglesia contenida y actualizada en sus constituciones apostólicas de los años sesenta del siglo pasado.

Su juicio apenas comienza pero la sombra de la excomunión se cierne sobre uno de los principales exponentes de la desobediencia pontificia en la era de Bergoglio.

En las primeras décadas de este siglo, el tema de la excomunión en la Iglesia parecía limitarse al delito del aborto, a su realización efectiva y a su promoción en espacios legales o democráticos.

El principal debate sobre este castigo eclesiástico se reducía a los límites formales para declarar a alguien excomulgado por la comisión de dicho crimen: por aceptarlo, realizarlo, concederlo, legalizarlo o promover la terminación de la vida de un ser humano en gestación como plataforma política de un derecho.

Sin embargo, tanto el caso de las religiosas del monasterio de Burgos como lo que reside en el fondo del conflicto con Viganó exhibe otro tipo de conflicto eclesiático: el de la desobediencia, el de la absolución autosuficiente, el del orgullo y la vanidad.

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Es imposible no advertir el timbre de soberbia tanto en las declaraciones de las hoy ex monjas como en lo expresado por el ex nuncio quien dijo sentirse honrado ante el juicio que podría excomulgarlo.

La excomunión para un devoto practicante católico no es una situación menor y, como muchas convenciones de la estructura eclesiástica emanadas de la revelación, la tradición y el magisterio de la Iglesia, sus interpretaciones han cambiado con el tiempo.

Por supuesto sigue siendo, entre las censuras, penas expiatorias y demás penitencias impuestas a los creyentes, la más grave de todas.

Es el mayor castigo que se puede dar a un bautizado por incurrir en delitos contra la fe o la unidad de la Iglesia, o contra la legítima sucesión de autoridad eclesiástica.

Para la Iglesia católica y sus fieles devotos, las principales penas con las que se castiga a los transgresores del orden moral o eclesiástico son tres: el entredicho, la suspensión y la excomunión.

La suspensión está evidentemente reservada a los ministros de culto, porque lo priva del ejercicio de su orden sagrado; el entredicho es una pena que prohíbe participar de los oficios divinos y de la sepultura eclesiástica (en camposanto dirían los abuelos) a una persona o a todo un pueblo.

Y finalmente está la excomunión definida como la separación total del cristiano con la Iglesia.

El excomulgado está privado del acceso a los sacramentos y a toda participación de los bienes espirituales, obviamente también de recibir cristiana sepultura.

Apenas en los últimos cuarenta años, los castigos eclesiásticos han sido reorientados a un sentido de ‘pena medicinal’ es decir: una sanción cuyo único propósito es re-sanar la relación de los creyentes con la Iglesia.

Eso sí, existió hasta antes de 1983 cierta excomunión cuya gravedad era casi irreversible: los excomulgados ‘vitandos’. Un castigo que condenaba al fiel no sólo a evitar su comunicación en asuntos religiosos sino también en los profanos.

Se decía que el excomulgado vitando no podía asistir a ningún tipo de oficio religioso y, si lo intentase, el resto de los fieles tendría el deber de expulsarlo del recinto; finalmente, si el susodicho fuese ilícitamente sepultado en campo santo, el cadáver del excomulgado debía ser exhumado.

El código de derecho canónico de 1917 decía: “Los fieles deben evitar el trato con el excomulgado vitando, aun en asuntos profanos, a menos que se trate del cónyuge, los padres, hijos, sirvientes o súbditos; o que, en general, excuse una causa razonable”.

Eso ha cambiado pero no el sentido de la pena y tampoco la gravedad de su significado; pero los casos de Viganó y de las religiosas de Belorado podrían frivolizar esta sanción con ejemplos no vistos en más de 80 años y de manera inédita tras las actualizaciones del Código de Derecho Canónico.

Resultaría inquietante que, no desde la actitud licenciosa y relajada se relativice el sentido de la mayor pena eclesiástica aún existente, sino que desde el rigorismo y un falso sentido del conservadurismo se minimice la cualidad máxima del castigo.

*Director VCNoticias.com  @monroyfelipe

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Columna Invitada

Elección popular del Poder Judicial

La oposición se resiste, porque significaría la concentración de autoridad en manos del Poder Ejecutivo

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Por Antonio Maza Pereda

En estas luchas postelectorales, tenemos la que parece la madre de todas las batallas: la riña para evitar que el Poder Judicial sea elegido por voto popular. La oposición se resiste, porque significaría la concentración de autoridad en manos del Poder Ejecutivo

Los que critican no presentan propuestas. Solo se rechaza en bloque la oferta de la 4T, sin pensar que hay algunas razones para pedir la reforma del Poder Judicial. El cual no es muy amado por la ciudadanía, quien lo ve como algo lejano, costoso, complicado, corrupto, difícil de entender.

Debemos tener conciencia de que no estamos defendiendo un sistema bueno y que hay muchos, sobre todo los pobres, que no están recibiendo la justicia pronta y expedita a que tienen derecho. Mientras no haya propuestas, será muy difícil convencer al electorado de que la única posibilidad concreta, la que presenta la 4T, es la válida porque no hay otras opciones.

¿Cómo mejorar la actuación del Poder Judicial? ¿Cómo asegurar el contrapeso al poder del Ejecutivo? ¿Cómo dar participación a la Sociedad en asuntos jurídicos?

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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